Justo Sierra Y La Obra Educativa Del Porfiriato. Solana Fernando En Historia De La Educación pública En México.
bubobibeba30 de Septiembre de 2012
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IV. JUSTO SIERRA Y LA OBRA EDUCATIVA DEL PORFIRIATO, 1901-1911
Luis álvarez Barret
La situación política de 1900
Al cumplir 70 años, el dictador tenía serios quebrantos de salud; en los círculos gobernantes se pensaba ya en buscarle sucesor; no para un futuro inmediato, pero tampoco a muy largo plazo. Los hechos posteriores demostraron que aún le quedaba una década, aunque en medio de un creciente descontento. En la imposibilidad de precisar una fecha para la sucesión, menos el de un sucesor, quedaba puerta abierta a todas las contingencias, desde una explosión revolucionaria, hasta una intriga palaciega.
En el gabinete presidencial, contendían dos figuras relevantes: Li-mantour, ministro de Hacienda; y Baranda, de Justicia e Instrucción Pública. Con un ropaje novedoso, europeizante, M^p^fitoW* representaba a la juventud financiera, ansiosa de tomar en sus manos las riendas del poder; Baranda, por su parte, se dejaba querer por los viejos liberales, sin comprometerse con los nuevos, que eran antiporfiristas. Ello no le restaba simpatías, ni entre la gente nueva; años después, Molina Enríquez calificó a Baranda de gran liberal „ -----—--■
—Me han dicho, don Joaquín, que usted está muy enfermo. ¿Por qué no se da una vuelta por Europa? Allí están los mejores médicos del mundo.
—En efecto señor, estoy enfermo; pero el viaje a Europa no es fácil; he estado cctaSideáulíi». la idea de solicitar el permiso de usted para hacer un viaje a los Estados Unidos.
—Europa es mejor, don Joaquín; y por los gastos del viaje y del tratamiento no debe preocuparse. El gobierno, que le debe servicios eminentes, se hará cargo de todo.
—Iré a Europa, señor.
Si tal diálogo ocurrió, o es producto de la fantasía campechana, es difícil de comprobar; pero sus efectos están fuera de toda duda. Joaquín Baranda renunció y se fue del país para siempre; y no sólo eso, sino que los gobiernos barandistas de Yucatán y Campeche empezaron a declinar, y en 1902 cayeron definitivamente.
Justino Fernández se hizo cargo de la Secretaría de Justicia e Instrucción Pública, y a su lado, como subsecretario, especialmente encargado de la Instrucción Pública, fue designado Justo Siena. Tal fue el principio de la gestión educativa del maestro Sierra; brillante, a mi juicio, y no tan sólo positiva, como se admite generalmente. Es posible, sin embargo, que tenga que rectificar este primer juicio si, como se ha dicho, nuevos datos que desconozco, inducen a hacerlo así. De cualquier forma, enumeraré los hechos más notables de su administración, que nos permiten mantener el punto de vista expresado.
JUSTO SIERRA Y LA OBRA EDUCATIVA DEL PORFIRIATO, 1901-1911 85 La controversia sobre el positivismo
Otro acontecimiento que debe mencionarse para completar el marco de referencias de 1900, es la controversia sobre el positivismo en México, sólo como referencia en este momento, y ello porque ya en 1900 se planteaba esa discusión. En este caso habrá que considerar tres clases de adversarios del positivismo: los conservadores representados por el destacado escritor católico Emeterio Valverde; los viejos liberales no positivistas, cuyo representante más significado era José María Vigil, y la entonces naciente crítica filosófica que había de cuajar más tarde en el Ateneo de la Juventud.
Pero hemos dicho que, por ahora, la controversia sobre el positivismo sólo será una referencia, porque su consideración requiere señalamientos particulares a lo largo de la década que vamos a examinar y porque este examen será más completo si lo diferimos para el final. La cuestión no puede soslayarse porque resulta esencial para la historia del liberalismo mexicano y también porque Justo Sierra, personalmente, está involucrado en ella.
"Entre el triunfo de la República y la Revolución Mexicana, fases de la misma marcha de un pueblo —dice Leopoldo Zea— se cuentan cuarenta y tres años. Los años necesarios para el nuevo paso de la Nación, en la búsqueda y realización de su personalidad. Dentro de este lapso, se crea una generación que, con su dureza y egoísmo, hizo posible que la generación siguiente, buscando nuevos horizontes, impulse a México al encuentro de sí mismo como realidad concreta y como pueblo entre pueblos, pasando de lo concreto a lo universal. El positivismo ofrecerá las armas doctrinarias en la forj? ^efeSta^ttapa de la historia de México. El positivismo de Comte, de Mili y Spencer, utilizados de acuerdo con las exigencias de la historia..." Y añade: "Una historia que queda bajo los auspicios del genio de dos de sus más grandes educadores: Gabino Barreda y Justo Sierra".
