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La función social de la historia


Enviado por   •  9 de Noviembre de 2012  •  Trabajos  •  4.721 Palabras (19 Páginas)  •  815 Visitas

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La función social de la historia

Enrique Florescano

Coordinación de Proyectos Históricos

Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

Hace tiempo, el historiador inglés R. G. Collingwood definió así los fines de la His-toria:

[La historia es la disciplina del] auto-conoci¬miento humano [...] Conocerse a sí mismo sig¬nifica conocer lo que se puede hacer, y puesto que nadie sabe lo que puede hacer hasta que lo intenta, la única pista para saber lo que puede hacer el hombre es averiguar lo que ha hecho. El valor de la historia, por consiguiente, con¬siste en que nos enseña lo que el hombre ha hecho y en este sentido lo que es el hombre.

Estas palabras de Collingwood responden con economía la pregunta para qué se es¬tudia la historia. El estudio de la historia es una indagación sobre el significado de la vida individual y colectiva de los seres humanos en el transcurso del tiempo. Hasta el momento no se ha encontrado otra guía mejor para adentrarse en la complejidad de la existencia humana que este arte, inven¬tado en los albores de la humanidad.

EL RELATO HISTÓRICO COMO DISCURSO DE IDENTIDAD

Cuando el estudio de la historia nos transporta a los tiempos transcurri¬dos y nos acerca a las tareas que nuestros antecesores le asignaron al res¬cate del pasado, advertimos que las funciones de la historia han sido variadas. También observamos que buena parte de esas tareas se concentró en dotar a los grupos humanos de identidad, cohesión y sentido colectivo. Desde los tiempos más remotos, los pueblos que habitaron el territorio que hoy llamamos México acudieron al recuerdo del pasado para comba¬tir el paso destructivo del tiempo sobre las fundaciones humanas; para tejer solidaridades asentadas en orígenes comunes; para legitimar la po¬sesión de un territorio; para afirmar identidades arraigadas en viejas tra¬diciones; para sancionar el poder establecido; para respaldar con el presti¬gio del pasado vindicaciones del presente; para fundamentar en un pasa¬do compartido la aspiración de construir una nación; o para darle susten¬to a proyectos disparados hacia la incertidumbre del futuro. En todos esos casos la función de la historia es la de dotar de identidad a la diversidad de seres humanos que formaban la tribu, el pueblo, la patria o la nación. La recuperación del pasado tenía por fin crear valores sociales compartidos, infundir la idea de que el grupo o la nación tuvieron un origen común, inculcar la convicción de que la similitud de orígenes le otorgaba cohesión a los diversos miembros del conjunto social para en¬frentar las dificultades del presente y confianza para asumir los retos del porvenir.

Dotar a un pueblo de un pasado común y fundar en ese origen remoto una identidad colectiva, es quizá la más antigua y la más constante fun¬ción social de la historia. Se inventó hace mucho tiempo y sigue vigente hoy día. Como dice John Updike, el historiador sigue siendo el especialis¬ta de la tribu que tiene el cargo de contarle a los demás lo que todo grupo necesita saber: «¿Quiénes somos? ¿Cuáles fueron nuestros orígenes? ¿Quié¬nes fueron nuestros antepasados? ¿Cómo llegamos a este punto o a esta encrucijada de la historia?»

Por su parte, el historiador holandés Jacob Burckhardt decía que «la resurrección del pasado (...) nos dota de sabiduría (...), la sabiduría de los antiguos.» Burckhardt pensaba que «el conocimiento de las antiguas cultu¬ras», además de ensanchar nuestros horizontes, permitía dar «una res¬puesta actualizada a la eterna cuestión de 'dónde venimos' (...) De este modo se cumple el antiguo imperativo: conócete a tí mismo».

Como observó Marc Bloch, «el espectáculo de las actividades humanas» que constituye el objeto de la historia «está hecho para seducir la imagina¬ción de los hombres. Sobre todo cuando gracias a su alejamiento en el tiempo o el espacio, su despliegue se atavía con las seducciones de lo ex¬traño». Estas características explican el atractivo tan grande que tiene el relato histórico y su audiencia vasta, continuamente renovada. Atrae al común de la gente y al curioso porque el relato histórico los transporta al misterioso lugar de los orígenes. Al tender un puente entre el pasado dis¬tante y el presente incierto, el relato histórico establece una relación de parentesco con los antepasados próximos y lejanos, y un sentimiento de continuidad en el interior del grupo, el pueblo o la nación. Al dar cuenta de las épocas aciagas o de los años de gloria, o al rememorar los esfuerzos realizados por la comunidad para defender el territorio y hacerlo suyo, crea lazos de solidaridad y una relación íntima entre los miembros del grupo, el espacio habitado y el proyecto de convivir unidos.

LA HISTORIA Y EL CONOCIMIENTO DE LO EXTRAÑO Y REMOTO

Pero si por una parte el estudio de la historia ha sido una búsqueda infa¬tigable de lo propio, su práctica es un registro de la diversidad del aconte¬cer humano. La inquisición histórica nos abre al reconocimiento del otro y, en esa medida, nos hace partícipes de experiencias no vividas pero con las cuales nos identificamos y formamos nuestra idea de la pluralidad de la aventura humana.

Para el estudioso de la historia la inmersión en el pasado es un encuentro con formas de vida distintas, marcadas por la influencia de diversos me¬dios naturales y culturales. Por esos rasgos peculiares a la práctica de la historia puede llamársele el oficio de la comprensión. Obliga a un ejerci¬cio de comprensión de las acciones y motivaciones de seres humanos di¬ferentes a nosotros. Y como esta tarea se practica con grupos y personas que ya no están presentes, es también un ejercicio de comprensión de lo extraño.

Podemos decir entonces que estudiar el pasado supone una apertura a otros seres humanos. Nos obliga a trasladarnos a otros tiempos, a conocer lugares nunca vistos antes, a familiarizarnos con condiciones de vida que difieren de las propias. La historia nos lleva al encuentro con seres que habitan culturas extrañas y de ese modo nos incita a reconocer otros valo¬res y a romper las barreras de la incomprensión fabricadas por nuestro propio entorno social. Dicho en forma resumida, el oficio de historiador exige una curiosidad hacia el conocimiento del otro, una disposición para el asombro, una apertura a lo diferente y una práctica de la tolerancia. Como advierte Owen Chadwick, el oficio de historiador requiere la hu¬mildad del corazón y la apertura de la mente, dos cualidades que proverbialmente

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