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Análisis De Medea (Euripides)


Enviado por   •  21 de Octubre de 2013  •  3.363 Palabras (14 Páginas)  •  393 Visitas

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Medea, de Eurípides (o La “justificación” de la violencia)

La figura de Medea representa en Eurípides la desmesura en los sentimientos de amor-desamor: el personaje expresa, en un primer momento, una capacidad para amar sin límites, con una entrega absoluta a Jasón; pero después, y tal vez como consecuencia de lo anterior, manifiesta una capacidad para odiarle sin medida, hasta las últimas consecuencias. Su carácter hace que actúe de una forma enérgica y voluntariosa, renunciando a su existencia anterior por emprender una nueva vida junto a su amado; pero también, en los malos momentos (precisamente aquellos en los que se centra la obra), la lleva a comportarse de un modo extremadamente violento, anteponiendo su sed de venganza a cualquier otra consideración moral o afectiva. Paradójicamente, dicha violencia se irá justificando a lo largo de la tragedia, hasta tal punto que resultará refrendada con un “final feliz”, con bendición divina incluida, para la vengativa protagonista.

La acción comienza cuando Medea conoce que va a ser abandonada por Jasón, el cual le había prometido matrimonio ante el altar de Hécate, y además había formado con ella una familia, en cuyo seno habían concebido dos hijos. Sin embargo, al llegar a Corinto, Jasón se prenda de Glauce, hija del rey Creonte, y decide romper el compromiso que le unía a Medea, con quien hasta entonces había llevado una vida errante, y casarse con aquella joven, a cuyo lado se le abren considerables posibilidades de convertirse en rey.

Medea se lamenta de ese absurdo patriarcado que hace que las mujeres estén sometidas a las decisiones de sus esposos, por arbitrarias que éstas sean,

pues la separación no da buena reputación a las mujeres y ni siquiera les es posible repudiar al esposo.

pero sobre todo se siente engañada, burlada, traicionada, defraudada, decepcionada... en suma, no correspondida en el amor que desde el primer momento ha manifestado a Jasón.

La nodriza nos pone en situación:

Llora por su padre querido, por el país y la casa que traicionó para venir con un hombre que ahora la desprecia.

pero es la propia Medea quien mejor lo expresa con sus propias palabras:

Este suceso inesperado que se me ha venido encima me ha destrozado el alma (...), pues mi esposo, en quien tenía yo puestas todas mis ilusiones, -bien lo sabe él- ha resultado ser el peor de los maridos.

En ese momento, el Corifeo, portavoz del coro de mujeres corintias, se conduele, comprende sus sentimientos e incluso llega a justificar una hipotética venganza, de la que todavía ni siquiera se ha hablado:

Con toda justicia castigarás a tu esposo, Medea. Y no me extraña el dolor que sientes por tu infortunio.

He aquí, pues, la clave de la obra: la natural desmesura emocional de Medea se traduce, al ser abandonada por Jasón, en una extrema violencia, que la llevará a tomar una desproporcionada venganza contra quienes la han ofendido: matará a Glauce, que le ha arrebatado a su esposo, y quitará también la vida a sus propios hijos para producirle el mayor daño posible a éste. No se trata de una reacción impulsiva, propia de un carácter enérgico, sino de una decisión bien meditada, de efectos perfectamente calculados, lo que permite que la asesina, lejos de sentirse culpable, justifique sus actos responsabilizando a Jasón de todo lo sucedido.

Medea, o el amor desinteresado

Medea acusa de ingratitud a su esposo, pues todo cuanto hizo por él, fue por amor, por confianza en su promesa de matrimonio: ayudó primero con su magia a Jasón a vencer a los dos toros y a la serpiente que custodiaban el vellocino de oro, aunque eso significara ponerse en contra de su padre, Eetes, y por tanto renunciar a sus vínculos familiares y sociales; después, y una vez comprometidos, para eludir el castigo decidieron escapar juntos de la Cólquide, y con el fin de facilitar su huida, no dudó en despedazar a su propio hermano e ir esparciendo los trozos por el camino, entorpeciendo con ello la persecución emprendida por su padre; por último, ya de vuelta en Yolco, se vengó de Pelias, que había puesto gratuitamente en peligro la vida de Jasón encomendándole la búsqueda del vellocino, y para ello engañó con un truco de magia a las hijas de aquél, convenciéndolas de que si le descuartizaban, volvería a la vida rejuvenecido.

Semejante derroche de violencia parece estar plenamente justificado para ella: tanto el asesinato de su hermano, que tiene un carácter práctico, utilitario, ya que constituye un mero instrumento para facilitarse la huida, como la muerte de Pelias, la cual responde a un ajuste de cuentas, una venganza necesaria, una justa respuesta a la absurda y arriesgada misión encomendada a su esposo. Por eso, cuando se lamenta de la ingratitud de su amado, Medea está sentando las bases sobre las que se asentará la justificación de la venganza que se dispone a tomar contra él:

Has hecho una boda tal, que te arrepentirás.

Jasón, o la ingratitud

Jasón se nos revela como un hombre que ha conseguido lo que tiene con relativa facilidad, siempre gracias a Medea. En efecto, el mayor reto de su vida, apoderarse del vellocino de oro, lo logra fundamentalmente con ayuda de ésta. Tal vez por eso no dé suficiente valor a lo que tiene: una esposa perdidamente enamorada, que ha renunciado a su familia y a su patria por él y que le ha dado dos hijos.

Jasón, en efecto, no se conforma con llevar una vida errante junto a la proscrita, desterrada y fugitiva Medea, y, nada más llegar a Corinto, se encapricha de Glauce, hija del rey Creonte, la cual puede proporcionarle más poder y prestigio que aquélla, a la que, al fin y al cabo, no le une más que un simple compromiso verbal; y así, cegado por las oportunidades que le ofrece emparentar con la familia real, incumple la palabra dada a Medea. Sin embargo, lo que ésta parece reprocharle con más fuerza no es tanto el abandono por otra como su ingratitud, su incapacidad para reconocer que lo que ha conseguido se lo debe primordialmente a ella:

Te salvé (...) cuando fuiste enviado a uncir bajo el yugo los toros que respiraban fuego (...), y tras matar yo la serpiente que, sin dormirse, guardaba el vellocino de oro (...), hice surgir para ti la luz de la salvación. Y fui yo quien, después de traicionar a mi casa y a mi padre, más por pasión que por prudencia, llegué contigo (...) a Yolco. Y maté

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