Aristoteles - La Gran Moral
KaticsaVerastein18 de Abril de 2013
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La gran moral
Aristóteles
Fuente: Canal #Biblioteca del IRC en la red Undernet
Esta Edición: Proyecto Espartaco
(http://www.proyectoespartaco.dm.cl)
ÍNDICE
ÍNDICE 2
LIBRO PRIMERO 4
CAPÍTULO PRIMERO DE LA NATURALEZA DE LA MORAL 4
CAPÍTULO SEGUNDO DIVISIÓN DE LOS BIENES 7
CAPÍTULO TERCERO OTRA DIVISIÓN DE LOS BIENES 9
CAPÍTULO CUARTO DE LA FELICIDAD 10
CAPÍTULO QUINTO DIVISIÓN DEL ALMA EN DOS PARTES, Y VIRTUDES PROPIAS DE CADA UNA 11
CAPÍTULO SEXTO DE LA INFLUENCIA DEL PLACER Y DEL DOLOR SOBRE LA VIRTUD 12
CAPÍTULO SÉPTIMO DE LOS DIVERSOS FENÓMENOS DEL ALMA 13
CAPÍTULO OCTAVO DE LAS DISPOSICIONES 14
CAPÍTULO NOVENO EL DEFECTO Y EL EXCESO SON LO CONTRARIO DEL TÉRMINO MEDIO EN QUE CONSISTE LA VIRTUD 14
CAPÍTULO DÉCIMO LA VIRTUD Y EL VICIO DEPENDEN DEL HOMBRE Y SON VOLUNTARIOS 15
CAPÍTULO UNDÉCIMO TEORÍA DE LA LIBERTAD EN EL HOMBRE 17
CAPÍTULO DUODÉCIMO CONTINUACIÓN DE LA REFUTACIÓN PRECEDENTE 18
CAPÍTULO DÉCIMO TERCERO DEFINICIÓN DE LA FUERZA O VIOLENCIA 18
CAPÍTULO DÉCIMO CUARTO DEFINICIÓN DE LAS IDEAS DE NECESIDAD Y DE LO NECESARIO 19
CAPÍTULO DÉCIMO QUINTO DEL ACTO VOLUNTARIO 19
CAPÍTULO DÉCIMO SEXTO DE LA PREFERENCIA REFLEXIVA 20
CAPÍTULO DÉCIMO SÉPTIMO CONTINUACIÓN DE LA TEORÍA PRECEDENTE 22
CAPÍTULO DÉCIMO OCTAVO EL VERDADERO FIN DE LA VIRTUD ES EL BIEN 23
CAPÍTULO DÉCIMO NOVENO DEL VALOR 23
CAPÍTULO VIGÉSIMO DE LA TEMPLANZA 25
CAPÍTULO VIGÉSIMO PRIMERO DE LA DULZURA 26
CAPÍTULO VIGÉSIMO SEGUNDO DE LA LIBERALIDAD 26
CAPÍTULO VIGÉSIMO TERCERO DE LA GRANDEZA DE ALMA 27
CAPÍTULO VIGÉSIMO CUARTO DE LA MAGNIFICENCIA 28
CAPÍTULO VIGÉSIMO QUINTO DE LA INDIGNACIÓN QUE INSPIRA EL SENTIMIENTO DE LA JUSTICIA 28
CAPÍTULO VIGÉSIMO SEXTO DE LA DIGNIDAD Y DEL RESPETO DE SÍ MISMO EN LAS RELACIONES SOCIALES 29
CAPÍTULO VIGÉSIMO SÉPTIMO DE LA MODESTIA 29
CAPÍTULO VIGÉSIMO OCTAVO DE LA AMABILIDAD 30
CAPÍTULO VIGÉSIMO NOVENO DE LA AMISTAD 30
CAPÍTULO TRIGÉSIMO DE LA VERACIDAD 31
CAPÍTULO TRIGÉSIMO PRIMERO DE LA JUSTICIA 31
CAPÍTULO TRIGÉSIMO SEGUNDO DE LA RAZÓN 37
LIBRO SEGUNDO 42
CAPÍTULO PRIMERO DE LA MODERACIÓN 42
CAPÍTULO SEGUNDO DE LA EQUIDAD 42
CAPÍTULO TERCERO DEL BUEN SENTIDO 43
CAPÍTULO CUARTO DIGRESIÓN SOBRE LOS DEBERES DE CORTESÍA Y SU RELACIÓN CON LA JUSTICIA 43
CAPÍTULO QUINTO CUESTIONES DIVERSAS 43
CAPÍTULO SEXTO NUEVAS TEORÍAS SOBRE LA TEMPLANZA 46
CAPÍTULO SÉPTIMO DE LA BRUTALIDAD 46
