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Literatura Infantil


Enviado por   •  5 de Noviembre de 2013  •  9.499 Palabras (38 Páginas)  •  208 Visitas

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¿Por qué es un problema la lectura?

Este País | Juan Domingo Argüelles | 249 | 01.01.2012 | 11 Comentarios

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Desarrollar el gusto por la lectura no es cuestión meramente de voluntad individual. El interés por los libros aparece sólo en ciertas circunstancias. ¿Qué propicia y qué inhibe la afición por la lectura? Si México no es un país de lectores es porque no hay condiciones para ello. El problema empieza en el sistema educativo.

A Jorge Medina Viedas

La voluntad de leer

Cada vez son más frecuentes en México las reflexiones y debates sobre el poco o nulo “hábito de la lectura”. Poco o nulo hábito, se entiende, de un particular tipo de lectura: el canónico, es decir el de los libros de calidad, el de los clásicos antiguos y modernos o, con palabras de Harold Bloom, el del “canon occidental”.

Yo mismo he abonado no pocas páginas ni escasas palabras a este tema, que se ha vuelto de pronto “muy importante” lo mismo para el discurso oficial que para el interés privado. Pero lo que más me inquieta es que, en este asunto que parece tan importante, casi todos los análisis vayan exclusivamente por el sendero literario y estético hasta desembocar en un punto predecible que ya se ha vuelto lugar común: la vergüenza nacional que representa la muy precaria práctica de lectura y “la falta de disposición” de los mexicanos para leer buenos libros. (También España se avergüenza de que sólo 3% de sus alumnos alcance el nivel más alto de resultados de la prueba OCDE-PISA, en destreza lectora, y del hecho de que su índice de lectura esté “a la cola de Europa”. ¿No lo sabían?)

Lo preocupante de los análisis literarios sobre la lectura es su inflamado lirismo y su acentuada ingenuidad, y el que hagan muy poca o ninguna inflexión sobre lo social y lo pedagógico, es decir sobre la realidad circundante de los lectores y los no lectores.

En los discursos de los escritores siempre queda flotando en el ambiente la especie de que la gente no lee buenos libros porque carece de la decisión para hacerlo y, en cambio, utiliza con alegre y necia disposición mucho de su tiempo en actividades deleznables cuando no nocivas para su salud intelectual.

La mayor parte de los escritores, intelectuales y gente culta piensa así. Son muchos los que observan el fenómeno de la lectura como una muy positiva abstracción a la que la realidad prácticamente no afecta; y lo hacen desde una posición poco realista. En la cima del intelectualismo, la perspectiva de lo cotidiano se empequeñece o se difumina, hasta imposibilitar una mirada peatonal. De ahí que todo se reduzca al siguiente postulado: Leer buenos libros es bueno; no leer libros buenos, o simplemente no leer libros, es malo.

Tal razonamiento resulta, desde luego, inobjetable. Pero de lo que no se habla es del fondo del asunto, del por qué se lee y del por qué no se lee. Atribuir los motivos exclusivamente a la voluntad, o a la falta de ella, es una explicación demasiado simplista y bastante errónea.

Cuando no nos preguntamos el porqué de las cosas ni tratamos de entender qué hay más allá de nuestras certidumbres cultas, la “buena lectura” volitiva se convierte en lo que Bertrand Russell denominó un “mito agradable”. Así, la gente culta concluye que leer libros es cosa estupenda pero no se explica (es decir, le parece ¡asombroso!, ¡increíble!, ¡inconcebible!) que haya gente que no quiera leer o a la que no le seduzca el elevado ejercicio espiritual de leer libros.

¿Qué es lo único que necesita la gente para leer buenos libros?, es la pregunta implícita y explícita desde ese “mito agradable”. Y la respuesta inmediata es: Iniciativa, determinación y ansias de conocimiento.

Pero ello no es así como así. En el fondo hay una realidad que no aparece en esta bienintencionada y candorosa respuesta que soslaya o no comprende lo más importante: la situación, el entorno, el ambiente, la realidad.

Circunstancias y educación

Desde sus condiciones privilegiadas, desde sus ámbitos de comodidad, cuando ya se poseen circunstancias muy favorables para, efectivamente, desear leer, muchos escritores no examinan a qué se debe realmente eso que se ha dado en llamar, en términos sanitarios, “el problema de la lectura”.

Su pensamiento se queda en la abstracción estética y en el ideal positivo de leer y promover la lectura de los mejores libros, pero no va más allá. Se preguntan, escandalizados: ¿Cómo es posible que, siendo tan maravillosa la lectura, la gente no quiera leer? Y ahí detienen su cuestionamiento; de modo tal que el motivo principalísimo de la falta de lectura acaba atribuyéndose a la simple desidia.

No entienden las condicionantes sociales, no toman en cuenta las limitaciones económicas, soslayan ―como si no existieran― las adversas circunstancias laborales y familiares, y no se enteran en absoluto de lo pésimo que es el sistema educativo, una de cuyas consecuencias más graves es no sólo no favorecer, sino sobre todo obstaculizar, el libre desarrollo intelectual y espiritual de las personas.

Por ello, no es muy inteligente sostener que los mayores culpables de su falta de cultura literaria y libresca ―producto de su atávica indolencia― son, sobre todo, los individuos, y no las instituciones formativas y las circunstancias en las que viven dichos individuos.
La mayor parte de los escritores e intelectuales cree de veras que la gente es muy bruta simplemente porque no se le pega la gana de leer a los grandes escritores, a los autores de las obras maestras que han transformado a la humanidad. Pero los viejos y hoy poco leídos Ensayos sobre educación (1926), de Bertrand Russell, nos ofrecen muchas respuestas claras y sensatas sobre este asunto tan llevado y traído, sobre el cual todo el mundo culto moraliza y pontifica pero sin llevar a cabo un análisis veraz.

El “problema de la lectura” en México, y en muchos otros países, no es otro que un problema de educación; particularmente de una educación que tiene como propósito “arraigar ideas definitivas” en vez de favorecer una independencia de criterio. Y este problema educativo entronca, por supuesto, con las peculiaridades de un sistema político y económico que, en su pragmatismo tecnocrático, conspira de manera natural contra la cultura y las humanidades.

Russell señala: “A nada conduce, al enseñar literatura

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