ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Edipo. Yocasta

250512Ensayo1 de Diciembre de 2012

5.419 Palabras (22 Páginas)605 Visitas

Página 1 de 22

ANÁLISIS DEL SIGNO EN LA INTERPRETACIÓN LITERARIA

I. LECTURA ANALÍTICA DEL TEXTO LITERARIO

EDIPO:

En verdad, toda mi esperanza está en esperar a ese hombre, ese pastor, ese único testigo.

YOCASTA:

¿Por qué crees que su llegada puede tranquilizarte?

EDIPO:

Te lo diré. Si afirma las mismas cosas que tú, nada tengo que temer.

YOCASTA:

Y ¿qué afirmación de tal importancia me has oído decir?

EDIPO:

Ese pastor, me has dicho, sostiene que fueron unos bandidos los que mataron a Layo. Si persiste en decir lo mismo, no soy yo el matador, pues un solo hombre no cuenta por varios. Pero si habla de un solo transeúnte aislado, resulta entonces claro que aquel hecho no puede recaer sino sobre mí.

YOCASTA:

Estáte, pues, tranquilo, ya que así habló ese testigo y no puede ya desdecirse de lo que dijo. No he sido la única que lo he oído: la ciudad entera ha escuchado lo mismo que yo. Y aun en el caso de que se apartase de su primer relato, jamás, príncipe, podrá demostrar que Layo fue muerto según los pronósticos, ya que Loxias había declarado que Layo moriría a manos de mi hijo, y aquel hijo, desgraciado, no pudo matar a su padre, puesto que había muerto mucho antes. Por eso, para acoger un presagio, mis ojos ya no se volverán jamás ni a la derecha ni a la izquierda.

EDIPO:

Tienes razón. A pesar de todo, envía a buscar a ese esclavo; no lo descuides.

YOCASTA:

Voy a enviártelo en seguida. Pero entremos al palacio. Nunca haré nada que no sea de tu gusto.

(EDIPO y YOCASTA se marchan.)

CORO:

¡Ojalá los dioses hagan que mi destino, tanto en mis propósitos como en todos mis actos, sea guardar la augusta pureza, cuyas sublimes leyes han sido decretadas allá arriba, en los celestes espacios del éter en donde han nacido! «Sólo el Olimpo es su padre; la naturaleza caduca de los humanos no las ha producido, y jamás el olvido las dejará dormir, pues es un dios poderoso quien las anima, un dios que no envejecerá.

«El orgullo engendra al tirano; el orgullo, cuando ha acumulado vanamente imprudencias y demasías ni convenientes ni útiles, luego de haber trepado hasta una abrupta cima, precipita al hombre en un abismo de desgracias de donde, para salir, su pie no le sirve de ninguna ayuda. «Yo suplico a la Divinidad que este tan noble pugilato para salvar la ciudad no se malogre: para ello no cejaré de implorar la protección divina. Pero si uno de entre nosotros, en sus acciones como en sus propósitos, se deja llevar de los dioses, que se adueñe de su persona un destino desgraciado en castigo de su culpable insolencia, y lo mismo al que se enriquece con ilegítimas ganancias, o comete actos sacrílegos, o profana en su desvarío las cosas santas. ¿Quién podría entonces alejar de su alma los dardos del remordimiento? Pues si tales crímenes fuesen honrosos, ¿de qué me serviría celebrar a los dioses con mis coros? «No, jamás iré ya a ese centro sagrado del mundo a adorar a los dioses, ni al templo de Abas, ni a Olimpia, si esas predicciones no se cumplen a la vista de todos los mortales. Zeus, dios

todopoderoso, si mereces ese título, tú a quien nada escapa y reinas como soberano señor, no permitas que algo se escape ni a tu mirada ni a tu eterno imperio: hoy vense marchitos y menospreciados los antiguos oráculos, dados a Layo; en ninguna parte Apolo recibe ya honores brillantes, y el culto de los dioses se va desvaneciendo.

(Entran YOCASTA y sus doncellas trayendo consigo guirnaldas de laureles y otras ofrendas.)

YOCASTA: -Príncipes de este país: he resuelto salir a visitar los santuarios de los dioses con estas coronas y estos perfumes que en mis manos traigo; pues Edipo deja que aniden en su corazón mil torbellinos de inquietud exagerada, y en vez de juzgar, como hombre sensato, de los oráculos presentes por el fracaso de los pasados, se abandona a quienquiera que sea que le hable, con tal que le digan cosas que aviven sus sospechas pavorosas; y como mis consejos no tienen poder alguno sobre él, vengo a ti, nuestro más próximo dios, Apolo Licio, como suplicante, con estos dones votivos, para obtener por tu intercesión que se nos libre de todas nuestras manchas. Todos, en efecto, como marineros que ven alocado al piloto de su navío en peligro, temblamos hoy viendo a Edipo aterrorizado.

(Mientras YOCASTA va dejando sus ofrendas, entra un MENSAJERO.)

MENSAJERO:

¿Podría yo, extranjero, saber por vosotros en dónde se alza el palacio de Edipo, vuestro rey? Y decidme, sobre todo, si lo sabéis, ¿en dónde se encuentra él mismo?

CORIFEO:

Estás viendo su palacio, y el rey, extranjero, está dentro. He aquí a su esposa, madre de sus hijos.

