ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Proyecto Social De La Clasedomonante


Enviado por   •  16 de Septiembre de 2012  •  2.787 Palabras (12 Páginas)  •  349 Visitas

Página 1 de 12

Proyecto Nacional de la clase dominante.

Las clases sociales perfilan su carácter en la lucha política, es decir, en la lucha por el poder. Una clase social adquiere conciencia «de sí y para sí» en la confrontación política con otras clases. El poder político constituye la piedra angular en tomo a la cual gira la lucha de clases en su forma más dramática y decisiva. La clase social que detenta el poder subyuga a las otras clases, imponiéndose por la fuerza del Estado o neutralizándolas como aliadas de segundo orden.

En la base se encuentra el modo de producción imperante. La hegemonía la ejerce la clase o el sector de clase que tenga en sus manos las palancas fundamentales de ese modo de producción. Las contradicciones no se encuentran sólo a nivel de antagonismos insolubles de clase contra clase sino también en el seno de cada clase. Entender este fenómeno en cada momento histórico, saber cual es la clase o sector hegemónico, es la clave de toda política revolucionaria.

En Venezuela el imperialismo norteamericano ejerce el dominio sobre toda la nación. Salvo la burguesía a él asociada, su indispensable aliado, todas las demás clases conforman un complejo bloque de clases dominadas. El imperialismo impide que sectores de la burguesía alcancen su propio desarrollo y condena a obreros, campesinos y capas medias al papel de convidados de piedra en el reparto de las riquezas y la dirección política del país. Obreros, campesinos, capas medias y sectores de la burguesía son el bloque subyugado.

El problema del poder no sólo podemos entenderlo dentro de este contradictorio cuadro. De allí la carencia de un proyecto nacional independiente. Los representantes del status político oscilan entre los diversos intereses clasistas y siempre, al fin y al cabo, actúan en favor del bloque dominante. Necesitados de legitimación ante la inmensa mayoría, hacen todo género de promesas que no cumplen y sucumben ante el imperialismo.

Esta es una constante de nuestra historia republicana y, con la excepción de Cuba Revolucionaria, continúa siendo la historia de Latinoamérica y El Caribe, que adquiere mayor agudeza y claridad con la globalización y el neoliberalismo. Las clases sociales no son compartimientos estancos, pese a que el abismo económico entre ricos y pobres se ensancha y profundiza cada vez más. La lucha que se libra entre ellas genera mutuas influencias, más o menos intensas, en lo ideológico y político. Por eso la importancia de arrancar la justificación ideológica y política a la clase adversa. De allí las contradicciones en el seno de los gobiernos y en el movimiento popular.

Porque la dominación no se ejerce de manera mecánica, requiere de cierto grado de consenso y en cierto momento cede ante las presiones de otros sectores sociales ante las condiciones objetivas. Se construyen las empresas básicas, se nacionaliza el petróleo y el hierro y luego se emprende la privatización, se abandona la educación y la salud, se degradan los salarios, se pone fin a la política habitacional, se arremete contra las conquistas de los trabajadores. Cunde el desempleo, la pobreza crítica y la delincuencia. Es un círculo infernal sin salida dentro de la dominación imperialista.

Para dominar la economía es necesario el control del Estado. En Venezuela éste ha sido jurídicamente el dueño de nuestras inmensas riquezas naturales y el capitalismo de Estado ha jugado papel de primer orden en nuestra economía. Ha sido, en realidad, el único generador de divisas. La estrategia económica del bloque dominante ha sido succionar los dineros del Estado a través del crédito, los contratos y la corrupción. En última instancia, las riquezas de nuestra nación termina, por los mecanismos de la dependencia, en las arcas de las transnacionales. Agréguese a ello el pago de la deuda externa.

El Estado, dominado por las transnacionales, no puede diseñar ni llevar a cabo una estrategia propia de desarrollo ni una política en función de las mayorías. No hay posibilidad de romper ese círculo infernal si no se sustituye el bloque social dominante. Un nuevo bloque social debe acceder al poder político. Desde los días de la colonia ése ha silo el dilema. La independencia fue iniciada por la nobleza criolla para romper la dominación extranjera. El genio del Libertador supo darse cuenta de que ello no era posible sin la participación de indios, esclavos y pardos.

