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Marx El Capital

nosoyyooo3 de Junio de 2014

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Libro Primero

EL PROCESO DE PRODUCCION DEL CAPITAL

Sección Primera

MERCANCIA Y DINERO

Capítulo I

LA MERCANCIA

1. Los dos factores de la mercancía: valor de uso y valor (sustancia y magnitud del valor)

La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece

como un "inmenso arsenal de mercancías"1 y la mercancía como su forma elemental. Por eso, nuestra

investigación arranca del análisis de la mercancía.

La mercancía es, en primer término, un objeto externo, una cosa apta para satisfacer necesidades

humanas, de cualquier clase que ellas sean. El carácter de estas necesidades, el que broten por ejemplo

del estómago o de la fantasía, no interesa en lo más mínimo para estos efectos.2 Ni interesa tampoco,

desde este punto de vista, cómo ese objeto satisface las necesidades humanas, si directamente, como

medio de vida, es decir como objeto de disfrute, o indirectamente, como medio de producción.

Todo objeto útil, el hierro, el papel, etc., puede considerarse desde dos puntos de vista: atendiendo

a su calidad o a su cantidad. Cada objeto de éstos representa un conjunto de las más diversas

propiedades y puede emplearse, por tanto, en los más diversos aspectos. El descubrimiento de estos

diversos aspectos y, por tanto, de las diferentes modalidades de uso de las cosas, constituye un hecho

histórico.3 Otro tanto acontece con la invención de las medidas sociales para expresar la cantidad de

los objetos útiles. Unas veces, la diversidad que se advierte en las medidas de las mercancías responde

a la diversa naturaleza de los objetos que se trata de medir; otras veces. es fruto de la convención.

La utilidad de un objeto lo convierte en valor de uso.4 Pero esta utilidad de los objetos no flota en el

aire. Es algo que está condicionado por las cualidades materiales de la mercancía y que no puede existir

sin ellas. Lo que constituye un valor de uso o un bien es, por tanto, la materialidad de la mercancía

misma, el hierro, el trigo, el diamante, etc. Y este carácter de la mercancía no depende de que la

apropiación de sus cualidades útiles cueste al hombre mucho o poco trabajo. Al apreciar un valor de

uso, se le supone siempre concretado en una cantidad, v. gr. una docena de relojes, una vara de lienzo,

una tonelada de hierro, etc. Los valores de uso suministran los materiales para una disciplina especial:

la del conocimiento pericial de las mercancías.5 El valor de uso sólo toma cuerpo en el uso o consumo

de los objetos. Los valores de uso forman el contenido material de la riqueza, cualquiera que sea la

forma social de ésta. En el tipo de sociedad que nos proponemos estudiar, los valores de uso son,

además, el soporte material del valor de cambio.

A primera vista, el valor de cambio aparece como la relación cuantitativa, la proporción en que se

cambian valores de uso de una clase por valores de uso de otra, 6 relación que varía constantemente con

los lugares y los tiempos. Parece, pues, como si el valor de cambio fuese algo puramente casual y

relativo, como sí, por tanto, fuese una contradictio in adjecto(5) la existencia de un valor de cambio

interno, inmanente a la mercancía (valeur intrinseque).7 Pero, observemos la cosa más de cerca.

Una determinada mercancía, un quarter de trigo por ejemplo, se cambia en las más diversas

proporciones por otras mercancías v. gr.: por x betún, por y seda, por z oro, etc. Pero, como x betún, y

seda, z oro, etc. representan el valor de cambio de un quarter de trigo, x betún, y seda, z oro, etc. tienen

que ser necesariamente valores de cambio permutables los unos por los otros o iguales entre sí. De

donde se sigue: primero, que los diversos valores de cambio de la misma mercancía expresan todos

ellos algo igual; segundo, que el valor de cambio no es ni puede ser más que la expresi6n de un

contenido diferenciable de él, su “forma de manifestarse”.

Tomemos ahora dos mercancías, por ejemplo trigo y hierro. Cualquiera que sea la proporción en

que se cambien, cabrá siempre representarla por una igualdad en que una determinada cantidad de trigo

equivalga a una cantidad cualquiera de hierro, v. gr.: 1 quarter de trigo = x quintales de hierro. ¿Qué

nos dice esta igualdad? Que en los dos objetos distintos, o sea, en 1 quarter (7) de trigo y en x quintales

de hierro, se contiene un algo común de magnitud igual. Ambas cosas son, por tanto, iguales a una

tercera, que no es de suyo ni la una ni la otra. Cada una de ellas debe, por consiguiente, en cuanto valor

de cambio, poder reducirse a este tercer término.

