Historia Argentina
gpettinari29 de Marzo de 2015
4.412 Palabras (18 Páginas)199 Visitas
Carta de Estanislao López a Rosas (12-05-1835).
Santa Fe, mayo 12 de 1835.
Señor Don Juan Manuel de Rozas.
Mi querido compañero:
El 5 a la noche llegó la valija de ésa conducida de posta en posta, y por ella recibí sus apreciables comunicacionesT (entre ellas la de 18 del pasado que me propongo contestar en esta carta.
En el curso de mi correspondencia, y por las cartas y copias que ahora le incluyo, había notado usted que mi razón había resistido dar asenso a los conceptos que arrojaban las notas del Gobierno de Santiago al de Córdoba sobre el asesinato de nuestro compañero el desgraciado General Quiroga, porque a la verdad, parecía imposible que un Gobierno federal se manchase en una alevosía tan negra y abominable perpetrada en uno de los primeros jefes de la gran causa que sostenemos tan empeñosamente y con tanta justicia; máxime cuando recapacitando cuanto ha sucedido en la República, y el grado a que ha llegado el encono de nuestros enemigos, lo primero que debía ocurrir era, que éstos debían ser exclusivamente los autores y ejecutores de tal maldad. Conducido al principio por estas reflexiones, y temiendo en la provincia de Córdoba una catástrofe igual a la que ha tenido lugar en Salta, si continuaba la desavenencia entre Ibarra y Reynafé, que hablán-dole a usted con la franqueza que debo, suponía era promovida por Heredia, fué que me interpuse entre estos Gobernadores, como conciliador, con el fin de ahorrar nuevas calamidades a nuestra patria común, y nuevos motivos de deshonor al menos, en el asunto del asesinato, sin duda alguna, para en cierto modo parapetarse aquellos a quienes la opinión pública marca ya como autores de tan horrible atentado.
Mi primera resolución cuando escribí la nota de oficio fué dar a la prensa todo lo que está comprendido desde el número 1 al 6, pero como simultáneamente recibí sus comunicaciones, a que contesto, y como deposito en su fiel amistad y buen juicio una confianza sin límites, he deliberado mandar a usted todo para que reflexionando con más serenidad de la que yo puedo tener en ese asunto, las dé a la prensa si le parece, y a más cualquiera otra cosa de lo que le incluyo, que juzgue usted deba publicarse, cierto de que lo que usted hiciere merecerá mi aprobación; repitiendo a usted que mientras usted no me persuada lo contrario, mi voto es que se publiquen los seis documentos dichos; pero repito también, que respetaré lo que usted haga en el particular.
No extraño, ni me sorprende que los malvados que tienen un interés en dividirnos y perdernos, para sobreponerse ellos después, porque de otro modo no lo podrán conseguir jamás, digan y crean también que la ojeriza con que suponen nos mirábamos el finado General Quiroga y yo fuere un motivó bastante para que yo tuviera parte en su desgracia, desde que conozco esos infames, cuyos ardides para que tuviera efecto esa ojeriza, y aún algo más, sería difícil describirlos en una resma de papel. Usted se asombraría, compañero querido, si estuviese al cabo de las hábiles maniobras que se han hecho, ha mucho tiémpo, de las cartas que se me han escrito, de los muchos anónimos, y lo que es más, las personas que han galopado muchas leguas al solo objeto de persuadirme de la red que me estaba tendida por nuestro desgraciado compañero y por usted: todo lo desprecié siempre con la mayor entereza, quemando en presencia de los conductores todos los papeles y cartas que contenían cosas de este género, y despreciando a los que me venían con cuentos. Con esta conducta conseguí cansarlos hasta el punto de desistir de su torpe empeño. Ahora vea usted si me podrá sorprender lo que usted me avisa, que dicen acerca de mí, ni lo que en lo sucesivo puedan decir. Si los demás jefes a la causa federal. Tal fué la conducta que me propuse observar al principio. Mas depués ios sucesos que se han ido desenvolviendo, lo que han dicho los Gobiernos de Tucumán, Santiago y Rioja, las aserciones de cuantos vienen de la Provincia de Córdoba, el resultado de la célebre comisión pesquisadora y las ideas que demanda la misma correspondencia de ese Gobierno sobre el asesinato del General Quiroga, me hicieron fijar sobre estos pormenores, y entrando de nuevo en meditación, conocía no sólo que las ideas del Gobernador Ibarra muy particularmente en orden a Santos Pérez no iban fuera de camino, sino que el Gobierno de Córdoba se hacía culpable en el hecho de sincerar tanto a ese hombre que siempre fué un perverso, pidiendo a esos mismos gobiernos los datos que tenían contra él. Por ello fué que dirigí al señor Reynafé la carta número 1, manifestándole mi opinión sobre lo que debía hacer con el expresado Pérez, y al mismo tiempo le hablo, como lo notará usted, sobre la poca circunspección y conocida mentira de su Delegado al decir a la viuda del General Quiroga que los