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Re pensar la universidad que queremos.


Enviado por   •  17 de Agosto de 2015  •  Documentos de Investigación  •  2.257 Palabras (10 Páginas)  •  74 Visitas

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Re pensar  la universidad  que queremos.

Por : Diana Jiménez Vázquez.

Se mira  desde  abajo y a la izquierda, y es  en este punto, donde  observamos al Estado protector del ayer ceder  a las  exigencias del mercado. Este panorama nos  lleva a preguntarnos: ¿qué  es lo que nos  hace soportar  estás  formas  represivas? Una posibilidad, es que las  relaciones  sociales  se  basan en formas  represivas correspondientes a las exigencias progresistas.  Por otra parte,  el presente está regido por políticas  neoliberales  que privatizan nuestra  vida cotidiana en cada uno de nuestros  actos. Para ello  fuimos  instruidos a través  de la  escuela,  los  medios de comunicación  y cada  una  de las instituciones que  se encargan de la “normalización” de los individuos (cárcel,  hospital,  trabajo).

La educación es un elemento  importante  en el desarrollo  de una  política  hegemónica. Por ello,  Althusser[1], decía  que la educación era para el  Estado  un  aparato ideológico que le permitía  mantener el orden.  Hoy  este aparato ideológico (la educación) se encuentra  al servicio del  capital; así,  las  “reformas”  educativas  que  puso en vigencia  la  administración de Enrique  Peña  Nieto, forman  parte  de este  proyecto neoliberal  que tiene  por  objetivo  la normalización social e impulso al  mercado. Por otra parte, si hablamos de cantidades (como lo exige  la  rigurosa  ciencia); en el informe sobre  el estado de la educación en el mundo, por parte de  la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE); algunos  de los datos  más relevantes para México fueron los siguientes:

el 35% de los jóvenes de 18 años se encuentran estudiando, de los cuales el  19% en educación media superior y 16% en educación superior. México es el único país de la OCDE donde los jóvenes de entre 15 y 29 años pasan más tiempo trabajando que estudiando (en promedio invertirán 6.4 años en actividades laborales y sólo 5.3 años en educación). En cuanto  a la equidad  de género 1 de cada 10 hombres jóvenes no tienen empleo ni se encuentran estudiando; en cuanto a las mujeres jóvenes la proporción es de 3 de cada 10.[2] 

En resumen, las  cifras evidencian   el estado “crítico” de la  educación y su función social.  En el  presente  artículo,  se  reflexionará  específicamente sobre la  educación superior, sobre  ¿qué transformaciones  sufre la  universidad en el sistema  neoliberal? ¿si es posible hablar  de una  crisis  universitaria? Y ¿cuáles  son nuestras  posibles   alternativas  para  subvertir  el  efecto,  a beneficio  de  todas y todos?

La  universidad  que  fue  y la que  queremos.

A inicios del siglo  XX,  el  fortalecimiento  de las  naciones y el proyecto progresista  fueron las   ideologías  dominantes; por ello  la universidad quedó bajo la  protección  del Estado. En México, la mayoría de las universidades (públicas y  privadas) se mantuvieron estáticas, debido a una  falta de  conciencia sobre sí mismas y sobre los  cambios  sociales. Esto es  lo que Ulrich Beck llama la escena  “zombie”, que  consiste  en la permanencia de  conceptos que han muerto en  nuestro pensamiento y nuestra acción. Sin embargo, fue  a partir  de la instalación de un  gobierno neoliberal, que  se redujo la intervención del Estado en la educación superior cediendo a particulares.

 Esto originó que   las instituciones tuvieran  que  diversificar sus  formas de ingreso, a través  de  programas que articularan la  estructura académica con el mercado laboral: vendiendo servicios de conocimiento, contratando con la industria y el gobierno, concursando por fondos para investigar, etcétera. Hoy, las empresas transnacionales tratan de obtener el control del trabajo intelectual, y esto ha llevado a una “crisis universitaria” que según  Gigi Roggero,[3] nos  señala  algunas  características:

1. La crisis de la idea tradicional de conocimiento. Que consiste en  la transformación del conocimiento común  a  una mercancía para   la acumulación capitalista.

2. La crisis de las disciplinas. Se  da mayor apoyo a  ciertos  campos  de estudio  útiles  al desarrollo empresarial e industrial  (es decir, la  desacreditación de las  humanidades).

3. La crisis de la dialéctica moderna entre lo público y lo privado. Esto significa que  la educación se  convirtió  en un corporativo subordinado al mercado global.

4. La crisis de la universidad como mecanismo de ascenso social. Que consistió en el desmantelamiento de las promesas progresistas del capitalismo donde  la  educación era una  vía para  la  seguridad social.

5. La crisis de la figura tradicional del estudiante. Es decir, ya no son la fuerza de trabajo como aprendices sino que, son de inmediato trabajadores precarios.

En conclusión, este  proceso de privatización restringió  el campo de la experiencia social  para la “homogenización”, que “incluso quienes anhelan una ampliación democrática subordinan el cambio a la mantención de esa normalidad”[4]. Esta función de  normalizar  o bien,  alinear a la  sociedad  nos  lleva  al punto principal  de esta reflexión,  repensar a la universidad. Para ello, tomamos como referencia a un grupo que  es  el  enlace  entre el  Estado,  el  mercado y la  sociedad: el estudiante.

Los estudiantes  que necesita la sociedad.

La movilización del estudiante  está sujeta   a los   reglamentos, creencias, prácticas y políticas  de la institución que lo forma, ya  que  es una  estrategia de  difundir  el pensamiento  dominante. Estos elementos son las  tecnologías  disciplinarias que según Foucault[5],  se encargan de la clasificación y cosificación del  estudiante  para producir un ser  normalizado. Esta  automatización, nos dice  Bourdieu, a través de la  institucionalización redujo  al  estudiante a  dos formas, “el animal de  exámenes”  o “el diletante”:

El  primero, fascinado por  el  éxito  académico, pone  al  servicio  del  examen el olvido  de todo lo que  esté  más  allá  de  él, comenzando por  la  calificación que supone  que garantiza  el  examen. Al estudiante  “obsesionado” por el horizonte  limitado  de los plazos académicos  se opone,  en  apariencia,  el diletante, que no conoce  más  que los  horizonte  indefinidamente postergados  de la  aventura  intelectual. En ambos  casos,  es el mismo  esfuerzo por  inmovilizar de  modo  ficticio- eternizándolo  o  autonomizándolo- un presente que apela  objetivamente   a su propia  desaparición (Bourdieu, p. 87)

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