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Institucional Del 86

lpinto8620 de Mayo de 2012

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a constitución de 1886.

Jorge Orlando Melo Publicado en: Nueva Historia de Colombia. Bogotá. Editorial Planeta. 1989. Vol III.

Un nuevo mundo político. Cuando Núñez pudo anunciar en 1885 que la Constitución de 1863 había muerto, estaba efectuando una verdadera revolución en la organización política del país. Entre 1878 y 1885 había tratado de lograr una reforma constitucional cuyo contenido apenas vino a precisarse hacia 1884, pero sin que fuera fácil advertir mediante qué mecanismos podía lograrse. 1 Los radicales, aunque a veces admitían la conveniencia, la necesidad misma de la reforma, nunca aceptaron realmente contribuir a una modificación inspirada por Núñez. Los conservadores estaban de acuerdo en muchas cosas con el político cartagenero, pero les importaba mucho más, en el plazo cercano, echarle mano a las riendas del poder. La salida final del impasse la dio la torpeza política de los radicales. En primer lugar, por supuesto, de los guerreristas santandereanos, más amigos de gestos y actitudes de valor y dignidad que de estrategias calculadas. Pero los guerreristas eran una minoría, y la mayoría pacifista acabó presa de los partidarios de la guerra, como ocurriría después, en 1895 y 1899. Para los radicales partidarios de una negociación con Núñez, de un acuerdo que habría impedido una reforma muy brusca de la Constitución, la situación era inmanejable: para impedir todo acuerdo bastaba un pequeño grupo de opositores, el cual tenía por un lado el derecho de decir que no colaboraría en la reforma constitucional, lo que la hacía imposible, y por el otro, el de enarbolar la bandera del honor, la tradición liberal, la dignidad. Y entre los mismos pacifistas, la desconfianza hacia Núñez estaba ya demasiado arraigada para seguir a aquellos que consideraban viable una transacción con el presidente. De este modo, los radicales, sin flexibilidad ni capacidad de maniobra, se fueron al desastre, y provocaron la guerra de 1885. Triunfador el gobierno, habría podido mantener la ficción de la legitimidad, y aprovechar el triunfo para convocar, de acuerdo con la Constitución vigente, una convención que la reformara: contaba con la unanimidad de los estados, pues aquellos que habían secundado la rebelión habían sido derrotados y sus jefes civiles y militares habían sido nombrados por el gobierno central. Como se ha visto, Núñez prefirió romper toda continuidad con el 63 y evitar los riesgos de un resurgimiento de la oposición antes de que una nueva Constitución estuviera expedida. Por eso, convocó más bien a un Congreso de Delegatarios, que debería estar compuesto por dos representantes por cada estado, uno independiente y otro conservador. Estos deberían ser nombrados por los jefes civiles y militares estatales, que a su vez habían sido nombrados por Núñez. Por lo tanto, el Congreso de Delegatarios estaba compuesto por dieciocho prohombres que habían sido escogidos realmente por el presidente de la República. Este procedimiento, como fácilmente se ve, permitía la más completa ruptura con la Constitución del 63, con el federalismo y con el radicalismo. Ninguno de los representantes de i este grupo tendría representación en el Consejo de Delegatarios: habían r sido derrotados v la nueva Constitución sería la de los vencedores. Ni siquiera se dio una representación directa a los conservadores de Antioquia, cuyo federalismo era sospechoso: los representantes de este estado fueron inicialmente José María Campo Serrano y José Domingo Ospina Camacho, el primero costeño y el segundo bogotano. Panamá tampoco era muy confiable, y se nombró delegatarios al bogotano Miguel Antonio Caro y a Felipe Paúl, este sí del Istmo, pero hombre muy cercano personalmente a Núñez. Es evidente que Núñez había llegado a la conclusión de que no había mucho que hacer con el radicalismo, y que era indispensable desarraigar por completo del país la tradición federal. Es muy probable que hasta mediados de 1884 todavía dominaran en él algunos de los elementos liberales que lo llevaron a decir, al posesionarse de la presidencia en agosto, que era irrevocablemente liberal. Los

                                                            

