Las Miserias Del Preceso Penal
13 de Enero de 2013
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ILA TOGALo primero que impresiona a quien se asoma a un aula en la que se debate un procesopenal, es que ciertos hombres, que allí actúan, visten un uniforme, una "divisa". Esta ha sido laprimera impresión de la justicia, todavía en los años de mi infancia, cuando, acompañado apresenciar un cierto cortejo desde las ventanas del palacio donde tiene su sede la Corte deapelación de Florencia, en la vía Cavour, vi salir de una sala un magistrado con toga, y quedé conla boca abierta.¿Por qué los magistrados y los abogados llevan la toga? No parece un vestido de trabajo,como lo es para los médicos la bata blanca. Por lo que respecta a lo que tienen que hacer, juecesy defensores podrían no cambiarse o no cubrir el vestido ordinario. Hay, en efecto, países en loscuales la toga no se usa; lo mismo ocurre entre nosotros en cuanto a los grados inferiores de la jerarquía judicial. Entonces ¿de que se trata? ¿Solo de un obsequio a la tradición? Pero, latradición, ¿por qué se ha establecido?Yo creo que la respuesta puede venir de la misma palabra. Ciertamente, como he dicho, latoga es una "divisa", como la de los militares, con la diferencia de que los magistrados y losabogados la llevan solamente de servicio, y hasta en ciertos actos del servicio particularmentesolemnes; en Francia, y, sobre todo, en Inglaterra, donde la tradición se observa másestrictamente, un abogado la debe llevar siempre dentro del palacio de justicia.Me pregunto por qué el traje de los militares se llama "divisa". Divisa viene,manifiestamente, de dividir; ¿qué tiene que ver con el traje militar la idea de la división? Lasorpresa se desvanece inmediatamente si al verbo dividir se sustituye otro, muy afín, discernir odistinguir. Hay necesidad de separar a los militares de los civiles, ¿no es cierto? La "divisa" es elsigno de la autoridad.Tenía razón para decir que la observación de las palabras nos habría orientadoinmediatamente; en el aula de justicia se ejercita, por excelencia, la autoridad; se comprende quelos que la ejercitan hayan de distinguirse de aquellos sobre los cuales se ejercitan. Es la mismarazón por la cual también los sacerdotes visten una "divisa"; y, todavía más, cuando celebran lasfunciones litúrgicas, se endosan las vestiduras sagradas.La "divisa" se llama también uniforme. El significado de esta otra palabra parececontradecir, sin embargo, al de la primera, puesto que alude a una unión en lugar de a unadivisión. Pero son, en el fondo, dos significados complementarios: la toga, verdaderamente, comoel traje militar, desune y une; separa a los magistrados y a los abogados de los profanos paraunirlos entre sí. Unión que, observemos bien, tiene un grandísimo valor.Unión de los jueces entre sí, en primer lugar. El juez, como se sabe, no es siempre unhombre solo; a menudo, para las causas más graves, está formado por un colegio; sin embargo,se dice "el juez", también cuando los jueces son más de uno, precisamente porque se unen unocon otro, como las notas que emite un instrumento se funden en los acordes. La toga de losmagistrados no es, pues, solamente el signo de la autoridad sino también el de la unión; o sea elsigno del vínculo que los liga conjuntamente. Hay en el fondo de esto una idea coral, que hace elambiente todavía más solemne. Si vemos, por ejemplo, la corte de casación en secciones unidas,donde actúan, togados, al menos quince magistrados, nos viene a la mente una reunión de frailes,cuando cantan las completas o los maitines, encuadrados en los bancos del coro. Quien sepacómo opera la justicia colegiada, no encontrará demasiado atrevida esta imagen del acuerdo y delcoro.El concepto del uniforme sirve todavía más para aclarar la razón por la cual visten la togano solamente los jueces sino también el ministerio público y los abogados. Dentro de pocotrataremos de comprender la necesidad de estas otras figuras al lado de los jueces; de todasmaneras es bien sabido por todos que no pertenecen a aquellos que juzgan sino que, por elcontrario, también ellos son juzgados: el acusador y el defensor oyen que se les dice, al final, por el juez, si han tenido razón o no; ¿no es esto ser juzgados? Están ellos, pues, respecto del juez, al