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_______ v-ii intrincada maraña gracias a las sabias maniobras del ministro de Hacienda, la persona más poderosa del régimen después del dictador.
El Porfiriato había llegado ya a la cúspide de su poderío; una aristocracia feudal enriquecida y una brillante oficialidad de nuevo cuño eran sus má^^óli^alj ¿>ases de sustentación; pero, además, las viejas desavenencias con el clero se habían suavizado, las relaciones diplomáticas con el exterior habían alcanzado el más alto nivel, y el prestí gio de paz y de progreso alentaba las inversiones extranjeras. Por otra parte, una clase media intelectual, en pleno desarrollo, ofrecía sus mejores cuadros a la administración pública; aunque, también, sus peores enemigos.
Un incipiente desarrollo industrial, agrícola, ganadero, forestal y minero daba la impresión de una marcha acelerada hacia el progreso. Al restaurarse la República (1867) el país estaba en bancarrota; los capitales mexicanos estaban escondidos y los extranjeros aún no venían; el tránsito <lel desastre al progreso aparente (1900), había sido laborioso. Ante propios y extraños. Hubo que restaurar el crédito y ello sólo a base de grandes sacrificios. Los capitales extranjeros no se invertían en fábricas sino en industrias extractivas, en la explotación despiadada de nuestros recursos naturales, de nuestras materias primas, y en casos especiales, como el henequén y el chicle, semielaboradas.
La tesis oficial sobre estos cambios, era que don Porfirio había modificado profundamente las condiciones del país, que lo había transformado en un incipiente estado capitalista aunque, para lograrlo, se hubiera apoyado en las viejas estructuras feudales, restaurándolas e, incluso, confiriéndoles poder y riqueza sin precedente.
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Conjurado el peligro de dominación extranjera representado por la invasión francesa y el imperio de Maximiliano, México puso sus esperanzas de progreso y bienestar en el capitalismo industrial, entonces ya en ascenso acelerado. El imperialismo yanqui aprovechó esta coyuntura para ofrecer sus servicios y ocupar posiciones en el país antes de que Inglaterra incluyera a México en su zona de influencia. Con una capacidad de comprensión y de adaptación entonces insospechada, los Estados Unidos se atuvieron a las nuevas condiciones de México. No incurrieron en el error del intervencionismo europeo, enérgicamente rechazado por el pueblo mexicano, sino que tomaron el camino de la infiltración económica.
Al efecto, aprovecharon los servicios del caudillo que gobernaba a México, y su buena disposición para todo lo que representaba progreso. El general Díaz, por su parte, buscó el contacto con ciertos intereses norteamericanos atraídos por los recursos naturales de nuestro país, recibiendo de tales círculos expansionistas a cambio, el apoyo y los medios para consolidar su poderío, imponer la paz y conquistar el prestigio de ser un gobierno fuerte, que tanto bien le haría en escala internacional.
También le sirvió para alentar las ambiciones de_jpoder ^ de dinero de terratenientes y mercaderes e, incluso, estimular* lis* pntneros brotes de una actividad fabril novedosa y modernista.
Interés sobresaliente del imperialismo yanqui en México, fue la construcción de una extensa red de ferrocarriles, y aunque no le preocupaba mucho el servicio que con esto se hacía a nuestro país, sino el que recibía la minería ríe c„ —-- ■
Pública; había, asimismo, no pocos intelectuales con capacidad para cumplir un encargo así; pero el dictador estaba acostumbrado a hacer su voluntad, y en este caso era escoger un hombre equidistante de las diversas corrientes políticas de su gabinete; o mejor, ajeno a ellas.
En la búsq^ejta l|b$riosa del hombre clave, se detuvo en don Justino Fernández, director dé ta Escuela de Jurisprudencia; hombre aceptable entre los científicos y no objetado por los viejos liberales. Apenas nombrado, propuso la creación de una Subsecretaría de Instrucción Pública, y para ello propuso a don Justo Sierra, paisano, amigo y colaborador de Baranda, pero bien visto en los círculos de Limantour.
Por algo don Porfirio, entre los hombres de la Reforma, fue el que logró consolidarse y perpetuarse en el poder. Seguramente era el más astuto y hábil de todos los antiguos colaboradores de Juárez: quizá no tan inteligente como Lerdo, pero mucho más hábil político que éste. La designación del nuevo ministro era muy importante para el dictador, porque en 1901 iniciaba su quinto periodo consecutivo de gobierno en medio de una creciente inquietud por sustituirlo, inquietud que se contaba entre los mayores atrevimientos de sus enemigos, y las peores acechanzas de sus propios amigos.
Desde este momento crucial, Justo Sierra tuvo una creciente influencia en el ramo de Instrucción Pública; ya entonces había empezado a alejarse de una concepción rígida y estrecha del positivismo barredia-no,
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