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Segunda Carta


Enviado por   •  17 de Septiembre de 2014  •  6.179 Palabras (25 Páginas)  •  251 Visitas

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Y yo, viendo que mostrar a los naturales poco ánimo, en especial a nuestros amigos, era causa de más aína dejarnos y ser contra nosotros, acordándome que siempre a los osados ayuda la fortuna y que éramos cristianos y confiando en la grandísima bondad y misericordia de Dios, que no permitiría que del todo pareciésemos y se perdiese tanta y tan noble tierra como para vuestra majestad estaba pacífica y en punto de pacificarse, ni se dejase de hacer tan gran servicio como se hacía en continuar la guerra, por cuya causa se había de seguir la pacificación de la tierra como antes estaba, acordé y me determiné de por ninguna manera bajar los puertos hacia la mar; antes pospuesto todo trabajo y peligro que se nos pudiesen ofrecer, les dije que yo no había de desamparar esta tierra, porque en ello me parecía que, demás de ser vergonzoso a mi persona y a todos muy peligroso, a vuestra majestad hacíamos muy gran traición. Y que antes me determinaba de por todas las partes que pudiese, volver contra los enemigos y ofenderlos por cuantas vías a mí fuese posible.

Y habiendo estado en esta provincia veinte días, aunque ni yo estaba muy sano de mis heridas y los de mi compañía todavía bien flacos, salí de ella para otra que se dice Tepeaca, que era de la liga y consorcio de los de Culúa, nuestros enemigos; de donde estaba informado que habían muerto diez o doce españoles que venían de la Vera Cruz a la gran ciudad, porque por allí es el camino. La cual provincia de Tepeaca confina y parte términos con la de Tascaltecal y Churultecal, porque es muy gran provincia. Y en entrando por tierra de la dicha provincia, salió mucha gente de los naturales de ella a pelear con nosotros y pelearon y nos defendieron a la entrada cuanto a ellos fue posible, poniéndose en los pasos fuertes y peligrosos. Y por no dar cuenta de todas las particularidades que nos acaecieron en esta guerra, que sería prolijidad, no diré sino que, después de hechos los requerimientos para que viniesen a obedecer los mandamientos que de parte de vuestra majestad se les hacían acerca de la paz, no los quisieron cumplir y les hicimos la guerra y pelearon muchas veces con nosotros y con la ayuda de Dios y de la real ventura de vuestra alteza siempre los desbaratamos y matamos muchos, sin que en toda la dicha guerra me matasen ni hiriesen ni un español.

Y aunque, como he dicho, esta dicha provincia es muy grande, en obra de veinte días hube pacíficas muchas villas y poblaciones a ella sujetas y los señores y principales de ellas han venido a ofrecerse y dar por vasallos de vuestra majestad y demás de esto, he echado de todas ellas muchos de los de Culúa que habían venido de esta dicha provincia a favorecer a los naturales de ella para hacernos guerra y aun estorbarles que por fuerza ni grado no fuesen nuestros amigos. Por manera que hasta ahora he tenido en qué entender en esta guerra y aun todavía no es acabada, porque me quedan algunas villas y poblaciones que pacificar, las cuales, con ayuda de Nuestro Señor, presto estarán, como estas otras, sujetas al real dominio de vuestra majestad.

En cierta parte de esta provincia, que es donde mataron aquellos diez españoles, porque los naturales de allí siempre estuvieron muy de guerra y muy rebeldes y por fuerza de armas se tomaron, hice ciertos esclavos, de que se dio el quinto a los oficiales de vuestra majestad; porque, demás de haber muerto a los dichos españoles y rebeládose contra el servicio de vuestra alteza, comen todos carne humana, por cuya notoriedad no envío a vuestra majestad probanza de ello. Y también me movió a hacer los dichos esclavos por poner algún espanto a los de Culúa y porque también hay tanta gente, que si no se hiciese grande el castigo y cruel en ellos, nunca se enmendarían jamás. En esta guerra nos anduvimos con ayuda de los naturales de la provincia de Tascaltecal y Churultecal y Guasucingo, donde han bien confirmado la amistad con nosotros y tenemos mucho concepto que servirán siempre como leales vasallos de vuestra alteza.

Estando en esta provincia de Tepeaca haciendo esta guerra, recibí cartas de la Vera Cruz, por las cuales me hacían saber cómo allí al puerto de ella habían llegado doce navíos de los de Francisco de Garay, desbaratados; que según parece, él había tornado a enviar con más gente a aquel río grande de que yo hice relación a vuestra alteza y que los naturales de ella habían peleado con ellos y les habían matado diecisiete o dieciocho cristianos y herido otros muchos. así mismo les habían matado siete caballos y que los españoles que quedaron se habían entrado a nado en los navíos y se habían escapado por buenos pies; que el capitán y todos ellos venían muy perdidos y heridos y que el teniente que yo había dejado en la villa los había recibido muy bien y hecho curar. Y porque mejor pudiesen convalecer, habían enviado cierta parte de los dichos españoles a tierra de un señor nuestro amigo, que está cerca de allí, donde eran bien provistos.

De lo cual todo nos pesó tanto como de nuestros trabajos pasados y por ventura no les acaeciera este desbarato si la otra vez ellos Vinieran a mí, como ya he hecho relación a vuestra alteza; porque como yo estaba muy y informado de las codas de estas partes, pudieran haber de mí tal aviso por donde no les acaeciera lo que les acaeció; especialmente que el señor de aquel río y tierra, que se dice Pánuco, se había dado por vasallo de vuestra sacra majestad, en cuyo reconocimiento me había enviado a la ciudad de Temixtitan, con sus mensajeros, ciertas cosas, como ya he dicho. Yo he escrito a la dicha villa que si el capitán del dicho Francisco de Garay y su gente se quisiesen ir, les den favor y los ayuden para despacharse ellos y sus navíos.

Después de haber pacificado lo que toda esta provincia de Tepeaca se pacificó y sujetó al real servicio de vuestra alteza, los oficiales de vuestra majestad y yo platicamos muchas veces la orden que se debía de tener en la seguridad de esta provincia.

Y viendo cómo los naturales de ella, habiéndose dado por vasallos de vuestra alteza, se habían rebelado y muerto por españoles y cómo están en el camino y paso por donde la contratación de todos los puertos de la mar es para la tierra adentro y considerando que si esta dicha provincia se dejase sola, como de antes, los naturales de la tierra y señorío de Culúa, que están cerca de ellos, los tornarían a inducir y atraer a que otra vez se levantasen y rebelasen, de donde se seguiría mucho daño e impedimento a la pacificación de estas partes y al servicio de vuestra alteza y cesaría la dicha contratación, mayormente que para el camino de la costa de la mar no hay más que dos puertos muy agros y ásperos, que confinan con esta provincia y los naturales de ella los podrían defender

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