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Sacabones De Angustia

yardinni18 de Octubre de 2013

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AL DECLINAR EL DIA

Aquel domingo debían recibir su paga los trabajadores de la Empresa "Maravilla". Frente a la Administración, había un grupo de obreros, cada uno de los cuales esperaba ser llamado para efectuar la cobranza de sus salarios. Hombres y mujeres de toda edad, aguardaban pacientemente su turno.

Del fondo de la Administración, una voz fuerte llamó:

-!Pedro Gutiérrez!

El aludido, entró.

-Pedro Gutiérrez. Treinta y dos mitas. Dos bolivianos por mita.(Salarios aproximados vigentes antes de la guerra del Chaco, en moneda boliviana de l8 peniques.) Total ganado, sesenta y cuatro bolivianos. Descuentos: anticipos, veinte bolivianos; pulpería, treinta y un bolivianos. Total descuentos: cincuenta y un bolivianos. Saldo, trece bolivianos. !Tome!.

El administrador entregó la suma indicada. Y mientras Pedro Gutiérrez salía, llamó nuevamente:

-!Tiburcio Huisa!.--Luego , dirigiéndose a un individuo que, arrellanado en cómoda butaca, leía un periódico, le dijo en voz baja: Este es un buen barretero. Tal vez le convenga Don Carlos. Entró Tiburcio Huisa, pequeño indígena, pálido y esmirriado, con el carrillo abultado por una pelota de coca.

El administrador pagó al barretero un saldo de diecinueve bolivianos.

Después, preguntó:

-¿Le gusta Don Carlos?

Este era el dueño de la Empresa "Maravilla". Don Carlos, preguntó en quechua simulando indiferencia: --Huisa, ¿Te gustaría un contrato:

-Me gustaría caballeroy--contestó el aludido,

-¿Donde pues, caballeroy?

-En "La LLusca"..Pero te pagaré cuarenta bolivianos por quintal de buena ley.

El rostro de Huisa se ensombreció. Al escuchar el ofrecimiento del contrato, al saber que era en "La Llusca" vio esfumarse todo el entusiasmo por la oferta, .dijo:

-No será caballeroy. Muy mala es "La Llusca!. Si quieres en otra parte podría agarrar un contrato.--No seas cobarde. Vas a ganar mucha plata- replicó el propietario.-La veta está muy ancha, con metal puro. Aceptá, no seas tonto.

-No será caballeroy- repitió Huisa moviendo la cabeza, muchos ya han muerto ahí. En otra parte si quieres.

Don Carlos se puso furioso y contesto:

-¿Y chola más no quisieras?...!Sal de aquí indio bruto si no quieres que te muela a patadas! Maricón, cobarde...

El Administrador gritó el siguiente nombre y volvió a dirigirse a su patrón:

-Este es bueno también, don Carlos.

Penetró un hombre simpático, moreno como todos los de su raza, de constitución atlética, con mirada inteligente y sonrisa amable. Después de embolsillarse un saldo de veintitrés bolivianos, recibió la misma oferta:

-Chuquimia, ¿te gustaría un contrato?

Y la misma respuesta: --Me gustaria patrón. ¿Donde?

-En "La Llusca". Cuarenta pesos por quintal y ese porque te quiero, pues a otros no les pagaría ni treinta. la veta está hermosa y ganarás mucha plata.

Julián Chuquimia conocía el paraje y no teniéndole miedo quedo seducido por la propuesta. Contestó:

-Lo pensaré patrón y mañana te avisaré el resultado.

Don Carlos, quiso decidir rápidamente el asunto y presionó:

-Yo me voy mañana a Oruro y si tú no aceptas ahora, daré el contrato a otro.

Después de la hábil presión del dueño de la Empresa, Chuquimia aceptó. A falta de firma puso su impresión digital debajo de un papel escrito que no podía entender; pero que, según le manifestaron, contenía los pormenores del contrato. Salió muy satisfecho con una copia de aquel documento.

Aquella mañana el hombre llegó a su casa muy serio y entregando el dinero a la mujer, dijo:

-Ahí está el pago "Ulincha". Veintitrés bolivianos.

-Esta vez no te han engañado- comentó la mujer miró de reojo a Julián Chuquimia que se había sentado en el umbral de la puerta, permaneciendo silencioso.

Donata Ari, era una bonita indígena. Destacándose en ella sus ojos negros, muy grandes.

-Qué tienes Julián- preguntó bruscamente.

-Nada "Ulincha"-Después añadió con acento de tristeza: -Es muy fregado el trabajo en la mina. Si pudiéramos irnos a nuestro Suticollo...

-¿No decías que nunca más serias pongo de una finca?.

-Es que yo quisiera volver con plata- aclaró Chuquimia. -Podríamos comprarnos un terrenito, dijo. Yo mismo, con mis brazos, levantaría nuestra casa. Trabajaría la tierra desde la salida del sol hasta que el sol se perdiera. !Es tan lindo el valle!...Nunca se siente frío. Allá la tierra es buena, aquí se ha vuelto mala, porque la torturamos haciendo socavones con barrenos y pólvora.

