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El Saqueo Argentina

ishbellec27 de Octubre de 2014

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Sintesis del movimiento del Saqueo de Argentina

La relación de los movimientos sociales y la política ha sido objeto de muchas controversias. Ya en los orígenes de la discusión sociológica sobre el tema, el vínculo de las acciones colectivas con el sistema político fue un punto de análisis privilegiado por gran parte de los estudiosos. Especialmente por aquellos preocupados por los déficit de participación ciudadana y por la estabilidad de las democracias liberales frente a un conjunto de demandas insatisfechas que se expresaban mediante acciones de protesta. La tematización de problemas sociales a los que el sistema político resultaba insensible pareció ser la función de los movimientos de protesta, especialmente verdes, pacifistas o feministas.

En América Latina por su parte, en la década del setenta, los estudios sobre los movimientos sociales, encontraron ciertas dificultades para desarrollarse como en los países centrales puesto que mientras la idea de “nuevos” movimientos proliferó para designar a acciones colectivas con demandas ciudadanas y posmateriales, en la región seguían predominando movimientos de viejo cuño: obreros y campesinos que establecían también relación con otros movimientos como los estudiantiles o los grupos armados. En la década del ochenta, en el contexto de las transiciones a la democracia en varios países del subcontinente, la preocupación por los movimientos sociales se reinstaló de la mano de la pregonada idea del “resurgimiento de la sociedad civil” como instancia a fortalecer para obtener democracias representativas estables.

Hacia la década del noventa, en los momentos de consolidación de las políticas neoliberales que reestructuraron el orden social, emergieron o se visibilizaron diversos movimientos que pusieron en cuestión situaciones de subordinación producidas en las sociedades latinoamericanas. Algunos de estos movimientos pueden considerarse nuevos pero otros venían gestándose subterráneamente (y no tanto) a lo largo de la historia como los movimientos indígenas y campesinos. En este contexto Argentina fue escenario de una heterogénea gama de experiencias de resistencias que adquirieron visibilidad en los años neoliberales.

En esta perspectiva nuestro trabajo propone, específicamente, un análisis de las condiciones de acción de los movimientos sociales en los tiempos neoliberales, los acontecimientos de diciembre de 2001 así como el lugar de los movimientos bajo el gobierno de Néstor Kirchner. Para ello asumimos una perspectiva basada en la “metodología de la reconstrucción” (De la Garza, 1988) que implica concebir la construcción de conocimiento en un proceso que incorpora el movimiento concreto-abstracto-concreto. En tal sentido presentamos una primera parte de reconstrucción de esa totalidad concreta denominada neoliberalismo, para luego observar las resistencias que desde la negatividad se fueron produciendo y cristalizando en movimientos sociales, así como los alcances y limitaciones de estos movimientos en el “devenir-otro” del orden, es decir bajo el gobierno de Néstor Kirchner y luego Cristina Fernández de Kirchner.

Reformas neoliberales y acción colectiva: de la resistencia al estallido

Las dinámicas políticas de los países son producto de los procesos sociohistóricos sobre los cuales a su vez éstas inciden. Por lo tanto -y aunque sea un lugar común- es imposible sustraerse de indicar que las condiciones en las cuales tuvieron lugar los procesos de movilización social de los años noventa tienen un antecedente en el proyecto político, económico y cultural de la última dictadura cívico-militar (1976-1983). Esto tanto por las políticas económicas tendieron a “reestructurar los aspectos básicos que definen el patrón de acumulación”, a la vez que reconfigurar el poder de las elites. Ambos procesos dejaron profundas huellas, reestructurando campos de acción. El paso de la maquinaria de disciplinamiento social (la persecución, la tortura, la desaparición, el asesinato y el terror) tuvo consecuencias directas sobre las subjetividades colectivas así como las dinámicas de participación política y las formas de militancia. La recanalización de la participación ciudadana hacia formas más institucionalizadas, menos subversivas y alejadas del conflicto y la protesta social, se concretó en un intento de construir un sistema de partidos que desembocó en las elecciones de 1983. En este esquema, la democracia representativa podía ser compatible con organizaciones de la sociedad civil encargadas de producir una cultura política democrática pero no con sujetos políticos que pusieran en cuestión la institucionalidad vigente. Ahora bien, la ilusión de la “primavera democrática” y la canalización de la participación mediante los partidos decayeron cuando la política se mostró incapaz de cumplir las promesas de atender la cuestión social agravada luego de la crisis de la deuda de 1982 y el Plan Austral, resistido por un movimiento sindical que recuperaba protagonismo en el conflicto social como dentro del Partido Justicialista. Por su parte, en las condiciones sociales marcadas por las políticas heredadas por la dictadura comenzaron los incipientes modos de organización que escaparon tanto a la participación estrictamente sindical o partidaria. Así se produjeron acciones de tomas de terrenos para la vivienda y una lucha de los pobladores por la legalización de los predios ocupados, algo que llevó a la conformación de cooperativas y Juntas Vecinales que marcaron experiencias comunitarias en los años ochentas, muchos de ellos vinculadas a las Comunidades Eclesiales de Base.

