ERIC J. HOBSBAWM INDUSTRIA E IMPERIO Ed. Ariel - Barcelona Capítulo 3 La Revolucion Industrial, 1780-1840(1)
lmariela30 de Noviembre de 2014
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ERIC J. HOBSBAWM
INDUSTRIA E IMPERIO
Ed. Ariel - Barcelona
Capítulo 3
La revolucion industrial,
1780-1840(1)
Hablar de Revolución industrial, es hablar del algodón. Con él asociamos
inmediatamente, al igual que los visitantes extranjeros que por entonces acudían a
Inglaterra, a la revolucionaria ciudad de Manchester, que multiplicó por diez su tamaño
entre 1760 y 1830 (de 17.000 a 180.000 habitantes). Allí <se>; Manchester, la que
proverbialmente <pensaba> y había de dar su nombre a la escuela de economía
liberal famosa en todo el mundo. No hay duda de que esta perspectiva es correcta. La
Revolución industrial británica no fue de ningún modo sólo algodón, o el Lancashire, ni
siquiera sólo tejidos, y además el algodón perdió su primacía al cabo de un par de
generaciones. Sin embargo, el algodón fue el iniciador del cambio industrial y la base
de las primeras regiones que no hubieran existido a no ser por la industrialización, y
que determinaron una nueva forma de sociedad, el capitalismo industrial, basada en
una nueva forma de producción, la <fábrica>. En 1830 existían otras ciudades llenas
de humo y de máquinas de vapor, aunque no como las ciudades algodoneras (en 1838
Manchester y Salford contaban por lo menos con el triple de energía de vapor de
Birmingham),(2) pero las fábricas no las colmaron hasta la segunda mitad del siglo. En
otras regiones industriales existían empresas a gran escala, en las que trabajaban
masas proletarias, rodeadas por una maquinaria impresionante, minas de carbón y
fundiciones de hierro, pero su ubicación rural, frecuentemente aislada, el respaldo
tradicional de su fuerza de trabajo y su distinto ambiente social las hizo menos típicas
de la nueva época, excepto en su capacidad para transformar edificios y paisajes en un
inédito escenario de fuego, escorias y máquinas de hierro. Los mineros eran -y lo son
en su mayoría- aldeanos, y sus sistemas de vida y trabajo eran extraños para los no
mineros, con quienes tenían pocos contactos. Los dueños de las herrerías o forjas,
como los Crawshays de Cyfartha, podían reclamar -y a menudo recibir- lealtad política
de <sus> hombres, hecho que más recuerda la relación entre terratenientes y
campesinos que la esperable entre patronos industriales y sus obreros. El nuevo mundo
de la industrialización, en su forma más palmaria, no estaba aquí, sino en Manchester y
sus alrededores.
La manufactura del algodón fue un típico producto secundario derivado de la dinámica
corriente de comercio internacional, sobre todo colonial, sin la que, como hemos visto,
la Revolución industrial no puede explicarse. El algodón en bruto que se usó en Europa
mezclado con lino par producir una versión más económica de aquel tejido (el fustán)
era casi enteramente colonial. La única industria de algodón puro conocida por Europa
a principios del siglo XVIII era la de la India, cuyos productos (indianas o calicoes)
vendían las compañías de comercio con Oriente en el extranjero y en su mercado
nacional, donde debían enfrentarse con la oposición de los manufactureros de la lana,
el lino y la seda. La industria lanera inglesa logró que en 1700 se prohibiera su
importación, consiguiendo así accidentalmente para los futuros manufactureros
nacionales del algodón una suerte de vía libre en el mercado interior. Sin embargo,
éstos estaban aún demasiado atrasados para abastecerlo, aunque la primera forma de
la moderna industria algodonera, la estampación de indianas, se estableciera como
sustitución parcial para las importaciones en varios países europeos. Los modestos
manufactureros locales se establecieron en la zona interior de los grandes puertos
coloniales y del comercio de esclavos, Bristol, Glasgow y Liverpool, aunque finalmente
la nueva industria se asentó en las cercanías de esta última ciudad. Esta industria
fabricó un sustitutivo para la lana, el lino o las medias de seda, con destino al mercado
interior, mientras destinaba al exterior, en grandes cantidades, una alternativa a los
superiores productos indios, sobre todo cuando las guerras u otras crisis
desconectaban temporalmente el suministro indio a los mercados exteriores. Hasta el
año 1770 más del 90 por ciento de las exportaciones británicas de algodón fueron a los
mercados coloniales, especialmente a Africa. La notabilísima expansión de las
exportaciones a partir de 1750 dio su ímpetu a esta industria: entre entonces y 1770
las exportaciones de algodón se multiplicaron por diez.