CAPÍTULO OCTAVO DE LA TEMPLANZA 47
CAPÍTULO NOVENO DEL PLACER 53
CAPÍTULO DÉCIMO DE LA FORTUNA 58
CAPÍTULO UNDÉCIMO RESUMEN DE LAS TEORÍAS PARTICULARES SOBRE CADA UNA DE LAS VIRTUDES ESPECIALES 60
CAPÍTULO DUODÉCIMO NUEVO EXAMEN DE ALGUNAS DE LAS TEORÍAS ANTERIORMENTE EXPUESTAS 61
CAPÍTULO DÉCIMO TERCERO DE LA AMISTAD 62
CAPÍTULO DÉCIMO CUARTO DE LOS LAZOS DE LA SANGRE. - DE LA BENEVOLENCIA Y DE LA CONCORDIA 68
CAPÍTULO DÉCIMO QUINTO DEL EGOÍSMO 70
CAPÍTULO DÉCIMO SEXTO DEL EGOÍSMO DEL HOMBRE DE BIEN 70
CAPÍTULO DÉCIMO SÉPTIMO DE LA INDEPENDENCIA 71
CAPÍTULO DÉCIMO OCTAVO DEL NÚMERO DE AMIGOS QUE SE DEBE TENER 72
CAPÍTULO DÉCIMO NOVENO DEL MODO DE CONDUCIRSE CON EL AMIGO DE QUIEN HAY MOTIVO PARA QUEJARSE 73
LIBRO PRIMERO
Capítulo primero
De la naturaleza de la moral
Siendo nuestra intención tratar aquí de cosas pertenecientes a la moral, lo primero que tenemos que hacer es averiguar exactamente de qué ciencia forma parte. La moral, a mi juicio, sólo puede formar parte de la política. En política no es posible cosa alguna sin estar dotado de ciertas cualidades; quiero decir, sin ser hombre de bien. Pero ser hombre de bien equivale a tener virtudes; y por tanto, si en política se quiere hacer algo, es preciso ser moralmente virtuoso. Esto hace que parezca el estudio de la moral como una parte y aun como el principio de la política, y por consiguiente sostengo que al conjunto de este estudio debe dársele el nombre de política más bien que el de moral. Creo, por lo tanto, que debe tratarse, en primer término, de la virtud, y hacer ver cómo es y cómo se forma, porque ningún provecho se sacará de saber lo que es la virtud sino se sabe también cómo nace y por qué medios se adquiere. Sería un error estudiar la virtud con el único objeto de saber lo que es, porque es preciso estudiarla para saber cómo se adquiere, puesto que en el presente caso queremos, a la vez, saber la cosa y conformarnos nosotros mismos a ella; y es claro que seremos incapaces de conseguirlo si ignoramos el origen de donde procede y cómo puede producirse.
Por otra parte, es un punto muy esencial saber lo que es la Virtud, porque no sería fácil saber cómo se forma y cómo se adquiere, si se ignorara su naturaleza, como no lo sería el resolver cualquiera cuestión de este género en todas las demás ciencias. Un punto no menos indispensable es saber lo que otros antes que nosotros han podido decir sobre esta materia.