-¿Y cómo reuniríamos la plata, Julián? Lindo seria volver a nuestro Suticollo como tu quieres; pero eso es imposible. Por más que trabajes años y años, ganando como ahora veintitrés bolivianos al mes, nunca podríamos reunir lo necesario para comprar un terreno.

-¿Y si "agarrara" un contrato, "Ulincha"? -preguntó Chuquimia,

-Si no fuera en "La Llusca", sería bueno Julián--contestó la mujer.

-Es que sólo en "La Llusca" podrían darme contrato.

La mujer empezó a comprender la verdad de lo que Julián Chuquimia le ocultaba y sintió un ligero estremecimiento.

Miró con fijeza a su compañero, para luego increparle:

-¿Quieres morir como el "Macho Toro", como el "Barbón" y como el "Santuquito"?

-!Aa!.. Ellos no eran para ese lugar; !pero yo soy! contestó Chuquimia. Yo podría sacar hasta diez quintales mensuales y ganar unos trescientos pesos libre. En ocho meses tendríamos como para irnos. Solo a mi porque me quiere, el patrón me pagaría cuarenta bolivianos por quintal.

-!Ja jay!- rió forzadamente la mujer.-¿Porque te quiere?... No me hagas reír...-Porque te quiere desea que mueras. ¿Que le importa de ti? !A él lo único que le interesa es el metal aunque mueran cien peones!.

-En vano estás hablando tanto... Ya he firmado el contrato y desde mañana trabajaré en "La Llusca"...

La mujer se alteró ante la revelación que acababa de escuchar.

Sentándose en el suelo lloró amargamente. El minero, trató de calmarla con voz tierna:

-No te aflijas "Ulincha". No me pasará nada y después de ocho meses nos iremos a nuestro Suticollo... Ya no llores, "Ulinchita".

Al día siguiente, muy temprano, Julián Chuquimia se dirigió a "La Llusca" que era un paraje situado a dos kilómetros del campamento.

Llegando a la boca mina Julián Chuquimia , tanteó la firmeza de los dos barrenos clavados en la roca que sostenían el cable de acero de treinta metros por el cual debía descolgarse para llegar hasta el socavón.

Se quitó las abarcas, se amarró en el cuello la herramienta, el material y el ckockaui y empezó a descolgarse en el abismo por el cable que se balanceaba levemente. Chuquimia era un hombre fuerte y elástico. De otro modo no habría podido descender con tanta facilidad como lo hizo, desde los dos barrenos hasta la pequeña saliente de la roca, donde comenzaba el socavón.

En el fondo de la obscura galería, examinó la veta y quedó satisfecho; en realidad, era una veta rica. Mentalmente determinó los tiros y empezó a taladrar la roca, golpeando el barreno con un martillo. Cuando se cercioró de que los taladros tenían la profundidad conveniente, preparó los tiros y para efectuarlos sin peligro tuvo que encender la mecha y salir presurosamente a colgarse del cable, fuera del socavón, hasta que estalló la dinamita. Después, sentado en una piedra comió el ckockahui, a manera de postre acullicó coca.

Cerca del anochecer, el minero cargado del metal extraído en la jornada, salió del paraje. Ya entrada la noche, llegó a su casa con el espíritu ligero, entonando huayños de su tierra.

Pasaron los meses. Julián Chuquimia pudo reunir durante éste tiempo un saldo líquido de tres mil bolivianos celosamente guardado por su compañera. La resolución definitiva tomada por la pareja, era la de cumplir los ocho meses del contrato e irse a Suticollo para convertir en realidad, los sueños que habían acariciado tanto tiempo. La mujer, a medida que pasaron los días, había abandonado los malos presentimientos.

¡Muchos motivos de júbilo tenia el hogar de nuestros personajes! Por una parte el saber que se acortaba el plazo para su partida; por otra el éxito económico del contrato y, finalmente, el anuncio de la llegada de un hijo que colmaba un viejo y común anhelo.

Después de dar el primer tiro, observó que la veta que iba siguiendo, se abría en una bolsonera de metal rico y casi puro.

¿Qué cantidad de Wólfram podría sacar de esa bolsonera en los días que le faltaban para concluir su contrato? Julián Chuquimia trabajó todo ese día furiosamente y cuando llegó la noche resolvió doblar, prosiguiendo el trabajo con afiebrado ánimo. No tenia sueño ni sentía hambre. No probó bocado en la jornada, ni pegó una pestañeada durante la noche. Únicamente le absorbían su brutal trabajo y sus sueños de alucinado.

Cerca del amanecer sintió cansancio y advirtió que su cuerpo se encontraba dolorido por la terrible jornada. resolvió regresar a su casa para descansar y fue trepando lentamente por el cable de acero. A mitad de la ascención notó que sus músculos no le obedecían tan fácilmente como de costumbre; por primera vez desconfió de sus propias fuerzas y al desconfiar de ellas, sintió también por vez primera, un miedo salvaje del abismo obscuro que se abría

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