Enrique Florescano - Tres Pilares del Ejercicio Histórico.
M Camila MuñozInforme14 de Febrero de 2017
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Universidad del Cauca
Facultad de ciencias humanas y sociales
Programa de Historia
Valentina Solís Vivas-María Camila Muñoz
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Nombre del autor: FLORESCANO, Enrique.
Título: LA FUNCIÒN SOCIAL DE LA HISTORIA. “Tres pilares de la operación historiográfica”- “imágenes y transformaciones del narrador del pasado”.
Situación cronológica: Siglo XX- XXI
Corriente historiográfica: …………………………
Editorial: Fondo de cultura económica.
Lugar y fecha de edición: México, 2012.
1: LECTURA DE ASIMILACIÓN:
Enrique Florescano Mayet ha sido sin duda alguna, uno de los historiadores más prolíficos pertenecientes al ámbito historiográfico latinoamericano. Con cada uno de sus proyectos investigativos, ha demostrado su infatigable ambición por promover una nueva lectura histórica que se ha enfocado principalmente en el diálogo constante con distintos grupos sociales y enriquecido en diversos escenarios, por ejemplo, en la academia, con autoridades locales, estatales y con comunidades. A Florescano se le ha calificado como un “caminante incansable”, en busca constante de conocimiento, formador de grupos de trabajo y transmisor de los saberes hacia el público en general[1].
Con sus numerosos cargos de dirección de grupos de investigación a tiempo completo, debe reconocérsele una admirable labor en la que encuentra a través de la transmisión de conocimientos un fundamento crucial de su oficio de historiador, así, Florescano no sólo se encasilla en una postura en la que se maraville por sí solo con el arte de conocer, sino que también encuentra en la enseñanza y la publicación lo esencial para que comunidades estén conscientes de la riqueza de sus patrimonios materiales e inmateriales y la importancia de su preservación. Gracias a sus trabajos, el mundo mexicano ha hallado un nivel nuevo para el entendimiento de su identidad y su apropiación a ella ha reforzado la búsqueda de respuestas a nuevas incógnitas sobre el pasado y el presente del país y el continente.
Mediante trabajos como el de los Precios del maíz y crisis agrícolas en México, 1708-1810, el cual fue considerado “como la mejor obra histórica de autor mexicano editada en 1969”, se pudo exponer su gran nivel como historiador. En 1976 recibió el Premio Nacional de Ciencias Sociales, otorgado por la Academia de la Investigación Científica. En 1982 el gobierno francés le hizo entrega de las Palmas Académicas; en 1985 fue nombrado Caballero de l’Ordre National du Mérite por el presidente de Francia, François Mitterand. En 1996 obtuvo el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el área de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía. En la actualidad, Enrique Florescano es investigador emérito del Sistema Nacional de Investigadores. Este largo reconocimiento es quien demuestra su experticia, pero sobretodo, su interés renovado y constante de hallar respuestas a todas las incógnitas que surgen con el paso de los años.
Enrique Florescano es un ejemplo de humanista del periodo de transición de los siglos XX al XXI porque durante este periodo hubo una serie de cambios radicales en las formas de pensar la historia, y en la que todas las direccionales primordiales de la disciplina están trazadas por nuevos lineamientos, que buscan más un activismo social a través de la escritura académica -la historia como un arma discursiva- y que comparten una noción y motivaciones cercanas a las corrientes políticas del momento. Debido a esto, Florescano se ha formado profesionalmente en el área del conocimiento histórico como un investigador interesado en la apropiación de las identidades, así como mencionamos con anterioridad, en la que ha logrado una clara contribución en la apropiación de técnicas y métodos de estudio relacionados a su región y cultura en particular, métodos que ciertamente son de amplia difusión en el ámbito académico latinoamericano. Andrés Lira recuerda que, a su regreso de Francia, Florescano era un convencido promotor de la historia económica y social a la manera braudeliana, por lo que adoptaba la pose de quien manejaba la última novedad europea y: “... hablaba con aleccionante desdén de la vieja historia política, de la historia de acontecimientos y de la historia patriótica a la que enfrentaba una nueva historia nutrida en las perspectivas y en los métodos de las ciencias sociales”[2].
