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El tratado de los delitos y de las penas es una obra escrita por Marques de Beccaria


Enviado por   •  9 de Diciembre de 2015  •  Ensayos  •  1.356 Palabras (6 Páginas)  •  222 Visitas

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El tratado de los delitos y de las penas es una obra escrita por Marques de Beccaria. Al principio de esta podemos observar como este autor nos presenta la realidad de la mayoría de las leyes penales que estaban presentes en su época. De una manera hasta cierto punto cruda y realista, define a dichas leyes como "la mezcla de restos de leyes de un antiguo pueblo conquistador".

Define a la ley como la base principal de un convenio celebrado entre los mismos hombres, quienes decidieron ceder parte de su independencia a un régimen encargado de salvaguardar la paz. Dice que el origen de las penas surge al crear las leyes, pues el hombre estaba cansado de vivir en guerra todo el tiempo. Pero las leyes en si no bastaron, era necesario que todos las siguieran por igual, y ese fue el objetivo de las penas.

Pero una pena no debía existir solo porque si, si no que solo se podía aplicar si era absolutamente necesaria. Se buscaba que las penas fueran justas en todo momento para salvaguardar la seguridad y la libertad de los habitantes. Para Beccaria el aplicar las penas tenía varias consecuencias: la primera que las penas son los podrían ser las que estaban marcadas en la ley y dicha ley solamente la podía crear un legislador. La segunda que cualquier ciudadano puede crear leyes que sean obligatorias para todos, sin embargo, si estas leyes no se cumplen los ciudadanos no podían aplicar ninguna pena, eso le corresponde únicamente al magistrado. Y tercera, que si la pena tenia alto grado de atrocidad seria contraria a la justicia.

La cuarta consecuencia para Beccaria explicaba que los jueces criminales no pueden interpretar las leyes penales, porque no son legisladores. Hubo muchos casos en que los mismos delitos fueron castigados de forma diferente por la imparcialidad de los jueces. Se entiende que la justicia no puede ser perfecta porque la impartimos los humanos, que por naturaleza somos seres imperfectos. Es imposible que un juez aplique perfectamente la ley, pero si debe intentar hacerlo de la manera más justa e imparcial posible.

Debe existir una proporción entre los delitos y las penas, pues no todos los delitos dañan de igual manera a la sociedad. Así como hay una escala de delitos que mide la gravedad de estos y el daño que provoca también debe existir una escala de penas acorde al delito que se ha cometido, para que pueda existir una verdadera justicia.

Entrando un poco en el ámbito religioso, Beccaria nos dice que la graduación de los delitos no debe considerarse según la gravedad del pecado, pues la gravedad del pecado depende de la malicia del corazón de cada persona, y ningún ser humano puede saber que siente el corazón de otro. El único capaz de tener ese conocimiento es Dios.

Acerca de los delitos, estos podrían dividirse en tres partes según el daño hecho a la sociedad. Los que destruyen rápidamente a la sociedad o a quien la representa, los delitos que ofenden la seguridad de un ciudadano o su honor y las acciones contrarias a lo que cada uno está obligado a hacer o no hacer.

Acerca de estos últimos, se dice que son los que turban la tranquilidad pública de los ciudadanos y que quienes deben de evitar esto son los policías. Pero los policías no pueden actuar con leyes arbitrarias pues esto podría abrir paso a la tiranía, se deben manejar con un código que circule entre las manos de todos los ciudadanos para que estos sepan cuando son culpables y cuando no.

El fin de las penas no es deshacer un delito, pues eso sería imposible. Su objetivo es que quien comete un delito no vuelva a hacerlo y que los demás ciudadanos tampoco lo cometan.

Ningún ciudadano de la nación puede ser penado sin un juicio previo en el que se demuestre su culpabilidad, siendo necesario que siempre haya por lo menos un testigo. Entre mas pruebas haya del delito, mas probabilidad hay de que las acusaciones hacia la persona sean correctas. Todo hombre es inocente hasta que se demuestre lo contrario.

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