otro lado de la barricada. Se diría pues, si la toga es el signo de la autoridad, que no la deberíanusar; y, además, si es el signo de la unión, ¿por qué mientras el acuerdo reina entre los jueces, eldesacuerdo, en cambio, no solo divide sino que debe dividir al acusador del defensor? En unapalabra, mientras el juez está allí para imponer la paz, el ministerio público y los abogados estánpara hacer la guerra. Precisamente, en el proceso, es necesario hacer la guerra para garantizar lapaz. Ahora bien, esta fórmula puede tener un cierto sabor de paradoja; pero llegará el momentoen que podremos apreciar la verdad de ella. La toga del acusador y del defensor significa, pues,que lo que hacen es hecho en servicio de la autoridad; en apariencia están divididos, pero en larealidad están unidos en el esfuerzo que cada uno realiza para alcanzar la justicia.En conjunto, estos hombres en toga dan al proceso, y especialmente al proceso penal, unaspecto solemne. Si la solemnidad resulta oscurecida, como desgraciadamente ocurre no pocasveces, por negligencia de los abogados y de los propios magistrados, que no respetan comodeberían la disciplina, ello redunda en menoscabo de la civilidad. En el tribunal se debería estar con igual recogimiento que en la Iglesia. Los antiguos han reconocido un carácter sagrado alimputado porque, decían, estaba consagrado a la vindicta de los dioses; tenían así ellos laintuición de una verdad profunda. El juicio, el verdadero, el justo juicio, el juicio que no falla estásolamente en las manos de Dios. Si los hombres, sin embargo, se encuentran en la necesidad de juzgar, deben tener al menos la conciencia de que hacen, cuando juzgan, las veces de Dios. Laafinidad entre el juez y el sacerdote no resulta desconocida ni siquiera para los ateos, que hablana este respecto de un sacerdocio civil.La toga, sin duda, invita al recogimiento. Desgraciadamente hoy en día, y cada vez más,bajo este aspecto, la función judicial se encuentra amenazada por los peligros opuestos de laindiferencia o del clamor: indiferencia en cuanto a los procesos minúsculos, clamor en cuanto a losprocesos célebres. En aquellos, la toga parece un arnés inútil; en estos se asemeja,desgraciadamente, a un disfraz teatral. La publicidad del proceso penal, la cual responde no soloa la idea del control popular sobre el modo de administrar la justicia sino también y másprofundamente a su valor educativo, ha degenerado desgraciadamente en una ocasión dedesorden. No solamente el público que llena las aulas hasta un límite inverosímil, sino también laintervención de la prensa, que precede y sigue el proceso con indiscretas imprudencias y no rarasveces impudencias, contra las cuales nadie osa reaccionar, han destruido toda posibilidad derecogimiento para aquellos a los cuales incumbe, el tremendo deber de acusar, de defender, de juzgar. Las togas de los magistrados y de los abogados se pierden actualmente entre la multitud.Son cada vez más raros los jueces que tienen la severidad necesaria para reprimir este desorden.Hace casi cincuenta años, celebrándose en Venecia un juicio por homicidio, sobre el cualconvergía la morbosa curiosidad de todo el mundo, en el aula de la Corte de Assises,inverosímilmente abarrotada, cuando se levantó para ser interrogada, emergiendo de la jaula suestupenda figura, María Nicolaevna Tarnovskij, y un centenar de señoras, que llenaban loslugares reservados, puestas a su vez en pie, dirigieron sobre ella sus “impertinentes" y susgemelos. Ángelo Fusinato, presidente insigne, exclamó con indignación contenida: "mañana esteespectáculo incivil no se repetirá ya". Más que las medidas que él supo tomar e inflexiblementemantener durante el largo curso del proceso, recuerdo ahora, como las oí pronunciar, susmemorables palabras: "¡este espectáculo incivil!". Era el mismo presidente, el que no toleraba queun abogado se comportase en el hablar, en el vestir, en el gesto, de modo no conforme a ladignidad de su oficio y, por otra parte, cuando se dio cuenta, decidiendo una causa civil, haber cometido un error, no tuvo tranquilidad hasta el momento en que le fue posible hacer de ellopública rectificación. He aquí un magistrado, el cual había comprendido el valor que tiene elproceso penal para la civilidad de un pueblo. Los abogados de Venecia, para celebrar su ejemplode firmeza, de dignidad, de abnegación, han ornado con su busto el gran atrio superior de la Cortede apelación, y yo he querido recordar ahora su figura casi como para colocar bajo su protecciónlo que estoy diciendo en torno a esta más alta experiencia de civilidad, que debería ser el procesopenal.
IIEL PRESOA la solemnidad, por no decir a la majestad de los hombres en toga, se contrapone elhombre en la jaula. No olvidaré nunca la impresión que ello me produjo la primera vez en que,adolescente apenas, entré en el aula de una sección penal del Tribunal de Turín. Aquellos, podríadecirse, por encima del nivel del hombre; este, por bajo de ese nivel, encerrado en la jaula, comoun animal peligroso. Solo, pequeño, aunque sea de estatura elevada, perdido, aun cuando tratede aparecer desenvuelto, necesitado, necesitado, necesitado....Cada uno de nosotros tiene sus preferencias, aun en materia de compasión. Los hombresson diversos entre sí incluso en el modo de sentir la caridad. También este es un aspecto denuestra insuficiencia. Los hay que conciben al pobre con la figura del hambriento, otros con la delvagabundo, otros con la del enfermo; para mí, el más pobre de todos los pobres es el preso, elencarcelado.Digo
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