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Laicismo y la escuela publica


Enviado por   •  29 de Noviembre de 2021  •  Monografías  •  12.081 Palabras (49 Páginas)  •  85 Visitas

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EL LAICISMO EN LA ESCUELA PÚBLICA

María del Mar del Pozo Andrés

Borja Hontañón González

Universidad de Alcalá

La República adjudicó la gran responsabilidad de emprender la tarea de construcción de un «hombre laico y republicano» a los maestros públicos. Ellos tenían la llave de la educación de los niños del presente y de los ciudadanos del futuro. Así, asumieron un papel fundamental, no sólo en la educación, sino también en la construcción de la República. Su misión más importante era llevar a cabo la plasmación en la práctica escolar de la política educativa republicana. Como decía Rodolfo Llopis, «creamos millares de escuelas... pero esas escuelas necesitaban, sobre todo, maestros. El maestro es el alma de la escuela. Sin buenos maestros, todo lo que se haga en beneficio de la escuela resultará estéril. Así lo entendió la República» l .[pic 1]

Es un hecho bien conocido y largamente estudiado por la historiografía educativa que la República introdujo el laicismo en la escuela en 1931, pero aún no tenemos suficientes datos para interpretar cómo se vivieron estas decisiones políticas en el seno de los centros públicos. Cabe preguntarse de qué manera reaccionaron ante estas medidas los grupos magisteriales a los [pic 2]oo que continuamente apelaron las autoridades republicanas, unos colectivos [pic 3]o de maestros oficiales que, según las estimaciones estadísticas más al uso, rondaban los 37.000 docentes en 1931 y los 52.000 en junio de 1936, pocos días antes del golpe militar, lo que nos da idea de la importancia cuantitativa que tenían como grupo de opinión y de presión.[pic 4]

Y cabe preguntarse también, ¿cómo vivieron estos profesionales la experiencia laica? Muchos de ellos eligieron visibilizarse a través de la publicación de libros y artículos, de la edición de manuales escolares o de la presentación de trabajos en concursos y premios; pero otros, la gran mayoría, sólo dejaron referencias indirectas de su pensamiento y de sus comportamientos. A partir de estos datos, nos atrevemos a elaborar una hipótesis ini-[pic 5]

o R. LLOPIS, La revolución en la escuela. Dos años en la Dirección General de Primera o Enseñanza, edición de Antonio Molero Pintado, Madrid, Biblioteca Nueva, 2005, pág. 223.

cial: muchos maestros públicos vivieron entre 1931 y 1939 un conflicto de [pic 6]identidades, entre su identidad como republicanos que ya eran o que se hicieron, como decía Llopis, por agradecimiento a la República, su identidad como docentes públicos y su identidad como católicos. Y es posible que en este conflicto, la identidad que en muchos de ellos acabó prevaleciendo fuera la de maestro, es decir, la de persona que se sentía responsable, no sólo de la formación intelectual, sino también de la educación moral de las jóvenes generaciones. Este artículo pretende ser una primera aproximación a los deseos y esfuerzos de estos educadores por convertir la escuela pública en un «espacio de paz» alejado de todas las bandertas políticas y religiosas.

1. NACIÓN CÍVICA, RENOVACIÓN PEDAGÓGICA Y LAICISMO

Como es bien sabido, el primer gobierno republicano promulgó sus disposiciones iniciales para implantar el laicismo a través del decreto de 6 de mayo y la O. C. de 13 de mayo de 1931, que declaraban la no obligatoriedad de la enseñanza de la Doctrina Cristiana e Historia Sagrada. El ejercicio religioso no sería obligatorio en las escuelas primarias, ni en ninguno de los demás centros dependientes del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes. Además, se respetaba el deseo de aquellos maestros que no quisieran impartir contenidos religiosos. Del mismo modo quedaban abolidas todas las disposiciones vigentes que estuviesen en pugna con el espíritu y la letra de este decret0[1] . Tales medidas se tradujeron en una serie de libertades a las que podía acogerse el maestro. Así, se le relevó «de toda obligación de realizar prácticas religiosas con los alumnos y por consiguiente de acudir con ellos a actos o ceremonias que revistan este carácter» [2] . Se le dio libertad para decidir si mantenía en la clase los símbolos O religiosos, principalmente el crucifijo, pero aclarando que tales símbolos «dejarán de presidir la vida escolar». Finalmente, se desaconsejó la exhibición de otro tipo de adornos que no entrasen estrictamente en la categoría de reproducciones artísticas, por considerarse «antihigiénica, antipedagógica e incluso, antirreligiosa, la práctica de decorar las paredes de clase con doseles, cromos e imágenes que no sean reproducción estimada de preciosas obras de arte»4. Con ello se pretendía instaurar un modelo de decoración del aula al estilo institucionista, presidido por las paredes blancas,[pic 7][pic 8][pic 9]

la austeridad y el buen gusto estético, pero que también proclamase la neutralidad religiosa de la escuela al primer golpe de vista.

[pic 10][pic 11]Curiosamente, estas disposiciones, que tanto caldearon la vida pública española, fueron recibidas por los maestros oficiales sin ningún tipo de protestas. Quizás emitieron su opinión en foros recoletos o en sus espacios más íntimos, pero ni las Asociaciones profesionales, ni las revistas pedagógicas —incluso las de talante conservador—, ni las instituciones, ni las reuniones educativas... , divulgaron ningún comentario. Es incluso posible que muchos docentes de escuelas ubicadas en las zonas rurales más católicas, por ejemplo en el País Vasco, apoyados por las autoridades académicas y políticas locales, hiciesen caso omiso de esta normativa. También es altamente significativo que en las «conversaciones» mantenidas por un grupo de maestros públicos de toda España[3] , convocados en La Granja a finales de julio de 1931 por la Comisión de Estudios Pedagógicos de la Asociación Nacional del Magisterio Primario, apenas se rozase el tema del laicismo. En las conclusiones de esta reunión, impulsada precisamente para que el colectivo magisterial comenzase a tomar «una parte activa» en los cambios que se avecinaban, no se citó el término «laicismo», aunque sí se produjo un rechazo hacia el concepto de «escuela única», a pesar de que los docentes aceptaban la mayoría de sus acepciones. La repulsa vino motivada por la «significación sectaria» que se le había adjudicado «últimamente», por la circunstancia de que tal expresión «se presta a grandes equívocos» y por haber servido «como lema de campañas más o menos nobles»[4] . Evidentemente, detrás de estos cuidadosos urcunloquios se escondía el deseo de distanciarse de un planteamiento ideológico muy extendido en esos momentos, en el que se identificaba escuela única y laicismo, identificación que caló muy hondamente en los colectivos magisteriales, a pesar de los esfuerzos de los pedagogos republicanos por des[pic 12]o lindar ambos conceptos y diferenciar sus significados7[pic 13][pic 14]

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