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Miseria y grandeza del “hecho” Una meditación fenomenológica

Alexandra03899 de Abril de 2015

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Miseria y grandeza del “hecho”

Una meditación fenomenológica

S. Strasser

El filósofo Edmundo Husserl surge en un momento clave de la historia. Y esto es lo que hace a su pensamiento tan ambiguo y tan difícil de interpretar. Como todos los grandes profetas e innovadores (como Lutero, Rousseau, Kant, Pestalozzi), Husserl tiene dos caras: una vuelta hacia el pasado y otra orientada hacia el porvenir. Husserl tiene sus raíces en las tradiciones intelectuales del siglo XIX, pero inaugura la renovación del siglo XX. Encontramos en él relaciones con el positivismo y con el neokantismo y, sin embargo, es él quien pone fin al dominio de estas dos escuelas filosóficas en Alemania. Está profundamente convencido de la importancia de la investigación científica para la humanidad, pero al mismo tiempo es el crítico desplantado de la vida científica de su época. Hasta su última publicación, titulada Die Krisis der Europäischen Wissenschaften und die transzendentale Phänomenologie[1] denuncia los peligros que amenazan a la investigación moderna al mismo tiempo que exalta la idea de una ciencia auténtica, basada sobre una filosofía auténtica. Toda la primera parte de la obra está dedicada a una crítica severa del fisicalismo positivista. Husserl acomete contra el proyecto moderno de construir una naturaleza objetiva eliminando el sujeto para el cual la naturaleza es naturaleza. Por medio de una reconstrucción histórica, Husserl patentiza la ingenuidad filosófica que se encuentra en el origen del objetivismo fisicalista.

Quisiéramos examinar, ante todo, esta idea Husserliana para pasar a una meditación de naturaleza más general. En una segunda parte de nuestra exposición nos preguntaremos si la crítica de Husserl puede ser continuada y ampliada. ¿Es propio de la física contener presuposiciones tácitas o bien hay una ingenuidad positivista y pragmática común a todos los dominios de la epistëme sistematizada?[2] Pero, por otra parte, ¿es legítimo identificar el esfuerzo teórico de la humanidad con la Wissenschaft tal como la conocemos? ¿Tendrá la epistëme el mismo carácter de necesidad que el esfuerzo teórico en general? Finalmente, nos veremos confrontados con el misterio mismo de esta necesidad. Tendremos entonces que preguntarnos si no caemos en un contrasentido al hablar de un “proyecto necesario”.

La construcción del “hecho” en física

En las páginas iniciales de la Krisis, Husserl denuncia lo que llama “la reducción positivista de la idea de ciencia”[3]. Su ataque no se dirige al positivismo de Compte, Mach y Aveharius, sino al neopositivismo. Alude a pensadores que, fascinados por el éxito del método matemático en física, se basan sin vacilar en los enunciados científicos; pensadores que ven en el análisis de esos enunciados la única tarea del filósofo. Según ellos sólo la ciencia estaría en condiciones de construir un universo objetivo. Si los filósofos se resignaran a hacer una crítica puramente formal de los juicios científicos descartarían todos los equívocos, descubrirían todas las tesis carentes de sentido, pondrían fin de una vez para siempre a sus divergencias.

Husserl muestra la ingenuidad filosófica de esta utopía develando sus motivos originarios. En la época renacentista se inicia la aplicación sistemática del método matemático-geométrico a la exploración de la naturaleza. ¿Cuál es en ese momento la idea fundamental de tal tentativa? ¿Cuáles son los motivos profundos que engendraron el furor de “formalización” que, en el momento actual, hace estragos en Europa tanto como en América? ¿Por qué Galileo puso en movimiento esa empresa gigantesca que se podría llamar la “matematización de la naturaleza”?

Veamos cuáles son, según Husserl, los motivos inconscientes de Galileo[4].

El mundo nos es dado en la vida cotidiana bajo la forma de perspectivas, relativas todas a nuestra subjetividad individual. El mundo aparece entonces de manera diferente a cada uno de nosotros, mientras que cada uno está convencido de que su manera de ver es la verdadera. Desde hace mucho tiempo nos hemos dado cuenta de nuestras divergencias. Sin embargo, casi no nos inquietamos. Sabemos que no hay más que un mundo y que las cosas son las mismas para todos, aunque nos aparezcan de manera diferente. Evidentemente la situación se vuelve más complicada cuando las divergencias ya no se refieren a las perspectivas familiares de muebles, utensilios o casas, sino a las de los astros, meteoros y planetas. Pero, ¿no hay en estas apariciones un contenido que debemos atribuir a la verdadera naturaleza? ¿No poseemos un método para describir de manera universalmente evidente lo que pertenece a la realidad misma? Para nosotros, hijos del siglo XX, ya de suyo que el método que nos permite hacer esta distinción es el método geométrico-matemático. Pero lo que es una trivialidad para nosotros no lo era en el tiempo de la invención de ese método. Lo que ha llegado a ser trivial para nosotros, fue un descubrimiento asombroso para Galileo Galilei.

