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Introduccion A La Historia


Enviado por   •  7 de Septiembre de 2014  •  9.567 Palabras (39 Páginas)  •  226 Visitas

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BREVIARIOS del FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

6+ INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA

INTRODUCCIÓN a la Historia

for MARC BLOCH

/» memcriam nutrís árnica*

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

MEXICO-MADRID-BUENOS AIRES

Primera edición en francés, 1949 Primera edición en español, 1952 Primera reimpresión 1957 Segunda reimpresión, 1963 Tercera reimpresión, 1965 Cuarta reimpresión, 1967 Quinta reimpresión, 1970 Sexta reimpresión, 1974 Séptima reimpresión, 1975 Octava reimpresión, 1978 Décima reimpresión, 1980 Primera reimpresión en Argentina, 1982

Traducción de

PABLO GONZÁLEZ CASANOVA y MAX AUB

Título original: Ápologie pour l'Histoire ou Métier d'historien © 1949 Librairie Armand Colin, París

D. R. © 1952 FONDO DE CULTURA ECONÓMICA Av. de la Universidad 975, México 12, D. F.

© FONDO DE CULTURA ECONÓMICA, Argentina Suipacha 617, Buenos Aires, Argentina

ISBN 950.057.003.3

Queda hecho el depósito de Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

A LUCIEN FEBVRE,

A MANERA DE DEDICATORIA

SÍ este libro ha de. -publicarse un día; si, de simple antídoto al que fido hoy un cierto equilibrio del alma —entre los fcores dolores y las feores ansiedades personales y colec- tivas— viene a ser un verdadero libro, ofrecido fara ser leído, otro nombre distinto del de usted, querido amigo, será entonces inscrito en la cubierta. Usted lo sabe, se necesitaba ese nombre, en ese lugar: único recuerdo -per- mitido a una ternura demasiado -profunda y demasiado sa- grada para poder ex fresarla. ¿Y cómo me resignaría yo o no verle a usted aparecer también sino d azar de al- gunas referencias? Juntos hemos combatido largamente por una historia más amplia y más humana. Sobre la ta- rea común, ahora cuando escribo, se ciernen muchas ame- nazas. No por nuestra culpa. Somos los vencidos provi- sionales de un injusto destiteo. Ya vendrá el tiempo, estoy seguro, en que nuestra colaboración podrá volver a ser verdaderamente pública, como en el pasado, y, como en el pasado, Ubre. Mientras tanto continuara por mi parte en estas páginas, llenas de la presencia de usted. Aquí con- servará el ritmo, que fue siempre el suyo, de un acuerdo jundamentd, vivificado, en la superjicie, por el provecho- so juego de nuestras afectuosas discusiones. Entre las ideas que me propongo sostener, más de una me llega, sin duda alguna, directamente de usted. Respecto de muchas otras yo no podría decidir, en buena conciencia, si son de us- ted, mías o de ambos. Me enorgullece pensar que muchas veces me aprobará usted. En ocasiones me criticará. Y todo ello será entre nosotros un vinculo más.

Fougéres (Creuse), lo de mayo de 1941.

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INTRODUCCIÓN

"Papá, explícame para qué sirve la historia", pedía hace algunos años a su padre, que era historiador, un muchachi- to allegado mío. Quisiera poder decir que este libro es mi respuesta. Porque no alcanzo a imaginar mayor halago para un escritor que saber hablar por igual a los doctos y a los escolares. Pero reconozco que tal sencillez sólo es privile- gio de unos cuantos elegidos. Por lo menos conservaré aquí con mucho gusto, como epígrafe, esta pregunta de un niño cuya sed de saber acaso no haya logrado apa- gar de momento. Algunos pensarán, sin duda, que es una fórmula ingenua; a mí, por el contrario, me parece del todo pertinente.1 El problema que plantea, con la emba- razosa desenvoltura de esta edad implacable, es nada menos que el de la legitimidad de la historia. Ya tenemos, pues, al historiador obligado a rendir cuentas. Pero no se aventurará a hacerlo sin sentir un ligero temblor interior: ¿qué artesano, envejecido en su oficio, no se h¿ preguntado alguna vez, con un ligero estremeci- miento, si ha empleado juiciosamente su vida? Mas el debate sobrepasa en mucho los pequeños escrúpulos de una moral corporativa, e interesa a toda nuestra civilización oc- cidental. Porque contra lo que ocurre con otros tipos de cultura, ha esperado siempre demasiado de su memoria. Todo lo conducía a ello: la herencia cristiana como la he- rencia clásica. Los griegos y los latinos —nuestros prime- ros maestros— eran pueblos historiógrafos. El cristianismo es una religión de historiadores. Otros sistemas religiosos han podido fundar sus creencias y sus ritos en una mitolo- gía más o menos exterior al tiempo humano. Por libros sagrados, tienen los cristianos libros de historia, y sus litur- gias conmemoran, con los episodios de la vida terrestre de un Dios, los fastos de la Iglesia y de los santos. El cristia- nismo es además histórico en otro sentido, quizá más pro- fundo: colocado entre la Caída y el Juicio Final, el destino de la humanidad representa, a sus ojos, una larga aventu- ra, de la cual cada destino, cada "peregrinación" indivi-

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10 INTRODUCCIÓN dual, ofrece, a su vez, el reflejo; en Ja duración y, por lo tanto, en la historia, eje central de toda meditación cristia- na, se desarrolla el gran drama del Pecado y de la Reden- ción. Nuestro arte, nuestros monumentos literarios, están llenos de los ecos del pasado; nuestros hombres de acción tienen constantemente en los labios sus lecciones, reales o imaginarias. Convendría, sin duda, señalar más de un matiz en ¡a psicología de los grupos. Hace mucho tiempo que lo observó Cournot; eternamente inclinados a recons- truir el mundo sobre las líneas de la razón, los franceses en conjunto viven sus recuerdos colectivos con mucha me- nor intensidad que los alemanes, por ejemplo.2 Es tam- bién indudable que las civilizaciones pueden cambiar; no se concibe, como hecho en sí, que la nuestra no se aparte un día de la historia. Los historiadores deberán refle- xionar sobre ello. Porque es posible que si no nos ponemos en guardia, la llamada historia mal entendida acabe por desacreditar a la historia mejor comprendida. Pero si lle- gáramos: a eso alguna vez, sería a costa de una profunda rup- tura con nuestras más constantes tradiciones intelectuales. De momento en esta cuestión no hemos pasado todavía de la etapa del examen de conciencia. Cada vez que nues- tras estrictas sociedades, que se hal an en perpetua crisis de crecimiento, se ponen a dudar áe sí mismas, se las ve preguntarse si han tenido razón al interrogar a su pasado o si lo han interrogado bien. Leed lo que se escribía antes de la guerra, lo que todavía puede escribirse hoy: entre las inquietudes difusas del tiempo presente oiréis, casi infali- blemente, la voz de esta inquietud mezclada con las otras. En pleno drama me ha sido dado recoger el eco espontáneo de ello. Era en junio de 1940, el mismo día, si mal no me acuerdo, de la entrada de los alemanes en París. En el jardín normando en

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