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Las Mujeres En Chilr


Enviado por   •  3 de Octubre de 2012  •  3.920 Palabras (16 Páginas)  •  351 Visitas

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. Estaban asentadas en una economía familiar junto a sus niños, muchos de ellos conocidos despectivamente como huachos. Labraban la tierra en sus pequeñas chacras y realizaban diversas actividades artesanales y comerciales. Era común ver grupos de mujeres tejedoras trabajando junto al rancho, lavando, cocinando o atendiendo a los transeúntes. La figura de los huachos tiene sus orígenes en esta identidad agrícola. Los trabajadores que no poseían tierra se desplazaban de un lugar a otro trabajando temporalmente en las grandes haciendas. La mayor parte de ellos no se establecía ni formaba familia, pero repartían niños ilegítimos por el territorio. Un sector de mujeres se dedicó al comercio alegre. Este consistía en venta de comidas, bebidas, alcohol, albergue y entretención a campesinos de paso y vagabundos. A estos lugares abiertos a cualquier caminante se les llamaba chinganas. Se convirtieron en un espacio de sociabilidad popular y de planificación de nuevos asaltos y delitos. Este grupo de mujeres fue objeto de una profunda y permanente represión moral. Se les llamaba las chinas, que aposentaban a los bandidos errantes y eran acusadas de adulterio, amancebamiento o de prostitución. Muchas veces se les confiscaban sus hijos, los que eran convertidos en sirvientes domésticos. Con todo, en esta realidad se origina el matriarcado de la mujer chilena y la figura del padre ausente.

La mujer en Chile: fines del siglo XIX y principios del XX

Aunque en la mayoría de los casos las madres se hacían cargo de sus hijos, el número de niños abandonados era alto. Muchas veces el abandono o entrega de infantes a orfanatorios era un recurso desesperado, ante la imposibilidad de cuidarlo o la inminencia de su muerte. El historiador Gabriel Salazar, plantea que en 1900, en los distritos pobres, casi los dos tercios de los nacidos constituían niños huachos. Para esa fecha, las más audaces habían pasado por las aulas universitarias. Quedaba claro que las mujeres aristocráticas y de la emergente clase media tenían una gran inquietud intelectual. Aquellas ideas tenían sus raíces en el siglo pasado. Revistas literarias y diarios femeninos estimulaban la educación y el desarrollo cultural de las mujeres. Otras, iniciaban una incipiente lucha para que sus pares lograran expresar sus inquietudes ciudadanas. Fue el caso de Martina Barros de Orrego. Ella tradujo en 1872, para la revista Santiago, el texto de John Stuart Mill: La Esclavitud de la Mujer. Le agregó un extenso prólogo, en el cual criticaba enérgicamente los argumentos contrarios al voto de la mujer.

Según Martina Barros, en ese entonces todas las puertas estaban cerradas para la mujer, excepto las del matrimonio o el convento. Esto provocó que muchas la mirasen con espanto y que sus compañeras se alejaran de ella. Este prólogo fue el primer texto en plantear la necesidad de proporcionar educación a la mujer para independizarla de la Iglesia, idea que se transformó en un elemento central del discurso de los dirigentes anticlericales. Fue en este contexto donde la conquista del voto femenino navegó por años. La sociedad chilena se dividía entre clericales y anticlericales. Los gobiernos liberales, que administraron el país durante la última década del siglo pasado, tenían temor de aceptar el sufragio femenino, por la supuesta influencia que podía tener la Iglesia Católica sobre las mujeres.

En 1875 sucedió lo que los liberales más duros no querían que ocurriera. Doña Domitila Silva y Lepe se inscribió en la Junta Electoral de San Felipe con la intención de sufragar. Ella cumplía con los méritos que indicaba la Constitución de 1833: ser chilena, saber leer y escribir. La junta electoral aceptó y con esto se inició la inscripción de otras mujeres. El hecho provocó una serie de conversaciones entre el Ministro del Interior y el Congreso, para evaluar las acciones a seguir. Fueron tantos los intentos de las mujeres, que el Congreso revisó la Ley Electoral en 1884, prohibiendo explícitamente el derecho a voto a las mujeres. Este freno legal no anuló las ansias de las chilenas para lograr el derecho a sufragio, ni tampoco para seguir ilustrándose. La incorporación de las alumnas de los colegios de señoritas a la universidad fue, durante mucho tiempo, el sueño de las educadoras Antonia Tarragó e Isabel Lebrun. Su entrada a la Enseñanza Superior se logró gracias al Decreto impulsado por el Ministro de Educación, Don Miguel Luis Amunategui, en 1877. La primera mujer en ingresar a la Universidad de Chile fue Eloísa Díaz. Ella se matriculó en la Escuela de Medicina y junto a Ernestina Pérez fueron las primeras profesionales de América Latina. Ambas tuvieron que derribar y luchar contra los prejuicios de profesores y compañeros. Ernestina, al ingresar a Medicina, era menor de edad, por lo que era acompañada a todas las clases por su madre. Además, debía permanecer tras de un biombo durante el curso de anatomía, con todos los problemas que esto provocaba en sus estudios. Con el fin de apoyar el ingreso de la mujer a la universidad el Presidente de la República, Manuel Balmaceda, hizo entrega a Eloísa Díaz de su diploma de médico cirujano el 2 de enero de 1887. Ocho días más tarde, se titulaba Ernestina Pérez en la misma especialidad. No obstante el apoyo del presidente, la universidad se reservó el derecho para recibir sólo un 10 por ciento de estudiantes mujeres, del total de cupos para los alumnos de medicina.

La educación para las mujeres no tiene un papel muy importante en España hasta después de la revolución de 68, cuando por los esfuerzos de los krausistas, hay un intéres en el tema. Para entender la necesidad de este cambio en la educación, solo hay que echar un vistazo a los censos entre los años 1887 y 1930 del número de mujeres iletradas, en comparación con los hombres.

Número de analfabetos (Scanlon 50)

Censo Varones Mujeres

1887 61,5 81,2

1900 55,8 71,5

1910 52,6 65,8

1920 46,4 57,8

1930 38,7 58,2

Fernando de Castro, rector de la Universidad Central de Madrid, es acreditado por su iniciativa para mejorar la cultura de las mujeres. Inspirado en los ideales krausistas

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