La guerra adquirió, entonces, una significación social más profunda y el Ejército Libertador un carácter popular y sus enemigos fueron los nuevos privilegiados que ya buscaban alianza con el incipiente imperio norteamericano. La falsa disyuntiva entre «civilismo» y «militarismo» consigue allí su explicación. Bolívar lo vio con claridad. La actividad diplomática para preparar el Congreso de Panamá es la mejor prueba. Su enfermedad y muerte ponen término a esta gigantesca lucha. «Mis dolores se encuentran en el futuro» habría de decir en sus días postreros.

En nuestro tiempo el problema es, en esencia, el mismo. A lo largo de la vida republicana se ha demostrado la incapacidad de las clases dominantes para encabezar el desarrollo del país. En el siglo XIX el imperialismo consiguió en los terratenientes y la burguesía comercial los aliados que necesitaba para sojuzgamos y en este siglo, ya por terminar, no ha habido un sector de la burguesía capaz de enfrentar al imperialismo y liderizar un proyecto de desarrollo nacional. Los gobiernos han sido en general dóciles ejecutores de la política imperialista.

El gobierno burgués de Medina Angarita, pese a sus contradicciones, hizo el intento y fue derrocado por un golpe militar en complicidad con Rómulo Betancourt, a cuya preparación no fueron ajenos el gobierno y las empresas norteamericanas, como antes no lo habían sido en el golpe d Juan Vicente Gómez contra Cipriano Castro.

Nuestra historia demuestra la necesidad de un nuevo bloque de poder y demuestra también que la clase llamada a encabezar ese baque es el proletariado moderno. Sectores de la burguesía son aliados del imperialismo y otros sectores no han sido capaces de acaudillar a las clases objetivamente interesadas en el desarrollo económico, social y político independiente. La clase obrera está llamada a asumir los valores históricos de la nacionalidad, envilecidos por el imperialismo y la burguesía asociada.

La tarea del Partido Comunista de Venezuela es articular la unidad con los otros destacamentos políticos de la clase obrera y el campesinado, las capas medias y sectores de la burguesía, en un bloque nacional anti-imperialista para adelantar el desarrollo y defender la soberanía nacional.

¿Puede la clase obrera liderizar un proyecto político que no sea estrictamente socialista? Para la dialéctica marxista la clase obrera tiene que plantearse la tarea que le impone la realidad concreta. El Manifiesto Comunista de 1848 no contiene un programa socialista inmediato. La Nueva Política Económica de Lenin no era un proyecto socialista, como tampoco lo fue el programa para tomar el poder.

La reciente experiencia de China, Vietnam y Cuba nos dice que la clase obrera en el poder puede admitir y estimular formas capitalistas de producción si lo imponen así las condiciones económicas objetivas cuando ello es necesario para desarrollar las fuerzas productivas. El poder político es la cuestión clave. El Estado es un arma en manos de la clase que lo detenta. En manos de la clase obrera es un arma para la liberación de toda la sociedad y la propia liberación.

Para ello es necesario unir a la inmensa mayoría de la población e impulsar las transformaciones que reclama la realidad concreta. En las condiciones de un país dependiente la realidad concreta impone la unidad de todas las clases interesadas en la ruptura de la dependencia.

El nuevo bloque social y político tendría un carácter contradictorio y la hegemonía se coloca en el centro del problema. La formación social que impulsamos supone la existencia de diversos modos de producción: capitalismo de Estado, capitalismo privado y formas socialistas de producción. Es, por tanto, una formación social mixta cuyos modos de producción luchan por conquistar la hegemonía económica y política. Una lucha que, sin embargo, en la medida en que apunta hacia el desarrollo nacional, apunta hacia el desarrollo de cada modo de producción. Unidad dialéctica de los contrarios contra la dominación imperialista.

Este no es un hecho inédito en nuestra historia. Eso fue la guerra de independencia y el 23 de enero de 1958. Ambas experiencias nos enseñan que la hegemonía por una clase social que no está decidida a enfrentarse al bloque dominante conduce a la frustración del proyecto nacional. Unidad y lucha nos exige el proceso en las condiciones objetivas de esta etapa histórica.