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Un análisis de los antecedentes de la constitución se encuentra en Jorge Orlando Melo, Del federalismo a la Constitución de 1886 (Bogotá, 1989)

acontecimientos de fines de ese año no sólo lo entregaron, objetivamente, en manos de los conservadores, sino que lo convencieron de que el radicalismo no debía volver a levantar cabeza. Y los elementos del pensamiento conservador, el autoritarismo, la utilización del sentimiento religioso como elemento de control social, el rechazo a la política apoyada en las movilizaciones de los sectores plebeyos, entraron a dominar claramente su pensamiento. Era un cambio que venía de antes, es cierto, y existen muchos antecedentes de este pensamiento en los escritos de Núñez de 1880 a 1885. Pero es un cambio que toma un ritmo desbordante a partir de finales de 1884. El fracaso radical dejaba en manos de Núñez un inmenso poder, que utilizó sin reatos en los años siguientes. El Regenerador, así como había sido la voz incontrovertible de los independientes, pasó a ser el oráculo indiscutido del nuevo sistema político. El conservatismo le debía la recuperación del poder, y aportó en los primeros años algunos políticos de importancia, como don Miguel Antonio Caro, el ideólogo constitucional del nuevo régimen, y don Carlos Holguín, el político por excelencia, el caballero sin tacha, el amigo personal de liberales y conservadores, y el hombre capaz de transar y encontrar salida política a las situaciones más difíciles. Entre ellos y Núñez se selló una alianza que resultaba imbatible y que poco a poco desplazó la influencia de los antiguos amigos de Núñez, los independientes. A ellos se sumaron los generales conservadores que confirmaron su prestigio en la guerra: Rafael Reyes, José María González Valencia y Antonio B. Cuervo. Los independientes, como se vio en el capítulo anterior, tenían un problema: su liberalismo los hacía proclives a volver al radicalismo, a transar con él y a buscar la unidad liberal. Esto los hacía sospechosos para Núñez y sus hombres más fieles, y durante todos los años de 1875 a 1885 se vio cómo muchos importantes independientes volvían al liberalismo tradicional. En 1885, entre los que se mantenían como independientes tenían importancia propia los políticos militares con una base regional poderosa, como Eliseo Payan, del Cauca, José María Campo Serrano, del Magdalena, o Daniel Aldana, de Cundinamarca. Justamente su poder los hacía sospechosos, y Payan y Aldana se mostraban renuentes a una reforma constitucional tan centralista que los dejara sin buena parte del poder que habían adquirido. No hay que olvidar que los grandes caciques regionales eran independientes: el poder de los radicales era más el de la prensa y el debate que el de las maquinarias regionales. Otros independientes que sobrevivieron a la prueba de la guerra fueron algunos de los administradores más cercanos a Núñez: Felipe Angulo, quien había estado entre los arquitectos de la alianza con los conservadores, sería por varios años, pese a su juventud, el independiente con mayor influencia del régimen. Otros independientes, casi todos también muy jóvenes, que habían comenzado sus carreras al lado de los grandes señores estatales nuñistas —de Otálora o de Wilches, por ejemplo—, eran Luis Carlos Rico, Antonio Roldán o Carlos Calderón Reyes. A veces heredaban un importante poder regional, pero más que ello los sostuvo su fidelidad a Núñez y a Caro, y su paciente y metódico trabajo burocrático. Roldán, Rico y Calderón se convirtieron en los ministros permanentes de los próximos quince años. Lo anterior apunta a una situación en la que el poder de los organismos políticos, partidos o clubes estaba muy diluido. Los conservadores tenían un amago de organización, pero fue disuelta después del triunfo para permitir el trabajo sin sospechas con los independientes. No existían directorios, círculos ni convenciones. Los regeneradores principales hablaban, y el sistema se ponía en movimiento. Pronto este grupo comenzó a llamarse «partido nacional» y por un momento se le dio un directorio, cuya redundancia lo disolvió. Núñez había señalado la importancia de un partido que respaldara la Regeneración, y Caro le dio el mayor impulso. Pero no logró tener propiamente una organización política independiente del gobierno, y se concebía a sí mismo como un partido único. Por tanto, quien se opusiera al partido, se oponía al mismo tiempo al Estado y a la nación. Los radicales tardarían bastante tiempo en reorganizarse. La brusquedad de la derrota los dejó sin estrategias, sin periódicos, sin dirección. Y mientras no aceptaran la inevitabilidad de la nueva Constitución, sus posibilidades de acción política serían realmente muy reducidas.

Los historiadores han tratado de establecer las relaciones entre los alinderamientos políticos de la Regeneración y las estructuras sociales del país, con resultados todavía muy precarios. La política era ante todo asunto de una élite social. No hay que olvidar que el alfabetismo era todavía un privilegio, que la población vivía en un medio rural, que el acceso a la escuela sólo lo tenía un porcentaje muy reducido de los habitantes. Por supuesto, no sólo los educados y alfabetas participaban de las pasiones y entusiasmos políticos. Los periódicos podían en épocas candentes leerse en voz alta para que todos se enteraran. Pero los periódicos eran, aunque muchos, de poca circulación; los diarios más

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