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El LLamado Socialismo Cientifico O Marxismo


Enviado por   •  30 de Octubre de 2013  •  1.827 Palabras (8 Páginas)  •  379 Visitas

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El llamado socialismo científico o marxismo nació en el siglo XIX, a partir de las ideas de Marx y Engels, en pleno desarrollo de la Revolución industrial. Aquella Revolución, la misma que habría de iniciar una era de progreso material para la civilización, se fundó sobre uno de los capítulos más negros de la historia, el de las injusticias sufridas por una nueva clase social, el proletariado o clase obrera. Centenares de miles de hombres, mujeres y niños se vieron obligados para subsistir a trabajar y vivir en penosas condiciones: con sueldos de hambre, jornadas laborales agotadoras de 14 horas, expuestos a los accidentes y los despidos arbitrarios, sin seguros médicos, descanso o jubilación, hacinados en pequeños e insalubres apartamentos y amenazados siempre por la mortal tuberculosis.

Contra esta situación de auténtica explotación se alzaron dos voces, muy distintas en sus orígenes, naturaleza, ideas y objetivos: la Iglesia católica y el ya citado marxismo. La Iglesia fue desarrollando un cuerpo de doctrina, la Doctrina Social, cuyo documento más representativo fue la encíclica de León XIII, Rerum novarum (1891). La Doctrina Social de la Iglesia condenó, a la vez, los abusos del liberalismo económico y el marxismo, y fue también el origen de numerosas iniciativas personales y organizaciones que defendieron los derechos de la clase obrera y trabajaron por mejorar sus condiciones de vida. Pese a todo, el socialismo se impuso en los ambientes obreros desde finales del siglo XIX.

El marxismo nació con la publicación, en 1848, del Manifiesto comunista, obra de Karl Marx y Friedrich Engels. Más tarde, vendrían las internacionales obreras (1864 y 1889), los partidos y sindicatos socialistas y la ansiada Revolución: la Revolución Rusa, en octubre de 1917, dirigida por Lenin, que habría de instaurar el primer régimen comunista o de socialismo real, la Unión Soviética (1917-1991).

El socialismo de Marx fue concebido como una filosofía materialista y atea, en la que la historia se interpretaba como un enfrentamiento entre clases opresoras y oprimidas. Para Marx, en su tiempo, la sociedad se presentaba dividida en dos clases antagónicas: la burguesía -los opresores- y el proletariado -los oprimidos-. El marxismo entendía que el pueblo trabajador debía tomar “conciencia de clase” y lanzarse al enfrentamiento contra la burguesía. Era pues necesaria “la lucha de clases” y la “Revolución”, es decir, la toma del poder político por la fuerza. Obtenido el poder, se instauraría la “Dictadura del Proletariado” que habría de imponer el fin de las clases y de la propiedad privada. Finalmente, la Dictadura del Proletariado, transformando la sociedad, llevaría a una sociedad perfecta, al Paraíso en la Tierra.

El marxismo se definió como ateo y enemigo de la religión, declarando que “la religión era el opio del pueblo”. Sin embargo, en los temas planteados por esta ideología descubrimos ciertos inquietantes paralelismos con la fe cristiana. Tendríamos, por ejemplo, un Pecado Original consistente en el surgimiento de la propiedad privada, una Redención a través del sufrimiento del proletariado, la víctima que habrá de rescatar con su pasión a toda la Humanidad, o un Partido que se concibe a modo de Iglesia con un Comité Central que ejerce de sagrado magisterio (1). El sucesor de Lenin, Stalin, que había sido en su juventud seminarista, supo dotar al socialismo de una liturgia perfectamente representada en numerosos actos y manifestaciones del Partido Comunista, como los desfiles del 1 de mayo en la Plaza Roja de Moscú, que tanto recuerdan a las procesiones con iconos de la Iglesia ortodoxa rusa. Por no hablar del culto establecido en torno al cuerpo “incorrupto” de Lenin.

Estamos pues ante una religión laica cuyo cielo no está en el otro mundo sino que es preciso buscarlo en la Tierra. La lucha por conseguir ese objetivo, el Paraíso en la Tierra, ha llenado de sentido la vida de muchos hombres a lo largo del siglo XX, inyectándoles un fervor y una fuerza solo comparable a la que se puede observar en los fieles de una auténtica religión, de una fanática religión. Benedicto XVI cuando era cardenal recordaba que el “bien absoluto” del marxismo, es decir, “la implantación de una justa sociedad socialista, viene a constituirse como norma moral que justifica cualquier cosa, incluso la violencia, la muerte y la mentira cuando sean necesarias”. De este modo podemos entender el espantoso genocidio al que fueron sometidos los países en los que se implantaron regímenes comunistas. El entonces cardenal Ratzinger concluía: “Este es uno de tantos aspectos por donde se comprueba cómo la humanidad, cuando se aparta de Dios, llega a las consecuencias más disparatadas. La razón del individuo puede dar en cada caso a sus acciones los más varios, imprevistos y peligrosos objetivos. Y lo que parecía ser liberación muestra en realidad el diabólico rostro de lo más contrario” (2).

Paralelamente al establecimiento de los totalitarismos de izquierda después de la II Guerra Mundial (Desde 1945, primero en Europa del Este y posteriormente en China y otras zonas del mundo), en diversos países, desde EEUU y Canadá hasta Europa occidental, pasando por Australia y Nueva Zelanda, la evolución política, económica y social fue desarrollando y consolidando un nuevo tipo de sociedad, cuya principal novedad histórica ha sido, no sólo conseguir un alto grado de riqueza, sino ante todo que esa riqueza esté bien repartida

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