A escala mundial se pone de manifiesto el peso que continúan teniendo los intereses nacionales. La lucha de clases a nivel mundial adquiere características específicas dentro de los límites de las fronteras nacionales. Los países imperialistas, dirigidos por sus burguesías, pugnan por la hegemonía. Los países del Tercer Mundo luchan por la independencia y por la superación de la miseria. La globalización y el neoliberalismo son la justificación ideológica de la dominación imperialista. La liberación nacional es la lucha de los países oprimidos. La internacionalización del capital busca liquidar la soberanía de los pueblos y las naciones luchan por defender su soberanía.

El imperialismo pretende eliminar las culturas nacionales y éstas ofrecen resistencia al imperialismo. Los intereses de clase y los intereses nacionales se cruzan inextricablemente. Las clases dominantes pretenden obrar en nombre de la nación. Las clases oprimidas representan la inmensa mayoría de la nación. Los valores culturales de la nacionalidad se siembran en el corazón de los oprimidos mientras el bloque dominante negocia con esos valores.

La clase social que ha dominado hasta el presente los destinos del pueblo venezolano: la construcción de un proyecto nacional al margen de nuestra propia realidad, donde se asume como una premisa universal que la cultura, la concepción del mundo y de la vida que posee y proyecta la clase dominante minoritaria es y debe ser la que anime a ese resto, 80% de la población, exponentes del sincretismo de diversos otros proyectos civilizatorios que han cuajado en la historia, en la cultura de la Venezuela Profunda.

El proyecto nacional debe definirse en los términos de esa Venezuela, en términos civilizatorios, con todo lo que ello implica sobre el reconocimiento de nuestra singularidad como pueblo dentro de la variedad de proyectos nacionales que comienzan a definirse en América Latina, particularmente en aquella comunidad de naciones que representan la avanzada del Estado de nuevo cuño, la utopía concreta de la comunidad multinacional: Venezuela, Cuba y el Caribe Oriental, Brasil, Argentina y quizás Uruguay.

Los logros del proyecto civilizatorio denominado occidental se obtuvieron, no lo olvidemos, con base a la explotación y la dominación de muchos otros pueblos periféricos a lo que hoy día constituye el primer mundo europeo-estadounidense. En dicho proyecto hay elementos que podemos reivindicar y reformular dentro un proyecto civilizatorio sustitutivo, pero teniendo conciencia del potencial de recursos culturales propios que nos ayudarán a salir adelante en esta lucha a muerte contra el imperio.

La Venezuela Profunda posee un enorme potencial de recursos culturales que, estimulados y bien orientados, nos servirían de base para acceder a un país mejor, a una sociedad más justa, capaz de ofrecer a todos sin distingo social o político- una mejor calidad de vida, el disfrute pleno del sueño venezolano, que nada tiene que ver con el americano dream o, peor aún, con el Miami dream.

Vivimos en una sociedad democrática y tolerante, pero es bueno decirle a la minoría que no comparte nuestro sueño venezolano, que son libres de expresar su preferencia, pero que no pueden pretender imponernos a la mayoría, con el apoyo de la fuerza bruta de la dominación imperial, una sociedad cuyos valores y cuya visión del mundo no compartimos ni queremos compartir. Tenemos, como diría el finado Guillermo, los planos del nuevo proyecto.

El fundamento de un proyecto civilizatorio sustitutivo reposa en el imaginario venezolano, en la convicción profunda de que la parte sustantiva de nuestra realidad cultural y social está enraizada en un proceso civilizatorio originario suramericano: venezolano, caribeño, amazónico y andino, que ha tratado de ser desplazado por una versión maquillada y apócrifa de la civilización occidental.

Dicha civilización nos ha impuesto un modelo de desarrollo económico que desconoce las raíces históricas de las sociedades originales conquistadas, asentado en la propiedad privada, donde el proceso de industrialización capitalista es lo que asegura a los habitantes el logro de niveles de consumo de bienes materiales cada vez más altos.

En el proyecto civilizatorio bolivariano, por el contrario el desarrollo sustentable de la sociedad y de la economía deben fundamentarse en un reconocimiento reflexivo de nuestros pueblos originarios, de nuestras raíces históricas y culturales, basamento de nuestra identidad, construida en base a la coexistencia de diversas formas de propiedad: estatal, cooperativa y privada, y en la construcción de un sistema social solidario donde debe predominar el logro del bien común.

