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Historia Latinoamericana


Enviado por   •  2 de Abril de 2014  •  3.785 Palabras (16 Páginas)  •  464 Visitas

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T. Halperin Donghi

En 1880 el avance en casi toda Hispanoamérica de una economía primaria y exportadora significa la sustitución finalmente consumada del pacto colonial impuesto por las metrópolis ibéricas por uno nuevo.

El crecimiento será aun mas rápido que antes, pero estará acompañado de crisis de intensidad creciente: desde las primeras etapas de su afirmación, el orden neocolonial parece revelar a través de ellas los limites de sus logros, si no puede decirse que nace viejo, nace por lo menos con los signos ya visibles de un agotamiento que llegara muy pronto.

Al mismo tiempo que se afirma, el nuevo pacto colonial comienza a modificarse a favor de las metrópolis. La distribución de tareas entre ellas y las clases altas locales (que había comenzado por asignar a estas últimas en casi todos los casos la producción primaria y a las primeras la comercialización) aun allí donde se mantiene adquiere un sentido nuevo gracias a la organización cada vez menos libre de los mercados, facilitada por las transformaciones técnicas pero vinculada sobre todo con la de las estructuras financieras.

Las metrópolis de presencia más reciente las que se lanzan más agresivamente a la conquista de las economías dependiente, que culminan en la de la tierra: en ciertas áreas, ya hacia 1910, la alianza entre intereses metropolitanos y clases altas locales ha sido reemplazada por una hegemonía no compartida de los primeros: es el caso de Guatemala, donde capitalistas alemanes se han apoderado ya del comercio del café y han conquistado las mejores tierras productoras, es el de Cuba, primero española y luego independiente, y en ambas etapas abierta a la conquista de la tierra azucarera por compañías norteamericanas. Esto revela una tendencia mas general, el debilitamiento de las clases latas terratenientes. Este debilitamiento va acompañado de otro proceso, de intensidad variable según las regiones, por el cual las clases altas ven surgir a su lado clases medias cada vez mas exigentes, y en algunas zonas aun mas limitadas deben enfrentar también las exigencias de sectores de trabajadores incorporados a formas de actividad económica modernizadas. Este último proceso tiene su correlato político en un comienzo de democratización: mientras en México esta se da revolucionariamente, en Argentina, Uruguay y Chile se manifiesta a través del acceso al poder de nuevos sectores mediante el sufragio universal.

Esta democratización se da dentro del marco del orden neocolonial, y las tendencias que llevan al triunfo no se oponen de modo militante a la persistencia de ese orden; acaso por eso mismo las experiencias democráticas son tan afectadas como oligárquicas por las crisis de 1930, que revela bruscamente el agotamiento del nuevo pacto colonial.

Influye también el hecho de que América Latina pasa cada vez más de ser zona reservada a la influencia británica, a constituirse en teatro de la lucha entre influencias viejas y nuevas, que con estilos propios intentan repetir la conquista económica con tanto éxito llevada adelante por Inglaterra luego de 1810.

El transito del intervensionismo europeo a la tutela norteamericana se revela en el conflicto venezolano. A principios del siglo XX, el Estado y los particulares venezolanos son deudores insolventes de poderosos acreedores ingleses y alemanes, estos buscan atenuar sus tensiones mediante una acción conjunta contra sus deudores sudamericanos; Italia se agrega a la alianza, y una fuerza naval tripartita bloquea en 1902 los puertos venezolanos. Pero la opinión publi8ca latinoamericana vio con alarma e indignación el retorno a los usos internacionales de hacia medio siglo; el agresivo nacionalismo dominante de EE.UU. no veía, por su parte, sin preocupación al reaparición de las potencias europeas en una área que se había acostumbrado a considerar suya. Expresión de ambas reacciones fue, por su parte, la doctrina Drago, en la que el canciller argentino proclamaba que el uso de la fuerza militar era inaplicable a las relaciones entre deudores y acreedores, aun cuando estos o aquellos fuesen estados, y el llamado corolario Roosevelt a la doctrina Monroe, a través del cual EE. UU. Sostenía que en caso de que la escasa voluntad de ordenar sus finanzas hiciese a un estado latinoamericano deudor crónico, correspondía a los EE. UU. Y solo a ellos persuadirlo mediante el uso de la fuerza a adoptar las reformas necesarias, así fuese en beneficio de acreedores europeos y no estadounidenses.

De este modo EE. UU. asumía el papel de gendarme al servicio de las relaciones financieras establecidas en la etapa de madure del neocolonialismo; los hechos iban a demostrar con cuanta seriedad estaba dispuesto a encarar sus nuevos deberes en los treinta años siguientes.

La mas exitosa Inglaterra, había prescindido de dar a su hegemonía cualquier sentido militante; sin duda ello no nacía de respeto alguno por las peculiaridades hispanoamericanas, sino de que aun Gran Bretaña no había identificado su función imperial con la de suplir las carencias de los lesser breeds without the law, entre los que incluía sin duda, a los latinoamericanos. En todo caso, una consecuencia benéfica de esa despectiva indiferencia era que las comarcas sometidas al predominio británico no sufrían en general mas inconvenientes que los destinados a asegurar ventajas concretas a los intereses dominantes, y se ahorraban la necesidad de escuchar respetuosamente las exhortaciones y reprimendas que, en cambio, iba a prodigarles la nueva metrópoli en ascenso.

Este interés explica la tenacidad con que los EE. UU. Terminaron por retomar luego de algunas intermitencias la institucionalización de sus relaciones con Latinoamérica, que culminaría en la segunda posguerra en la formación de la Organización de Estados Americanos con carácter de pacto regional en el marco de las Naciones Unidas.

Los progresos de la idea panamericana entre los dirigentes de la política de los EE. UU. se hacían más rápidos precisamente cuando las tentativas de tutela directa eran momentáneamente abandonadas. Estas ventajas inmediatas explicaban los avances de un sistema internacional que configuraba meticulosamente las relaciones efectivas de poder: suponía, en efecto, la igualdad de todos los estados que lo integraban y, por añadidura, la indefectible coincidencia de sus intereses.

El movimiento difundido en los EE. UU. en pleno triunfo de la poética proteccionista con que se identifica el partido republicano, tiene por primer inspirador a Blaine: en ese fin de siglo el proyecto de unificación aduanera de las Ameritas y el de ferrocarril panamericano tenia un decidido aire de época; eran la replica, en el clima de afirmación de los imperialismos.

El proyecto panamericano iba a encontrar una resistencia abierta

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