Un sencillo ejemplo geométrico nos aclarará esto. Para determinar y comparar las áreas de dos

polígonos hay que convertirlas previamente en triángulos. Luego, los triángulos se reducen, a su vez, a

una expresión completamente distinta de su figura visible: la mitad del producto de su base por su

altura. Exactamente lo mismo ocurre con los valores de cambio de las mercancías: hay que reducirlos

necesariamente a un algo común respecto al cual representen un más o un menos.

Este algo común no puede consistir en una propiedad geométrica, física o química, ni en ninguna

otra propiedad natural de las mercancías. Las propiedades materiales de las cosas sólo interesan cuando

las consideremos como objetos útiles, es decir, como valores de uso. Además, lo que caracteriza

visiblemente la relación de cambio de las mercancías es precisamente el hecho de hacer abstracción de

sus valores de uso respectivos. Dentro de ella, un valor de uso, siempre y cuando que se presente en la

proporción adecuada, vale exactamente lo mismo que otro cualquiera. Ya lo dice el viejo Barbon: "Una

clase de mercancías vale tanto como otra, siempre que su valor de cambio sea igual. Entre objetos cuyo

valor de cambio es idéntico, no existe disparidad ni posibilidad de distinguír."8 Como valores de uso,

las mercancías representan, ante todo, cualidades distintas; como valores de cambio, sólo se distinguen

por la cantidad: no encierran, por tanto, ni un átomo de valor de uso.

Ahora bien, si prescindimos del valor de uso de las mercancías éstas sólo conservan una cualidad:

la de ser productos del trabajo.

Pero no productos de un trabajo real y concreto. Al prescindir de su valor de uso, prescindimos

también de los elementos materiales y de las formas que los convierten en tal valor de uso. Dejarán de

ser una mesa, una casa, una madeja de hilo o un objeto útil cualquiera. Todas sus propiedades

materiales se habrán evaporado. Dejarán de ser también productos del trabajo del ebanista, del

carpintero, del tejedor o de otro trabajo productivo concreto cualquiera. Con el carácter útil de los

productos del trabajo, desaparecerá el carácter útil de los trabajos que representan y desaparecerán

también, por tanto, las diversas formas concretas de estos trabajos, que dejarán de distinguirse unos de

otros para reducirse todos ellos al mismo trabajo humano, al trabajo humano abstracto.

¿Cuál es el residuo de los productos así considerados? Es la misma materialidad espectral, un

simple coágulo de trabajo humano indistinto, es decir, de empleo de fuerza humana de trabajo, sin

atender para nada a la forma en que esta fuerza se emplee. Estos objetos sólo nos dicen que en su

producción se ha invertido fuerza humana de trabajo, se ha acumulado trabajo humano. Pues bien,

considerados como cristalización de esta sustancia social común a todos ellos, estos objetos son

valores, valores–mercancías.

Fijémonos ahora en la relación de cambio de las mercancías. Parece como sí el valor de cambio en

sí fuese algo totalmente independiente de sus valores de uso. Y en efecto, prescindiendo real y verdaderamente

del valor de uso de los productos del trabajo, obtendremos el valor tal y como acabamos de

definirlo. Aquel algo común que toma cuerpo en la relación de cambio o valor de cambio de la mercancía

es, por tanto, su valor. En el curso de nuestra investigación volveremos de nuevo al valor de

cambio, como expresión necesaria o forma obligada de manifestarse el valor, que por ahora

estudiaremos independientemente de esta forma.

Por tanto, un valor de uso, un bien, sólo encierra un valor por ser encarnación o materialización

del trabajo humano abstracto. ¿Cómo se mide la magnitud de este valor? Por la cantidad de “sustancia

creadora de valor”, es decir, de trabajo, que encierra. Y, a su vez, la cantidad de trabajo que encierra se

mide por el tiempo de su duración, y el tiempo de trabajo, tiene, finalmente, su unidad de medida en las

distintas fracciones de tiempo: horas, días, etc.

Se dirá que si el valor de una mercancía se determina por la cantidad de trabajo invertida en su

producción, las mercancías encerrarán tanto más valor cuanto más holgazán o más torpe sea el hombre

que las produce o, lo que es lo mismo, cuanto más tiempo tarde en producirlas. Pero no; el trabajo que

forma la sustancia de los valores es trabajo humano igual, inversión de la misma fuerza humana de

trabajo. Es como si toda la fuerza de trabajo de la sociedad, materializada en la totalidad de los valores

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