MENSAJERO:

¡Que sea dichosa y viva siempre con gentes felices ella que es para el rey una esposa fiel!

YOCASTA:

¡Que para ti sea lo mismo, extranjero, pues lo mereces por tus gentiles palabras! Pero, dinos, ¿qué necesidad te trae aquí y que noticias vienes a anunciarnos?

MENSAJERO:

Para tu casa, como para tu esposo, son, ¡oh mujer!, noticias favorables.

YOCASTA:

Y ¿cuáles son esas noticias? ¿De donde vienes?

MENSAJERO:

De Corinto. Las noticias que traigo seguramente te producirán alegría. ¿Cómo podría ser de otra manera?; pero quizá también te a aflijan.

YOCASTA:

¿Qué noticias? ¿Qué doble efecto pueden tener?

MENSAJERO:

Los habitantes del país del Istmo quieren, según se dice por allí, proclamar como rey a Edipo.

YOCASTA:

¿Cómo? ¿Es que el anciano rey Pólibo no está ya en el poder?

MENSAJERO:

Pues no; ya que la muerte lo encierra en la tumba.

YOCASTA:

¿Qué dices? ¿De modo que Pólibo ha muerto?

MENSAJERO:

Que muera yo mismo si lo que digo no es verdad.

YOCASTA (A una doncella.):

Mujer, date toda la prisa que puedas para ir a anunciar a tu señor esta noticia. ¡Oh predicciones de los dioses!, ¿qué queda de vosotras? Por miedo de matar a Pólibo, Edipo se exilió, y he aquí que ahora ha sido el Destino, y no la mano de Edipo, quien le ha dado muerte.

(Entra EDIPO.)

EDIPO:

Mi muy amada esposa Yocasta, ¿por qué me habéis hecho salir de palacio?

YOCASTA:

Oye a este hombre; escúchalo, y mira a lo que han venido a parar los oráculos venerables de los dioses.

EDIPO:

Este hombre ¿quién es, y qué viene a decirme?

YOCASTA:

Viene de Corinto para anunciarte que Pólibo, tu padre, no existe ya: ha muerto.

EDIPO (Al MENSAJERO.):

¿Qué dices, extranjero? Relátame tú mismo tu mensaje.

MENSAJERO:

Si ante todo hay que anunciar claramente la noticia, has de saber que Pólibo se ha ido: ha muerto.

EDIPO:

¿Fue en una celada o a consecuencia de alguna enfermedad?

MENSAJERO:

El menor contratiempo abate a un hombre de edad.

EDIPO:

¡El desgraciado ha sucumbido víctima de alguna enfermedad!

MENSAJERO:

Sobre todo por los años.

EDIPO:

¡Ay! ¡Ay! ¿Por qué, pues, ¡oh mujer!, prestar tanta atención a la profetisa de Delfos y a los piidos de los pájaros en los aires? Según aquellas predicciones, yo debía matar a mi padre. Y he aquí que ha muerto y yace bajo tierra y yo estoy aquí, y jamás puse mano sobre el pomo de la espada; ¡a menos que haya muerto por la pesadumbre que le produjera mi ausencia! En este caso, sí que podría haber sido yo la causa de su muerte.

¡Pero no! Ya Pólibo yace durmiendo en el Hades y ha enterrado con él todos esos oráculos, lo que prueba que no merecían crédito.

YOCASTA:

¿No te lo había dicho yo hace tiempo?

EDIPO:

Así me lo habías asegurado; pero yo vivía influido por ese temor.

YOCASTA:

Que tu corazón no tema nunca ya a ningún oráculo.

(Pausa.)

EDIPO:

Pero, y lo del lecho de mi madre, ¿cómo dejar de temerlo?

YOCASTA:

¡Para qué vivir en continua alarma, si la casualidad manda siempre como un soberano en el destino de los hombres y nada puede ser previsto con certeza? Lo mejor es vivir, en la medida de lo posible, al dictado de la Fortuna. En cuanto a tí, no te asuste ese ayuntamiento con tu madre, pues numerosos son los mortales que en sueños han compartido el lecho materno. Quien vive despreocupado de todos esos temores, soporta la vida de un modo más cómodo.

EDIPO:

Todo lo que estás diciendo estaría muy bien dicho si la que me engendró no se hallase aún en vida. Pero como vive, preciso es que, a pesar de tus justas palabras, sienta temores.

YOCASTA:

La tumba de tu padre debe, sin embargo, ser un gran alivio para ti.

EDIPO:

Lo es ciertamente. Pero tengo miedo por la que vive aún.

MENSAJERO:

¿Cuál es, pues, la mujer que a tal extremo te asusta?

EDIPO:

Mérope, anciano, la que vivía con Pólibo.

MENSAJERO:

Y ¿qué es lo que respecto a ella te causa miedo?

EDIPO:

Un oráculo, extranjero; un oráculo espantoso, que pronunciaron los dioses.

MENSAJERO:

¿Puede saberse, o no está permitido que otro lo conozca?

EDIPO:

Puede ser conocido. Loxias predijo un día que yo debía unirme a mi madre y derramar con mis manos la sangre de mi padre. He aquí por qué desde hace tiempo vivo lejos de Corinto. Me ha ido mal; pero, sin embargo, siempre es dulce gozar de la vista de los padres.

MENSAJERO:

¿De modo

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (33 Kb)
Leer 21 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com