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Después De La Euforia


Enviado por   •  26 de Abril de 2015  •  2.039 Palabras (9 Páginas)  •  187 Visitas

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Después de la euforia

Ideas

El país fue testigo de la ascensión y caída de la ola verde. Entre los tres millones y medio de ciudadanos que navegaron su cresta había varios artistas y escritores. ¿Qué pasó con ellos? ¿Por qué les era tan atractivo el discurso mockusiano?

Por: Jerónimo Duarte

Ya todos sabemos qué es unflashmob, esa manifestación artística juvenil en la que cientos de personas se congregan en un espacio para, acto seguido, quedarse estáticas, perturbar el medio y, después, regresar como si nada a sus actividades normales. Pensemos en la campaña de Mockus como un flashmob. Una ola verde se congrega en un espacio (virtual, geográfico, moral…). Se paraliza. Todo el mundo espera que algo grande pase. No pasa nada. La ola se disuelve y vuelve a su cotidianidad, como si nada. Algunos de sus miembros, por supuesto, seguirán haciendo alharaca, invitarán a nuevas uniones, se empeñarán en impedir que la ola se disuelva. Pero estos, casi siempre, son pocos.

Parecía también, en ocasiones, un enorme despliegue patafísico. En Gestos y opiniones del Dr. Faustroll, patafísico, novela póstuma de Alfred Jarry, la Patafísica se define como “la ciencia de las soluciones imaginarias que acuerda simbólicamente a los lineamientos las propiedades de los objetos descritos por su virtualidad. En palabras simples: es la ciencia que estudia las soluciones imaginarias para los problemas que no existen. Parece que esta era la disciplina de los verdes: una masiva congregación social emanada de esa seudociencia. Los verdes eran una anormalidad en la escena política colombiana; sus propuestas pretendían hacer de la excepción la regla, y los problemas que los preocupaban no existían, para la masa electoral, de manera urgente ni inmediata. En el universo donde la normalidad es la seguridad democrática, cualquier otro apremio no es sino pura virtualidad patafísica.

Fue, además, un proceso protagonizado por el lenguaje. Para bien y para mal. Demasiadas palabras propiciaron el tsunami, demasiadas adhesiones entusiastas participaron del griterío, demasiados apáticos reconocieron una voz que los identificaba. Y hubo, al mismo tiempo, palabras brumosas y contradictorias que atenuaron la euforia y diluyeron el flashmob.

No es de menospreciar, tampoco, la vanidad con la que adherentes, adheridos y militantes surfearon la ola verde. Amados y amantes hacían gala de su originalidad, de su disidencia, de su genialidad. Se divertían. Mostraban lo que hacían –comerciales, camisetas, consignas, videos, pancartas, correos– y lo difundían. Presentaban sus obras. Se quejaban de la incomprensión general aunque es probable que la disfrutaban un poco; eso los hacía más originales, más disidentes, más patafísicos.

El arte, entonces, rondaba la campaña mockusiana.

Esquizofrenia social

El Partido Verde, tal como se conoce hoy y como se presentó a los pasados comicios electorales, tiene poco menos de un año de existencia. Es, digamos, una organización bastante precoz que creció a velocidades exorbitantes y que todavía no sabemos muy bien hacia dónde se dirige. Sin embargo, hace unos meses parecía ser la opción preferida por la mayoría de los colombianos y era, de lejos, la alternativa que había elegido un buen número de artistas y escritores del país. Voces muy influyentes de la cultura se declaraban impúdicamente verdes –Héctor Abad, Andrés Hoyos, Vladdo, Nicolás Montero, Ricardo Silva y William Ospina, por nombrar apenas unos pocos– y se sumaban a la gran masa de ciudadanos que, aturdidos y esperanzados por la promesa de cambio, enarbolaban las banderas del ‘no todo vale’.

Basta dar una mirada al entusiasmo que se ocultaba detrás de las frases de algunos columnistas cuando la ola empezó a crecer. Jotamario Arbeláez, que en 1993 se había ofendido profundamente con las nalgas del candidato, aseguraba que Mockus “es el presidente que necesita Colombia”. Héctor Abad sostenía “Mockus es el centro sensato (…) Estamos en las vísperas de un gobierno verde”; incluso, antes de que el Partido Verde y Compromiso Ciudadano por Colombia se volvieran una sola fuerza política, les pidió a sus líderes que se unieran confiado en que, si lo hacían, “la Colombia buena se volcará a apoyarlos y al fin, aquí, llegarían al gobierno los justos”. Ricardo Silva, por su parte, afirmaba que “Mockus es el candidato que dice la verdad”; es decir, le creía. Tanto como lo hacían los actores y actrices que participaron en los videos de nuestro naciente ‘fenómeno Obama’. Vicky Hernández, con un perro diminuto en una mano y un girasol en la otra contaba que, desde que tenía memoria, “Colombia es un país asaltado por la mala fe y la ilegalidad”. El voto verde prometía modificar esos recuerdos. Margarita Rosa de Francisco, como Ricardo Silva, sentía que el candidato le decía la verdad, sus ojos le parecían transparentes y eso nunca lo había visto en otro político. Todos creían, y al verde y al girasol se le sumaron tres golpecitos en la sien, con el dedo índice, que daban fe de la elección consciente. Tal era la consciencia que, a veces, el índice era reemplazado por un lápiz.

Se desató la euforia colectiva, varios se contagiaron de lo que Lucas Ospina llamó ‘la gripa del fervor’, pero después, el 20 de junio a las 6:00 p.m., parecía como si la campaña hubiera sido el resultado de una alteración en masa de la conciencia de la realidad.

A mediados del siglo XIX, Bénédict Morel acuñó el término ‘demencia precoz’ para referirse a aquellos trastornos mentales crónicos que generan una alteración en la percepción o expresión de la realidad. Lo que la ciencia médica denominaría, años más tarde, esquizofrenia. La enfermedad se activa, con mayor frecuencia, durante la juventud y obedece a la ocurrencia de un hecho traumático. Sus síntomas son, principalmente, tres: lenguaje y pensamientos confusos y desorganizados; delirios, alucinaciones y trastornos afectivos, y conductas inapropiadas.

Y los tres síntomas se vieron con claridad en la campaña: Mockus fue acusado de críptico. En uno de los debates televisados, Roberto Pombo, el moderador, cerró la intervención del candidato con un malicioso “¡si yo hubiera sido alumno del profesor Mockus, me habría rajado!”. La ola verde se autoproclamó histórica, los encuestadores aseguraron una grandeza que no demostró tener cuerpo y la simpatía o antipatía por la fórmula Mockus-Fajardo despertó las más altas –y bajas– pasiones.

Plinio

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