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Liderazgo


Enviado por   •  18 de Enero de 2014  •  1.727 Palabras (7 Páginas)  •  189 Visitas

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Recuerdo haberme enfrentado muchas veces al dilema, académico y valórico, de analizar y comprender de manera más profunda el supuesto “liderazgo” de Adolf Hitler, bajo la lógica de entender cómo se gesta un proceso de tal tipo, y qué resguardos puede tomar un sujeto cualquiera que, cegado quizás por su propio entendimiento y concepción de lo que significa el “bien común”, puede llegar a cometer errores que impliquen un gran costo para la sociedad. El solo hecho de intentar responder qué diferencia realmente a Hitler de un personaje como Mahatma Gandhi es en sí mismo un enorme desafío. Ambos encabezaron movimientos sociales que tuvieron muchas bajas humanas en el proceso, donde muchas personas sufrieron y murieron por una visión que era compartida. Adicionalmente, los dos tenían un propósito claro de lo que querían y de lo que entendían por progreso, ambos lograron ganar influencia y legitimidad para con los suyos, y ambos fueron vistos como parte del problema y la solución, entre otras cosas más. Si existe alguna diferencia entre ambos, no es menor la importancia de su comprensión más acabada, y en efecto,

merece un análisis exhaustivo al respecto. En lo que concierne a este análisis, el examinar el contexto histórico en el cual se desenvolvió Adolf Hitler es sumamente relevante al momento de entablar distinciones desde una perspectiva más objetiva y pura.

DIAGNÓSTICO DEL CONTEXTO HISTÓRICO

Tras declararse el fin oficial de la Primera Guerra Mundial el 28 de junio de 1919, Alemania quedó derrotada política, económica y moralmente. Esto derivó en un frustrado intento por implementar una democracia liberal (República de Weimar) que reemplazara las anteriores monarquías. Las razones del fracaso pueden encontrarse en gran medida en la dificultad que tenían los grupos tradicionalistas, herederos de la aristocracia prusiana, para validar y adaptarse a la nueva situación política. En palabras de Jeffrey C. Alexander (1990) “como no podían aceptar la legítima autoridad del establishment legal “modernista”, el sistema de control social no tenía modo de adjudicar, o aun reprimir, los conflictos cada vez más agresivos de la sociedad alemana”. De este modo, esto sentó una base para que emergiera

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un conflicto a nivel de paradigmas respecto de cómo se iba a construir la narrativa e identidad de la Alemania post Primera Guerra Mundial.

Adicionalmente, al empezar el siglo aparecieron los principios de una ideología que años más tarde se cristalizó en el nacionalsocialismo1, doctrina conocida también con el nombre de nazismo. Sus principios, reforzados por la teoría de la superioridad de la raza aria, se caracterizaban por el antisemitismo y su apología de la violencia y el autoritarismo. Partidario de estas teorías, surgió desde el anonimato un personaje singular, Adolf Hitler, un aspirante a artista austriaco que decidió unirse al Partido Obrero Alemán tras concluir la Primera Guerra Mundial. En 1920, este partido fundado en Münich adoptó el nombre de Partido Nacionalsocialista Alemán del Trabajo y, al año siguiente, Hitler se convirtió en su líder, potenciando hábilmente el elemento del racismo para formar la mezcla explosiva y paranoica que calaría hondo en toda la nación alemana.

Ciertamente, Adolf Hitler en su libro Mein kampf2 (2002) describe el programa del movimiento, y como bien se puede apreciar en el siguiente extracto, a nivel conceptual comenzaba a elaborar su visión sobre el humanismo, el pacifismo, la superioridad de la raza aria y el antisemitismo:

Lo que nadie podrá dudar es que la Tierra estará expuesta a las más duras luchas por la existencia de la Humanidad. Al final, vence siempre el instinto de conservación. Bajo la presión de éste, desaparece lo que llamamos espíritu humanitario como expresión de una mezcla de locura, cobardía y pretendida sabiduría. Si la Humanidad se hizo grande en la lucha eterna, en la paz eterna desaparecerá. Para nosotros, los alemanes, el signo de la colonización interna es funesto, pues inmediatamente refuerza la opinión de

1 Movimiento político y social del Tercer Reich alemán, de carácter pangermanista, fascista y antisemita.

2 El primer volumen de Mi lucha, de 400 páginas, fue publicado en el otoño de 1925. La impresión de este libro es considerada, por las leyes de varios países, un crimen federal, al que pueden aplicarse penas que van desde el pago de una pequeña multa hasta varios meses de cárcel, a diferencia de otros libros con ideologías extremistas.

haber encontrado un medio que, de acuerdo con el espíritu pacifista, permite situarnos en una vida de entorpecimiento, en un “ganar” la existencia (…) En tanto y en cuanto el alemán medio se haya convencido de poder garantizarse por ese medio la vida y el futuro, cualquier intento de una interpretación activa, y por tanto fructífera de las necesidades vitales de Alemania, estará condenada al fracaso (...) Teniendo presente esas consecuencias, se debe convenir que no es por azar que, en primer lugar, son siempre los judíos los que procuran y saben inocular en el espíritu del pueblo ideas tan mortalmente peligrosas. (p. 84).

Y fue sobre esa visión que, con insospechada rapidez, este movimiento comenzó a crecer y a ganar adeptos, debido en gran medida a la inteligente utilización propagandista del sueño de una patria recuperada, libre de las enormes limitaciones impuestas por el Tratado de Versalles de la Primera Guerra Mundial3, como también por el temor al comunismo y las tensiones sociales originadas por la depresión económica y el desempleo.