El primero que se propuso estudiar la virtud fue Pitágoras, pero no pudo lograr su propósito, porque queriendo referir las virtudes a los números, no creó con esto una teoría especial de las virtudes; pues la justicia, dígase lo que se quiera, no es un número igualmente igual, un número cuadrado. Sócrates, que vino al mundo mucho después que él, trató este punto con más extensión y profundidad, mas tampoco consiguió su objeto. Quiso convertir las virtudes en conocimientos, y es absolutamente imposible que semejante sistema sea verdadero. Los conocimientos sólo se forman con el auxilio de la razón, y la razón está en la parte inteligente del alma. Por consiguiente, todas las virtudes se forman, según Sócrates, en la parte racional de nuestra alma. Y así, formando de las virtudes otros tantos conocimientos, suprime la parte irracional del alma, y destruye de un golpe en el hombre la pasión y la virtud moral. Sócrates, desde este punto de vista, no estudió bien las virtudes. Después de estos dos filósofos vino Platón, que dividió muy acertadamente el alma en dos partes, una racional y otra que carece de razón, y a cada una de estas dos partes atribuyó las virtudes que le son realmente propias. Hasta aquí marcha bien pero después ya no está bien en lo cierto. Mezcla el estudio de la virtud con su tratado sobre el bien, y en este punto no tiene razón, porque no es éste el lugar que debe ocupar. Hablando de los seres y de la verdad, ninguna necesidad tenía de hablar de la virtud, porque, en el fondo, estos dos objetos nada tienen de común.
He aquí cómo nuestros predecesores han tocado estas materias, y hasta qué extremo las han llevado. Exponiendo lo que tenemos que decir sobre este punto, no haremos sino continuar su obra.
Por lo pronto, es preciso tener en cuenta que todo conocimiento y toda facultad ejercida por el hombre tienen un fin, y que este fin es el bien. No hay conocimiento ni voluntad que tenga el mal por objeto. Luego, si el fin de todas las facultades humanas es bueno, es incontestable que el mejor fin pertenecerá a la mejor facultad. Pero la facultad social y política es la facultad mejor en el hombre, y por consiguiente su fin es el bien por excelente. Deberemos, pues, hablar del bien, pero no del bien entendido de una manera absoluta, sino del bien que se aplica especialmente a nosotros. No se trata aquí del bien de los dioses, porque esto requiere un estudio distinto e indagaciones de otro género. El bien de que tenemos que tratar es el bien desde el punto de vista político, para lo cual conviene hacer, desde luego, una distinción. ¿De qué bien se intenta hablar? Porque esta palabra bien no es un término simple, puesto que lo mismo se llama bien a lo que es mejor en cada especie de cosas, y que es, generalmente, lo que es preferible por su propia naturaleza, que a aquello cuya participación hace que otras cosas sean buenas, y entonces entendemos que es la Idea del bien. ¿Nos ocuparemos de esta Idea del bien o deberemos despreciarla y considerar tan sólo el bien que se encuentra realmente en todo lo que es bueno? Este bien efectivo y real es muy distinto de la Idea del bien. La Idea del bien es cierta cosa separada, que subsiste por sí aisladamente, mientras que el bien común y real de que queremos hablar se encuentra en todo lo que existe. Este bien real no es el mismo que es otro bien que está separado de las cosas, mediante a que lo que está separado y lo que por su naturaleza subsiste por sí mismo jamás pude encontrarse en ninguno de los otros seres. ¿Deberemos, por tanto, ocuparnos con preferencia del estudio de este bien que se encuentra y subsiste realmente en las cosas? Y si no es posible desentenderse de él, ¿por qué deberemos estudiarle? Porque este bien efectivamente es común a las cosas, corno lo prueban la definición y la inducción. Y así la definición, que se propone explicar la esencia de cada cosa, nos dice que una cosa es buena o que es mala, o que es de tal o cual manera. La definición en este caso nos enseña que el bien tomado en general es lo que es apetecible en sí y por sí, y el bien que se encuentra en cada una de las cosas reales es igual al de la definición. Pero si la definición nos dice lo que es el bien, no hay conocimiento ni facultad alguna que diga de su
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