Por su parte, el movimiento de derechos humanos que ya había sido significativo como expresión de resistencia a la dictadura, se convirtió en uno de los actores importantes de la política que en materia de derechos humanos aplicara el gobierno de Raúl Alfonsín, así como su presencia se resignificó luego de que bajo la presión del “partido militar” se sancionaran las Leyes de Obediencia Debida y de Punto Final (1987), conformando un actor destacado de la dinámica política especialmente por la visibilidad de Madres de Plaza de Mayo y Abuelas de Plaza de Mayo y los alcances de su demanda de “justicia” .

El espiral inflacionario alentado por los grupos económicos locales hacia finales de los ochenta y la entrega anticipada del gobierno por parte de Raúl Alfonsín en 1989 marcaron condiciones internas para una nueva etapa en la sociedad argentina. La hiperinflación funcionó como dispositivo disciplinario mediante los efectos del terror y generó contexto para el nuevo consenso delegativo cuyo mandato era la recomposición del orden (la “estabilidad”) frente a la incertidumbre hiperinflacionaria. En tal sentido, si podemos hablar de una hegemonía neoliberal es por la producción de un discurso de interpelación eficaz que pudo dominar y dar sentido a la situación inestable de finales de los años ochentas y principios de los noventa, así como por la rearticulación efectiva de relaciones sociales estructurantes del orden social en la década del noventa.

En este contexto Argentina, como otros países de América Latina, se sumó a la puesta en marcha de las políticas abiertamente neoliberales. El llamado “Consenso de Washington” que respaldó en términos ideológicos y discursivos la implementación de medidas ortodoxas destinadas a una reestructuración de las sociedades encontró en el país un caso paradigmático. Las recomendaciones de liberalización comercial, privatizaciones, apertura y desregulación del mercado y ajuste estructural fueron en gran parte seguidas por la administración de Carlos Menem (1989-1999) por lo que el país se convirtió en un ejemplo de las políticas impulsadas por los organismos internacionales.

El gobierno que algunos denominaron “neopopulista” de Carlos Menem, entendiendo por ello una gran concentración de poder, decisionismo, encarnación personal de la soberanía popular y bajo control horizontal en el marco de una “democracia delegativa”, operó en un terreno de debilidad de los partidos políticos tradicionales, por el fracaso de gestión de la Unión Cívica Radical como por la subordinación al liderazgo presidencial por parte del Partido Justicialista. Precisamente el ejercicio de un liderazgo fuerte y la relación orgánica de la Confederación General del Trabajo (CGT) con el partido de gobierno ayudaron a que las reformas neoliberales se instalaran. Esto no quiere decir que no hayan existido modos de resistencia obrera al avance de la primera ola neoliberal, sino que éstas fueron fragmentarias –aunque algunas beligerantes- y en general no fueron acompañadas por las jerarquías sindicales. En este sentido, si la dictadura incluyó un proyecto de disciplinamiento social con blanco especial en los sectores combativos del peronismo, el sindicalismo de base y de la izquierda, el menemnismo avanzó sobre las estructuras sindicales tradicionales (activas en los años ochenta) ofreciendo incentivos para la negociación de las reformas neoliberales.

El neoliberalismo, como todo proyecto hegemónico, articuló un discurso ideológico y un conjunto de políticas de reconfiguración del orden social, instancias éstas conjuntas cuya distinción es analítica y conforman la totalidad concreta a la que hacemos referencia. Las tramas de sentidos naturalizados que componen el pensamiento único imperante con posterior a la caída del Muro de Berlín han sido cabalmente analizadas y son ampliamente conocidas5 y no nos ocuparemos aquí. No obstante sí es preciso señalar, en el nivel de la totalidad concreta, que la implementación del orden neoliberal supuso la afectación dos centros ordenadores de la sociedad argentina: el mundo del

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