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La Leyenda del Judio Errante, Cartago Valle


Enviado por   •  6 de Febrero de 2019  •  Ensayos  •  1.261 Palabras (6 Páginas)  •  446 Visitas

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CARTAGO, VALLE DEL CAUCA. COLOMBIA

LA LEYENDA DEL JUDIO ERRANTE

(muy propagada en la ciudad en el siglo XIX)

``Samuel``……dijo Jesús…..tengo sed``

``Por caridad dadme un poco de esa agua que contiene tu cántaro``.

``Anda falso profeta. Mi pozo se secaría si tus malditos labios bebieran de mi agua`` respondió Beli Beth.  Y empujo brutalmente a Jesús, que cayó por tercera vez a la puerta de la casa de aquel miserable judío, sin caridad, sin corazón, sin clemencia.

Jesús se incorporó lentamente. Colocose el pesado leño sobre el hombro derecho, miro compasivo a Samuel y dijo: ``Tú lo has dicho. Tú lo quieres. Te ofrecí el Paraíso de mi Padre y me has dicho ANDA!!.; quise darte el agua que aplaca la sed eterna y me has dicho ANDA!!;  te pedí asiento para darte el trono en la mansión de los fieles y me has dicho ANDA!!. Pues bien Samuel Beli Beth: Yo descansare pero tu andarás sin cesar hasta que yo vuelva``. (De ``El Mártir de Gólgota``..Enrique Pérez Escrich).

Corría el año 1862, La antigua ciudad se recogía piadosa en las festividades de Semana Santa. Era Viernes, medio día. El sol de inclemente verano ponía una nota jubilosa de luz y calor al maravilloso paisaje. A esa hora los moradores, unidos a la cristiana tradición, se aprestaban a congregarse en el viejo y severo templo de San Francisco para rezar los oficios del día. Habría como era la costumbre, Vía Crucis solemne, el cual recorría las anchas calles, testigos de tantos hechos gloriosos.

Los niños que en aquellas placidas y memorables épocas se disputaban el honor de representar a los Apóstoles en la ceremonia del Lavatorio, acto incomparable de amor venero de humildad, ya estaban dispuestos en el presbiterio del templo. El olor delicioso del incienso transportaba las almas por los caminos del amor a las cosas divinas. Por doquier reinaba mística unción y ejemplar recogimiento.

En aquel tiempo la ciudad era más mística y se alimentaba en la fuente viva de las más generosas tradiciones. El modernismo disolvente no había entrado a saco en las costumbres de los abuelos y la fe y la esperanza irradiaban desde los hogares patriarcales una sociedad cristiana

Acababa de pasar la guerra civil, con todos sus horrores; aún quedaba la desolación infinita de la catástrofe. Fresca estaba la muerte del general Pedro Murgueitio en la sangrienta batalla librada en las calles de la ciudad. En ´´Los Caracolíes´´, estaba todavía húmeda la sangre del viejo general. El Cerro de Santa Bárbara, había sido teñido de sangre en ardoroso combate. El General santos Gutiérrez había sido derrotado por las tropas del General Braulio Henao.

La naturaleza era, como hoy, privilegiada. El Rio, el bello rio patriarcal ceñía la verde y donosa ´´Isleta´´ que semejante a un enorme tapete de raso se tendía a los pies de la ciudad procera. Al sur ´´la laguna´´ imprimía mayor encanto al paisaje. Extensa y bella, orquestaba impresionantes y múltiples murmullos, orgullosa de los halagos que le brindaban las colinas cercanas que custodiaban desafiantes la magnífica heredad. ´´El Palatino´´ dominaba el paisaje en todo el esplendor de su belleza. Y lejos, cerca al templo de Santana, se alzaba la loma de ´´La Horca´´ donde rindió su vida Juan Antonio Recio, en aras de la libertad.

La ciudad estaba poco poblada. Circundando las anchas calles, empedradas con esmero, se alzaban las casas de estilo español, construidas sobre gruesos paredones de tierra pisada o cal y canto: La del Virrey, en cuyos muros silenciosos se tallaron las insignias de la más cristalina nobleza; la de la familia Concha que más tarde presencio el romance de ´´Mariana´´, tan bellamente cantado por la atildada pluma de don Ramón Franky, con un donoso noble español.

La extensa plaza estaba inundada de hierba y circundaba por altos gualandayes que en el otoño rendían a la tierra la ofrenda de sus flores moradas. Era de oír el sonoro trotar de los caballos en el empedrado rechinante.

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