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El Hombre En Busca De Sentido

betiz14 de Julio de 2013

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Introducción

El hombre en busca de sentido es un libro escrito por un psicólogo judío de nombre Victor Frankl, quien nos cuenta sus experiencias personales y las que observo en sus compañeros mientras estuvo recluido, realizando trabajos forzados en un campo de concentración en Auschwitz.

El libro se divide en tres partes las cuales para efectos de este trabajo están sintetizadas.

La primera es el relato del shok que represento primero ser preso, después la incertidumbre de no saber que esperar, como poco a poco fueron perdiendo la apariencia de lo que eran y terminar siendo reducido a un simple número.

La segunda parte, nos relata las emociones y sentimientos que van despertando en el ser humano después de ser despojado de todo y privado de su libertad, como es necesario tener un haber interno que nos provea de fortaleza, actuar con fe, y con ganas de vivir aferrarse a algo amado para salir con bien de las situaciones.

La tercera parte nos habla de la liberación y las emociones posteriores a la misma.

Primera parte: “Un psicólogo en un campo de concentración”

Selección activa y pasiva

El proceso de selección a los “capos” estaba a cargo de la SS y era negativo, eran los más brutales, estos eran los que han andando de campo en campo y en el proceso han perdido cualquier escrúpulo y hacen cualquier trabajo para seguir vivos.

El informe del prisionero n.° 119.104: ensayo psicológico

Este relato habla de las experiencias como prisionero y observación como psicólogo, ya que no trabaje cavando y llevando traviesas para el ferrocarril.

PRIMERA FASE: INTERNAMIENTO EN EL CAMPO

Estación Auschwitz

No sabíamos dónde nos encontrábamos, el tren hizo una maniobra, nos acercábamos a una estación principal. “Auschwitz"

A medida que iba amaneciendo se hacían visibles, la cerca de varias hileras de alambrada espinosa; las torres de observación; los focos y las interminables columnas de harapientas figuras humanas.

El silencio inicial fue interrumpido por voces de mando: eran voces roncas, cortantes.

La primera selección

Creo que todos los que formaban parte de nuestra expedición vivían con la ilusión de que seríamos liberados, nos dijeron que formáramos dos filas, una de mujeres y otra de hombres, y que desfiláramos ante un oficial de las SS. Que había adoptado una actitud de aparente descuido sujetándose el codo derecho con la mano izquierda. Y su dedo que señalaba unas veces a la izquierda y otras a la derecha.

Desinfección

Nos condujeron a la antesala inmediata a los baños. Allí nos agrupamos en torno a un hombre de las SS que dijo: dejaréis en el suelo, junto a vosotros, todas las ropas, a excepción de los zapatos, el cinturón, las gafas y, en todo caso, el braguero.

A continuación nos empujaron a otra habitación para afeitarnos: no se conformaron solamente con rasurar nuestras cabezas, sino que no dejaron ni un solo pelo en nuestros cuerpos. Seguidamente pasamos a las duchas, donde nos volvieron a alinear, con gran alivio, algunos constataban que de las duchas salía agua de verdad...

Nuestra única posesión: la existencia desnuda

Mientras esperábamos a ducharnos, nuestra desnudez se nos hizo patente: nada teníamos ya salvo nuestros cuerpos mondos y lirondos; literalmente hablando, lo único que poseíamos era nuestra existencia desnuda

Las primeras reacciones

Las ilusiones las fuimos perdiendo una a una, supimos que nada teníamos que perder como no fueran nuestras vidas tan ridículamente desnudas. Comenzó a surgir un humor estraño. ¡Después de todo sobre nuestras espaldas caía agua de verdad!...

Y otra sensación se apoderó de nosotros: la curiosidad. Una fría curiosidad era lo que predominaba incluso en Auschwitz, algo que separaba la mente de todo lo que la rodeaba y la obligaba a contemplarlo todo con una especie de objetividad, estábamos ansiosos por saber lo que sucedería y qué consecuencias traería.

Si alguien nos preguntara sobre la verdad de la afirmación de Dostoyevski que asegura terminantemente que el hombre es un ser que puede ser utilizado para cualquier cosa, contestaríamos: "Cierto, para cualquier cosa, pero no nos preguntéis cómo".

¿“Lanzarse contra la alambrada''?

Lo desesperado de la situación, la amenaza de la muerte que día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto se cernía sobre nosotros, la proximidad de la muerte de otros hacía que casi todos, aunque fuera por breve tiempo, abrigasen el pensamiento de suicidarse. Fruto de las convicciones personales, la primera noche que pasé en el campo me hice a mí mismo la promesa de que no "me lanzaría contra la alambrada". Pasados los primeros días, incluso las cámaras de gas perdían todo su horror; al fin y al cabo, ahorraban el acto de suicidarse.