Para darnos cuenta de ellos sería necesario recorrer con Husserl el largo camino que conduce desde la agrimensura y la geodesia concretas a la geometría pura, tal como la antigüedad griega la conocía y la practicaba. Limitémonos a los resultados más esenciales de este análisis notable.

Para los primeros agrimensores el problema se planteaba de la siguiente manera: las cosas concretas que percibimos y manipulamos no son de ningún modo las configuraciones ideales de la geometría. Las caracterizamos como teniendo cierta forma típica, por ejemplo, la de un pino o una serpiente, pero somos incapaces de determinarlas exactamente y, lo que es peor aún, las cosas cambian sin interrupción y los rasgos que hemos considerado como típicos se modifican igualmente. El brazo de un río, por ejemplo, que tenía la forma de una serpiente se vuelve casi recto. Después de ser durante cierto tiempo el mismo curso de agua, terminará por reunirse con un río mayor; su identidad relativa desaparecerá por entero. Ahora bien, el problema del agrimensor consistirá justamente en encontrar puntos de mira independientes e invariables. Le será necesario entonces introducir, en ese flujo heracliteano donde cada cosa puede fundirse en otra, un principio de orden que permita identificar de manera rigurosa esto, distinguiéndolo cuidadosamente de aquello.

El punto de partida del primer geómetra será entonces una aproximación. Es verdad que no hay en el mundo nada concreto que sea una figura o un cuerpo geométrico. Pero hay cosas que se parecen a ellos. Nos permiten o incluso nos invitan a formarnos ideas geométricas. Percibiéndolas podemos imaginar que vemos líneas rectas, superficies planas, círculos o esferas. Y en virtud de esto comenzamos a elaborar modelos. Es verdad que una escuadra no es un triángulo ideal, en el sentido de la geometría euclidiana. Pero nos hace pensar en él. Quizás perfeccionándola podríamos convertirla en una imagen cada vez más fiel del triángulo.

Desde ese momento la cuestión de la exactitud se convierte en un problema técnico. Se tratará de hacer más recto lo que es más o menos recto y más redondo lo que es casi redondo. Gracias al progresivo perfeccionamiento técnico nos aproximaremos cada vez más a las configuraciones ideales. Las figuras geométricas, objetivos ideales de esta aproximación técnica, se convertirán entonces en figuras límites de un progreso infinito.

Finalmente el homo sapiens reemplazará la práctica real del homo faber por una práctica ideal. En el dominio del pensamiento ya no manejará los modelos, sino las figuras límites de esos modelos. Las figuras ideales serán para él “seres de razón” adquiridos de una vez para siempre, de los que en adelante podrá disponer libremente. Los “seres de razón” serán hitos abstractos absolutamente idénticos a sí mismos y absolutamente distintos de todos los otros. Desde el momento en que el hombre sepa servirse sistemáticamente de ellos la geodesía se convertirá en geometría.

Todo esto es una tentativa de reconstruir el largo camino que la humanidad ha recorrido para llegar a la constitución de una geometría pura. Pero, ¿en qué consiste la idea propia de Galileo? Su idea fundamenta es que, aplicando los métodos matemático-geométricos podremos descartar el sujeto en la consideración de la naturaleza; o sea que al contar y al medir, superamos la relatividad de la percepción subjetiva. En todo lo que nos permite recurrir a figuras límite se hace posible una identificación absoluta. Y al obrar rigurosamente en ese sentido excluiremos las perspectivas subjetivas, tan desconcertantes para el astrónomo. Al hacer sistemáticamente abstracción del sujeto no retendremos nada más que lo que pertenece a la naturaleza misma. Terminaremos así por hacernos una imagen puramente objetiva de la realidad.

Queda una dificultad. Gracias a las matemáticas y a la geometría podemos captar la extensión y la cantidad de las cosas; sin embargo sus cualidades perceptibles se nos escapan. Ellas no se prestan a una aproximación “idealizante”. Los colores, sonidos, gustos, olores, no tienen figuras límite. Por lo tanto será imposible identificarlos de manera rigurosa.

Pero Galileo no retrocederá ante esta dificultad. Ya los antiguos pitagóricos habían verificado la existencia de una relación constante entre la longitud de una cuerda y la altura del sonido que ella produce. Galileo irá más lejos. Postulará una interdependencia causal universal. Según él, todo lo que coexiste está en virtud de este mismo hecho, coordenado

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