En relación con metodología de Florescano, se podría resaltar que este siempre ocupa una visión moderna del conocimiento histórico, en el que rescata tres importantes aportaciones teóricas; la de los positivistas que se propusieron fundamentalmente el reconstruir el pasado como realmente había sucedido e instituyeron al documento sometido a la crítica como la base fundamental para lograrlo; el marxismo, corriente con gran arraigo intelectual durante su época de estudio en Francia y que realizó una renovación del método histórico porque aplicó la teoría económica como instrumento para generar desde los datos concretos un conocimiento profundo y coherente de la totalidad histórica. Por último, el llamado de los historiadores y pensadores franceses para recuperar la historia total desde la mirada de las distintas ciencias sociales, con lo que se completó el cuadro para consensar que la investigación histórica consiste en producir conocimientos del pasado de los hombres a través de la explicación razonada, crítica, inteligente y comprensiva.
Pues bien, con este gran recorrido académico, Florescano alcanza un nivel realmente insondable en su escritura de La Función Social de la Historia, puesto que si bien ya se había adentrado anteriormente en La Historia y el Historiador (1997) en los terrenos del oficio historiográfico, es con esta obra en donde logra un análisis realmente amplio y en donde culminan toda una serie de reflexiones metodológicas que se materializan en forma de distinguidos consejos al investigador en formación. En este libro también es posible captar el cómo pensarse como un escritor -como un narrador y reconstructor de mundos-, cómo construirse en la labor de historiar, y cómo los eventuales cambios de paradigmas a lo largo de nuestra propia historia nos han hecho replantear las condiciones de nuestra disciplina. Su propuesta, como tal, es definir metodológica y teóricamente el trabajo del historiador, un trabajo en el que debe desempeñarse como narrador, como investigador, y como ser ensartado en un tiempo y espacio específicos.
Publicada en 2012, la obra está inserta en un ambiente académico en donde la construcción metodológica está abierta y dispuesta a el público intelectual e interesado en las formas de responder incógnitas de investigación y método. En Latinoamérica, ciertamente, el público de este tipo de trabajos es realmente limitado, por lo que el aporte es realmente apreciado y ha sido recibido mayoritariamente con estimación, ya que incorpora una crítica de fuentes excepcional, con autores de alto reconocimiento dentro del ámbito historiográfico y abarca, dentro de lo posible, una variedad de temas que coaccionan para formar un horizonte esclarecedor para el historiador temeroso.
Para un escritor como Florescano, al que se le ha calificado de seguir las corrientes intelectuales francesas, un libro como este significa una apertura al debate, a la crítica de la sociedad -como puede notarse en el capítulo Desafíos y Constricciones que retan el oficio del Historiador-, y que paulatinamente, puede ser usada como una herramienta de construcción para entenderse como humanista y como ser político. Cabe recalcar que, además, su forma de “traducir” las metodologías europeas para la academia latinoamericana es una de las respuestas más acertadas a cómo aplicar una disciplina ideada por una sociedad totalmente distinta de la nuestra.
Precisamente esta situación resulta ser el límite del autor más plausible, puesto que, aunque con gran acierto logró resumir los pasos a seguir para una investigación histórica satisfactoria, y que además realizó una absolutamente seria crítica al eurocentrismo latente de la disciplina, no pudo explicar en su totalidad el cómo aplicar los métodos allí contenidos a la cotidianidad y realidades de las Américas, quienes se encuentran aún oscurecidas por el halo poderoso de la historiografía europea. Es, osado por demás, el pensar que, aunque realiza esta crítica, todo su recorrido expuesto en el capítulo Imágenes y Transformaciones del Narrador del Pasado se centra en la historia de Europa, y relega el desarrollo de las narraciones americanas, en donde sin duda hay aportaciones de gran importancia que él mismo ha estudiado. ¿Cómo alejarnos, entonces, de unas metodologías arbitrarias en donde todo lo dicho está hecho por y para otras sociedades?, ¿Deberíamos acogernos a la idea de que esta es la única forma de comprender nuestras historias, aunque nuestro crecimiento y desarrollo sean exponencialmente distintas?. Si bien las búsquedas de Florescano por un panorama historiográfico nuevo, en el que se ensalza el patrimonio cultural de su país, y de paso, a las Américas, están apegadas a las formas de pensar europeas, que, aunque han estado más abiertas a las revisiones de la historia americana, continúan siendo la vara de medición de nuestro oficio y seguimos existiendo dentro de los imaginarios del mundo, pese a todos los esfuerzos, como sociedades pre-modernas, y enclavadas a la connotación de sub-desarrollo.
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