El capitalismo puro y duro, en su fase neoliberal, nos ha sido presentado como la única alternativa posible para la Humanidad, afirmando esta premisa en el fracaso del socialismo real en la Unión Soviética, olvidando que se debe también al fracaso coetáneo esperemos sea momentáneo- del socialismo democrático en los Estados Unidos, que condujo a ese gran pueblo hacia la experiencia capitalista salvaje instaurada desde el nefasto período Reagan-Thatcher, continuado luego por el régimen de George Bush padre y continuado con el golpe de Estado electoral de George Bush hijo que le permitió a esta persona hacerse con el gobierno de los Estados Unidos.

A diferencia del evolucionismo lineal clásico y de su expresión civilizatoria, el darwinismo social, la Historia es un proceso compuesto por múltiples procesos de desarrollo social, sustentados en diferentes racionalidades o imaginarios, en ideologías que constituyen precisamente la dimensión cultural de dichos procesos.

En nuestro caso particular, existe una ideología, un imaginario, una cultura venezolana que se afinca en la experiencia social y material milenaria de nuestro pueblo, compartida también con otros pueblos suramericanos y el caribeño, producto de la voluntad y la acción de muchas generaciones que ha cristalizado en nuestra cultura contemporánea, en la representación actual de nuestra herencia histórica y cultural.

Un proyecto de nación fundado sobre el reconocimiento del pluralismo, requiere, para ser viable, la eliminación de todas las formas de exclusión social y cultural, de toda estructura de poder que implique la dominación de unos grupos sociales sobre otros, vía la participación democrática y protagónica en todos los ámbitos de vida nacional.

La unidad nacional no puede consistir en la integración mecánica de los diferentes sectores nacionales impuesta por una de las partes, sino en la relación orgánica construida socialmente vía la creación de una conciencia reflexiva sobre la pertenencia a la nación, al proyecto civilizatorio bolivariano, compartiendo propósitos e intereses comunes para lograr un espacio histórico y territorial común.

Proyecto civilizatorio y descolonización

La construcción de un proyecto civilizatorio bolivariano, pasa por una fase necesaria de descolonización. La civilización occidental se ha caracterizado por una dinámica de expansión territorial, política y económica, que ha tenido y tiene como vehículo la exportación y la imposición de sus valores y tradiciones culturales. Esta dinámica expansiva se caracteriza por su incapacidad para coexistir pacíficamente con otras civilizaciones.

La expansión del imaginario, de la cultura estadounidense hacia Venezuela, particularmente en las cuatro décadas del régimen puntofijista, produjo clases dirigentes y grupos socioeconómicos alienados, dependientes de una civilización occidental a lo estadounidense cuyos polos de creación, decisión y legitimación no están en nuestro país, cuyo imaginario, ideología o cultura es una mala copia, atrasada en relación a la sociedad que le sirve de modelo, grosera e intolerante, que considera la modernidad como sinónimo de moda, de banalidad.

Como dicen que decía Guzmán Blanco a los venezolanos hacia finales del siglo XIX: beban vinos franceses, coman quesos franceses, crean que son ciudadanos franceses y terminarán por serlo.Descolonizarnos no es negar el carácter plural de la cultura como proceso, ni negar la existencia y la vigencia de otros pueblos sino, por el contrario, la capacidad de poder ver por ejemplo a los Estados Unidos y al occidente en general desde nuestra condición de venezolanos.

A diferencia de lo anterior, la mente de los venezolanos neo colonizadas siguen viendo a Venezuela como si fuesen estadounidenses o de otra nacionalidad con la cual se identifiquen culturalmente. Descolonizarnos significa aceptar que somos parte de un proyecto civilizatorio autónomo, plural, diferente al mono centrismo de occidente, donde el imaginario venezolano, la cultura venezolana juegue un papel protagónico en el proceso de resemantizar, reditar y reformular los componentes culturales inducidos por la necolonización.

La virtud de una política cultural bolivariana debe partir de aquella toma de conciencia. Hacer que los ciudadanos sean actores participantes y conscientes de la producción y la dramatización de su historia social, no simples espectadores del evento cultural que trata de presentarse como esencial para la creación de la vida solidaria.

...

Descargar como  txt (17.9 Kb)  
Leer 11 páginas más »
txt