Fue Lessing quien dijo en una ocasión: "Hay cosas que deben haceros perder la razón, o entonces es que no tenéis ninguna razón que perder." Ante una situación anormal, la reacción anormal constituye una conducta normal. La reacción de un hombre tras su internamiento en un campo de concentración representa igualmente un estado de ánimo anormal, pero juzgada objetivamente es normal.

SEGUNDA FASE: LA VIDA EN EL CAMPO

Apatía

El prisionero pasa de la primera a la segunda fase, una fase de apatía relativa en la que llega a una especie de muerte emocional. El prisionero recién llegado experimenta las torturas de otras emociones más dolorosas. La primera de todas era la añoranza. Seguía después la repugnancia que le producía toda la fealdad que le rodeaba.

Al principio, el prisionero volvía la cabeza ante las marchas de castigo de otros grupos; no podía soportar la contemplación de sus compañeros, hundidos en el fango, acompañados de golpes.

El prisionero que se encontraba en la segunda fase de sus reacciones psicológicas no apartaba la vista, sus sentimientos se habían embotado y contemplaba impasible tales escenas. Asco, piedad y horror, compasión eran emociones que nuestro espectador no podía sentir ya.

Lo que hace daño

La apatía, el adormecimiento de las emociones y el sentimiento de que a uno no le importaría ya nunca nada eran los síntomas que se manifestaban en la segunda etapa y lo que, eventualmente, le hacían insensible a los golpes diarios, casi continuos. Gracias a esta insensibilidad, el prisionero se rodeaba en seguida de un caparazón protector muy necesario.

En tales momentos no es ya el dolor físico lo que más nos hiere, es la agonía mental causada por la injusticia, por lo irracional de todo aquello. Por extraño que parezca, un golpe que incluso no acierte a dar, puede, bajo ciertas circunstancias, herirnos más que uno que atine en el blanco.

El insulto

El aspecto más doloroso de los golpes es el insulto que incluyen. La indignación puede surgir incluso en un prisionero aparentemente endurecido, indignación no causada por la crueldad o el dolor, sino por el insulto al que va unido.

La apatía, el principal síntoma de la segunda fase, era un mecanismo necesario de autodefensa, todos nuestros esfuerzos y todas nuestras emociones se centraban en una tarea: la conservación de nuestras vidas y la de otros compañeros.

Los sueños de los prisioneros

Fácilmente se comprende que un estado tal de tensión junto con la constante necesidad de concentrarse en la tarea de estar vivos, forzaba la vida íntima del prisionero a descender a un nivel primitivo. Sus Apetencias y deseos se hacían obvios en sus sueños. Pero, ¿con qué soñaban los prisioneros? Con pan, pasteles, cigarrillos y baños de agua templada. El no tener satisfechos esos simples deseos les empujaba a buscar en los sueños su cumplimiento.

Una noche en la que me despertaron los gemidos de un prisionero, quise despertar al hombre, pero comprendí de una forma vivida, que ningún sueño, podía ser tan malo como la realidad.

El hambre

Debido al alto grado de desnutrición que los prisioneros sufrían, era natural que el deseo de procurarse alimentos fuera el instinto más primitivo en torno al cual se centraba la vida mental.

Cuando desaparecieron por completo las últimas capas de grasa subcutánea y parecíamos esqueletos disfrazados con pellejos y andrajos, comenzamos a observar cómo nuestros cuerpos se devoraban a sí mismos. El organismo digería sus propias proteínas y los músculos desaparecían; al cuerpo no le quedaba ningún poder de resistencia.

Sexualidad

La desnutrición, además de ser causa de la preocupación general por la comida, probablemente explica también el hecho de que el deseo sexual brillara por su ausencia, la perversión sexual era mínima. Incluso en sueños, el prisionero se ocupaba muy poco del sexo, aun cuando el deseo sexual del prisionero junto con otras emociones debería manifestarse de forma muy especial en los sueños.

Ausencia de sentimentalismo

En la mayoría de los prisioneros, la vida primitiva y el esfuerce de tener que concentrarse precisamente en salvar el pellejo llevaba a un abandono total de lo que no sirviera a tal propósito, lo que explicaba la ausencia total de sentimentalismo en los prisioneros.

Política y religión

La ausencia de sentimientos en los prisioneros es un fenómeno que expresa la desvalorización de todo lo que no redunde en interés por la conservación de la propia vida, se consideraba lujo superfino, sufríamos de "hibernación cultural", exceptuando: la política y la religión.

Cuando los prisioneros sentían inquietudes religiosas, éstas eran las más sinceras que cabe imaginar

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