Gracias a una propaganda atractiva y hábil, Hitler asumió el poder legalmente al ser nombrado canciller del III Reich, comenzando entonces la dictadura del partido. En ese entonces, las masas eran cautivadas por los espectaculares desfiles militares, perfectamente organizados; por los sugestivos ritos de las asambleas del partido y por efectivos lemas acerca de la grandeza del país, montaje que busca neutralizar la verdadera realidad de Alemania en esa época que era la de una sociedad alicaída y castigada por la comunidad internacional.

En ese sentido, el nazismo ocultó su naturaleza antidemocrática tras una confusa filosofía en la que se mezclaban las evocaciones a la tradición romántica de una Alemania "bárbara" y

3 De las muchas disposiciones del tratado, una de las más importantes y controvertidas estipulaba que Alemania y sus aliados aceptasen toda la responsabilidad moral y material de haber causado la guerra y, bajo los términos de los ensayos 231-248,1 deberían desarmarse, realizar importantes concesiones territoriales a los vencedores y pagar exorbitantes indemnizaciones económicas a los Estados victoriosos.

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vital, el culto y la exaltación de la fuerza, el desprecio por los ideales democráticos - vistos como señal evidente de debilidad y de escasa virilidad-, la exaltación racista de un pueblo alemán “destinado” a destruir y a sustituir a las otras razas inferiores y decadentes, y otros temas políticos más concretos como la polémica en torno al Tratado de Versalles, la creciente militarización de la economía y de toda la vida nacional mediante la introducción en todos los niveles del Führerprinzip4, y la necesidad de una inmensa expansión industrial como única solución ante la crisis económica.

Sin embargo, un análisis más sociológico de la Alemania pre-nazi da cuenta de un fraccionamiento nacional mucho más delicado y sigiloso que lo mencionado hasta el momento. Alexander (1990) lo deja muy claro en su libro donde realiza un diagnóstico bastante más sistémico del problema identificando certeramente las distintas facciones que se encontraban en conflicto. En sus palabras:

(Talcott Parsons5) cree que en Alemania se desarrolló una versión más extrema de lo que ocurrió en todo Occidente: la sociedad quedó dividida en un sector “moderno” que estaba profundamente involucrado en estructuras recientes, impersonales y racionalizadas, y un sector “tradicional” que se oponía a ellas. Los grupos tradicionalistas experimentaban gran angustia por la disolución de las viejas pautas, y enfatizaban el fin de la certidumbre religiosa, la destrucción de la simplicidad rural y la pérdida de la estabilidad económica. El sector modernista experimentaba angustia a causa de su

4 Führerprinzip es un término alemán traducible como “principio de autoridad”. Se refiere a un sistema jerárquico de líderes (similar al sistema militar) que tienen una absoluta responsabilidad en el área de su competencia y que deben responder sólo a una autoridad superior pretendiendo obediencia absoluta de sus subalternos. El Führerprinzip fue un concepto político y propagandístico en el Nacionalsocialismo alemán.

5 Talcott Parsons, a quien hace referencia Alexander (1990), fue un sociólogo estadounidense y uno de los grandes representantes del funcionalismo estructuralista, cuya contribución más notable fue la difusión del concepto de "acción social". Para él, el funcionalismo estructural supone que las sociedades tienden a la autorregulación, así también como a la interrelación constante de todos sus elementos (valores, metas, funciones, etc.).

posición vulnerable en el filo cortante de la racionalización (...) Un grupo nuevo como la clase obrera industrial alemana entendía que aún no había recibido su parte; un grupo más viejo como los pequeños granjeros entendía, por el contrario, que estaba perdiendo prestigio y seguridad económica en comparación con el grupo obrero (...) Los miembros de la clase industrial, por otra parte, experimentaban un aumento del control sobre las disponibilidades pero se sentían privados de un acceso igualitario a los símbolos del prestigio. Ningún grupo de la sociedad alemana estaba satisfecho con su suerte. Estas tensiones inusitadamente grandes entre los sectores modernizadores y tradicionales facilitaron la creación de chivos expiatorios. Cada grupo estaba frustrado, y cada cual externalizaba su frustración como agresión contra los que definía como “criminales”. Para la izquierda modernizante —obreros, intelectuales, científicos, comunistas— los chivos expiatorios eran los grupos de la vieja Alemania, la aristocracia, la clase media baja, los líderes religiosos, y segmentos de la nueva clase alta que se había aliado con ellos. Para la derecha tradicionalista, los chivos expiatorios eran los socialistas, los intelectuales, los científicos y los judíos. Estaba montado el escenario para una batalla a muerte. (p. 45).

Sin embargo, dada la barbaridad que implicó el hecho que Hitler ejerciera el poder, con un saldo de cerca de 6 millones de muertos en los campos de concentración, y los cerca de 60 millones de personas fallecidas por efecto de la Segunda Guerra Mundial6, muchos frecuentemente utilizan su imagen como uno de los casos más clarificadores de un fuerte liderazgo, personificando en él todo el fenómeno social que se desplegó en esa época. Reflexionando sobre este último punto, al considerar las condiciones históricas previas al término de la Segunda Guerra Mundial, y debido a

6 Por supuesto que de ningún modo se responsabiliza de manera única y exclusiva a Hitler o la Alemania Nazi de est

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