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Introduccion A La Historia


Enviado por   •  12 de Febrero de 2014  •  4.323 Palabras (18 Páginas)  •  211 Visitas

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INTRODUCCIÓN

"Papá, explícame para qué sirve la historia", pedía hace algunos años a su padre, que era historiador, un muchachi- to allegado mío. Quisiera poder decir que este libro es mi respuesta. Porque no alcanzo a imaginar mayor halago para un escritor que saber hablar por igual a los doctos y a los escolares. Pero reconozco que tal sencillez sólo es privile- gio de unos cuantos elegidos. Por lo menos conservaré aquí con mucho gusto, como epígrafe, esta pregunta de un niño cuya sed de saber acaso no haya logrado apa- gar de momento. Algunos pensarán, sin duda, que es una fórmula ingenua; a mí, por el contrario, me parece del todo pertinente.1 El problema que plantea, con la emba- razosa desenvoltura de esta edad implacable, es nada menos que el de la legitimidad de la historia. Ya tenemos, pues, al historiador obligado a rendir cuentas. Pero no se aventurará a hacerlo sin sentir un ligero temblor interior: ¿qué artesano, envejecido en su oficio, no se h¿ preguntado alguna vez, con un ligero estremeci- miento, si ha empleado juiciosamente su vida? Mas el debate sobrepasa en mucho los pequeños escrúpulos de una moral corporativa, e interesa a toda nuestra civilización oc- cidental. Porque contra lo que ocurre con otros tipos de cultura, ha esperado siempre demasiado de su memoria. Todo lo conducía a ello: la herencia cristiana como la he- rencia clásica. Los griegos y los latinos —nuestros prime- ros maestros— eran pueblos historiógrafos. El cristianismo es una religión de historiadores. Otros sistemas religiosos han podido fundar sus creencias y sus ritos en una mitolo- gía más o menos exterior al tiempo humano. Por libros sagrados, tienen los cristianos libros de historia, y sus litur- gias conmemoran, con los episodios de la vida terrestre de un Dios, los fastos de la Iglesia y de los santos. El cristia- nismo es además histórico en otro sentido, quizá más pro- fundo: colocado entre la Caída y el Juicio Final, el destino de la humanidad representa, a sus ojos, una larga aventu- ra, de la cual cada destino, cada "peregrinación" indivi-

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10 INTRODUCCIÓN dual, ofrece, a su vez, el reflejo; en Ja duración y, por lo tanto, en la historia, eje central de toda meditación cristia- na, se desarrolla el gran drama del Pecado y de la Reden- ción. Nuestro arte, nuestros monumentos literarios, están llenos de los ecos del pasado; nuestros hombres de acción tienen constantemente en los labios sus lecciones, reales o imaginarias. Convendría, sin duda, señalar más de un matiz en ¡a psicología de los grupos. Hace mucho tiempo que lo observó Cournot; eternamente inclinados a recons- truir el mundo sobre las líneas de la razón, los franceses en conjunto viven sus recuerdos colectivos con mucha me- nor intensidad que los alemanes, por ejemplo.2 Es tam- bién indudable que las civilizaciones pueden cambiar; no se concibe, como hecho en sí, que la nuestra no se aparte un día de la historia. Los historiadores deberán refle- xionar sobre ello. Porque es posible que si no nos ponemos en guardia, la llamada historia mal entendida acabe por desacreditar a la historia mejor comprendida. Pero si lle- gáramos: a eso alguna vez, sería a costa de una profunda rup- tura con nuestras más constantes tradiciones intelectuales. De momento en esta cuestión no hemos pasado todavía de la etapa del examen de conciencia. Cada vez que nues- tras estrictas sociedades, que se hal an en perpetua crisis de crecimiento, se ponen a dudar áe sí mismas, se las ve preguntarse si han tenido razón al interrogar a su pasado o si lo han interrogado bien. Leed lo que se escribía antes de la guerra, lo que todavía puede escribirse hoy: entre las inquietudes difusas del tiempo presente oiréis, casi infali- blemente, la voz de esta inquietud mezclada con las otras. En pleno drama me ha sido dado recoger el eco espontáneo de ello. Era en junio de 1940, el mismo día, si mal no me acuerdo, de la entrada de los alemanes en París. En el jardín normando en que nuestro Estado Mayor, privado de fuerzas, arrastraba su ocio, remachábamos sobre las cau- sas del desastre: "¿Habrá que pensar que nos ha engañado la historia?", murmuró uno de nosotros. Así la angustia del hombre hecho y derecho se unía, con su acento más amargo, a la sencilla curiosidad del jovenzuelo. Hay que responder a una y a otra.

INTRODUCCIÓN II Sin embargo, conviene saber qué quiere decir esa pa- labra "servir". Pero antes de examinarla quiero agregar unas palabras de excusa. Las circunstancias de mi vida pre- sente, la imposibilidad en que me encuentro de usar una gran biblioteca, la pérdida de mis propios libros, me obli- gan a fiarme demasiado de mis notas y de mis experiencias. Con demasiada frecuencia me están prohibidas las lecturas complementarias, las verificaciones a que me obligan las le- yes mismas del oficio del que me propongo describir las prácticas. ¿Podré, algún día, llenar estas lagunas? Temo que nunca del todo. A este respecto, no puedo menos de solicitar indulgencia del lector y, diría, "declararme cul- pable", si ello no implicara echar sobre mí más de lo que es justo, las faltas del destino.

Es verdad que, incluso si hubiera que considerar a la historia incapaz de otros servicios, por lo menos podría decirse en su favor que distrae. O, para ser más exacto —puesto que cada quien busca sus distracciones donde quiere—, que así se lo parece a gran número de personas. Personalmente, hasta donde pueden llegar mis recuerdos, siempre me ha divertido mucho.. En ello no creo diferen- ciarme de los demás historiadores que, si no es por ésta, ¿por qué razón se han dedicado a la historia? Para quien no sea un tonto de marca mayor, todas las ciencias son interesantes. Pero cada sabio sólo encuentra una cuyo cul- tivo le divierte. Descubrirla para consagrarse a ella es pro- piamente lo que se llama vocación. Por sí mismo, por lo demás, este indiscutible atractivo de la historia merece ya que nos detengamos a reflexionar. Ante todo, como germen y como aguijón, sn papel ha sido y sigue siendo capital. Antes que el deseo de conocimien- to, el simple gusto; antes que la obra científica plenamente consciente de sus fines, el instinto que conduce a ella: la evolución de nuestro comportamiento intelectual abunda en filiaciones de esta clase. Hasta en terrenos como el de la física, los primeros pasos deben mucho a las "colecciones de curiosidades". Hemos visto, incluso, figurar a los pe- queños goces de las antiguallas en la cuna de más de una

12 INTRODUCCIÓN orientación de estudios, que poco a poco se ha cargado de seriedad. Ésa es la génesis de la arqueología y, más recien- temente, del jolklore. Los lectores de Alejandro Dumas no son, quizás, sino historiadores en potencia, a los que sólo falta la educación necesaria para darse

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