rastros de los asesinos se dirigían como para Santa Fe, según lo demuestra la copia número 2, cuya invectiva, no ha sido ni podido ser un descuido, ni falta de conocimientos topográficos de la provincia de Córdoba, y sí que esto se ha Tiecho intencionalmente. La carta número 3 demuestra hasta la evidencia que mi juicio no es equivocado, si se atiende a las pueriles y extravagantes razones que en ella presenta Aguirre para vindicarse del muy justo cargo que sobre su expresión de como para Santa Fe hizo al Gobernador Reynafé. Al mismo tiempo que recibí esa carta, recibí también la sumaria seguida a Pérez, que le incluyo, la que corre pareja con lo actuado por la comisión pesquisadora sobre el asesinato, y con esos célebres documentos contenidos en las copias números 4 y 5. Confieso a usted compañero, que la lectura de ellos me ha irritado hasta el extremo, y me han decidido a pasar a Reynafé el oficio número 6 y la carta número 7, cuyos conceptos me ahorran hacer a usted explicaciones. Espero que me encontrará usted razón en este modo de obrar desde que conozca, como he conocido yo, que aunque de una manera muy torpe, y sin ninguna habilidad, se ha pretendido como dejar entrever que yo tenía inteligencia, de la Federación, entre los cuales no incluyo a usted, porque conozco bien su carácter firme y consecuente, hubiesen tenido igual firmeza, el país no se vería hoy envuelto en los males que sufre, ni se habrían sacrificado las víctimas ilustres que lo han sido tan bárbara y cruelmente. Esa necia credulidad ha puesto a Salta en manos de los unitarios y ella, sin poderlo dudar, ha causado la muerte de nuestros amigos Latorre, Quiroga, Ortiz y demás buenos federales.)
Es una clásica mentira esa entrevista que han dicho los díscolos y los malvados, ha tenido conmigo el Coronel Reynafé después de la pasada del General Quiroga. (Como usted lo verá por las adjuntas.) El Coronel Reynafé estuvo aquí en septiembre del año pasado, cuando yo menos lo esperaba, (porque mi correspondencia particular, y aún la pública, la había cerrado con su hermano Don Vicente, fastidiado ya de sus necias desconfianzas, que sería muy largo el referirlas; y con aquél tampoco la tenía.) Luego que llegó el tal hombre, sus primeras conferencias estuvieron deducidas a referirme todas las ocurrencias de la revolución de Castillo, y las del ejército del Centro; a manifestarme las quejas del Gobierno de Córdoba contra el de Buenos Aires por la ocupación que se había dado al Coronel Seguí (y a algunos otros criminales de la revolución en la fuerza que marchó a San Luis, representándome que esa fuerza era el mayor enemigo de los Pueblos, muy particularmente del de Córdoba;) y luego descendió a hablarme sobre las probabilidades que había de que el General Quiroga me atacase dejando entrever cierta ingerencia de parte de usted en la empresa. Con este motivo le hablé muy claro diciéndole: que jamás le haría mal al General Quiroga, ni creía que él me lo hiciese, porque no había motivo para ello; (que no creía ese ataque tan sin razón; pero que si llegaba a suceder, estaba cierto de vencerlo, porque es muy frecuente ver triunfar la razón y la justicia;) y por lo que respecta a usted le hablé muy extensamente, demostrándole con hechos y con cartas que era el único de quien los Pueblos debían esperar bienes, que era un fiel amigo, y que por mi parte tenía en usted depositada tanta confianza, como en mí mismo. (Mis explicaciones le hicieron tal impresión, que entró a demostrarme que si el país no se organizaba brevemente era perdido, y usted era la persona indicada para hacer este grande bien, promoviéndolo yo; que al efecto, debía sin demora enviar un agente público a Buenos Aires, y hasta se avanzó a indicarme la persona que debía enviar, asegurándome que el Gobierno de Córdoba la caracterizaría también al mismo objeto. Desechada por mí esta proposición por extemporánea, exigió que al menos se tuviere con usted una entrevista, y aún quiso dar a entender que él también quería tenerla. Me habló sobre mi enemistad con Don Vicente y la necesidad de terminarla; mas luego, que le instruí de los hechos, me encontró razón, y aún se quejó de algunas imbecilidades de su hermano que él no había podido remediar. Por último, me aseguró que iba a trabajar de acuerdo conmigo contra los indios del Norte, asegurándome una cooperación eficaz, y se retiró.
Aquí tiene usted fielmente explicado lo que ha habido con la venida del Coronel Reynafé, en septiembre del año pasado; y después de esa data, ni le he visto la cara, ni se ha acercado por esta parte. Yo bien comprendí que el verdadero objeto de la venida de este mozo, había sido para recabar de mí que yo tratase con Don Vicente, porque sé todos los pasos que éste dió para ello. No me quise prestar entonces; mas después, habiendo meditado una entrada a los indios del Norte, en la que él se ofreció a marchar, me escribió
...