Fue así como el algodón adquirió su característica vinculación con el mundo
subdesarrollado, que retuvo y estrechó pese a las distintas fluctuaciones a que se vio
sometido. Las plantaciones de esclavos de las Indias occidentales proporcionaron
materia prima hasta que en la década de 1790 el algodón obtuvo una nueva fuente,
virtualmente ilimitada, en las plantaciones de esclavos del sur de los Estados Unidos,
zona que se convirtió fundamentalmente en una economía dependiente del Lancashire.
El centro de producción más moderno conservó y amplió, de este modo, la forma de
explotación más primitiva. De vez en cuando la industria del algodón tenía que
resguardarse en el mercado interior británico, donde ganaba puestos como sustituto
del lino, pero a partir de la década de 1790 exportó la mayor parte de su producción:
hacia fines del siglo XIX exportaba alrededor del 90 por ciento. El algodón fue
esencialmente y de modo duradero una industria de exportación. Ocasionalmente
irrumpió en los rentables mercados de Europa y de los Estados Unidos, pero las guerras
y el alza de la competición nativa frenó esta expansión y la industria regresó a
determinadas zonas, viejas o nuevas, del mundo no desarrollado. Después de mediado
el siglo XIX encontró su mercado principal en la India y en el Extremo Oriente. La
industria algodonera británica era, en esta época, la mejor del mundo, pero acabó
como había empezado al apoyarse no en su superioridad competitiva, sino en el
monopolio de los mercados coloniales subdesarrollados que el imperio británico, la
flota y su supremacía comercial le otorgaban. Tras la primera guerra mundial, cuando
indios, chinos y japoneses fabricaban o incluso exportaban sus propios productos
algodoneros y la interferencia política de Gran Bretaña ya no podía impedirles que lo
hicieran, la industria algodonera británica tenía los días contados.
Como sabe cualquier escolar, el problema técnico que determinó la naturaleza de la
mecanización en la industria algodonera fue el desequilibrio entre la eficiencia del
hilado y la del tejido. El torno de hilar, un instrumento mucho menos productivo que el
telar manual (especialmente al ser acelerado por la <lanzadera> inventada en los años
30 y difundida, en los 60 del siglo XVIII), no daba abasto a los tejedores. Tres
invenciones conocidas equilibraron la balanza: la spinning-jenny de la década de 1760,
que permitía a un hilador <a> hilar a la vez varias mechas; la water-frame de 1768 que
utilizó la idea original de la spinning con una combinación de rodillos y husos; y la
fusión de las dos anteriores, la mule de 1780,(3) a la que se aplicó en seguida el vapor.
Las dos últimas innovaciones llevaban implícita la producción en fábrica. Las factorías
algodoneras de la Revolución industrial fueron esencialmente hilanderías (y
establecimientos donde se cardaba el algodón para hilarlo).
El tejido se mantuvo a la par de esas innovaciones multiplicando los telares y tejedores
manuales. Aunque en los años 80 se había inventado un telar mecánico, ese sector de
la manufactura no fue mecanizado hasta pasadas las guerras napoleónicas, mientras
que los tejedores que habían sido atraídos con anterioridad a tal industria, fueron
eliminados de ella recurriendo al puro expediente de sumirlos en la indigencia y
sustituirlos en las fábricas por mujeres y niños. Entretanto, sus salarios de hambre
retrasaban la mecanización del tejido. Así pues, los años comprendidos entre 1815 y la
década del 40 conocieron la difusión de la producción fabril por toda la industria, y su
perfeccionamiento por la introducción de las máquinas automáticas (self-acting) y otras
mejores en la década de 1820. Sin embargo, no se produjeron nuevas revoluciones
técnicas. La mule siguió siendo la base de la hilatura británica en tanto que la continua
de anillos (ring-spinning) -inventada hacia 1840 y generalizada actualmente- se dejó a
los extranjeros. El telar mecánico dominó el tejido. La aplastante superioridad mundial
conseguida en esta época por el Lancashire había empezado a hacerlo técnicamente
conservador aunque sin llegar al estancamiento.
La tecnología de la manufactura algodonera fue pues muy sencilla, como también lo
fueron, como veremos, la mayor parte del resto de los cambios que colectivamente
produjeron la Revolución industrial. Esa tecnología
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