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En la segunda mitad del siglo XIX, Europa encarnaba las aspiraciones y la cultura de Occidente


Enviado por   •  10 de Noviembre de 2013  •  1.461 Palabras (6 Páginas)  •  351 Visitas

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INTRODUCCIÓN

En la segunda mitad del siglo XIX, Europa encarnaba las aspiraciones y la cultura de Occidente. París, Berlín, Viena, Praga, entre otras, se habían convertido en los escaparates de la modernidad floreciente: la urbanización superaba los límites de la añeja hegemonía de los centros históricos, abriendo la ciudad al tráfico de gente, mercancías y transportes de todo tipo. La vida moderna pasó a ser algo normal y, para muchos, inevitable. El brillo y el glamour de las metrópolis ocultaban lo que empezó a suceder de manera lenta, pero constante. Para muchos, algo no estaba del todo bien y en la cultura moderna, un gran malestar comenzaba a sentirse. Las grandes ciudades se habían convertido en las realidades cosmopolitas en las que se daban todo tipo de experiencias de cambio e incertidumbre que dejaban atónitos y desconcertados a los indefensos urbanitas —como los denominó Simmel.

En Berlín el profesor Georg Simmel, filósofo y sociólogo sui generis, se percató de ese malestar y reflexionó intensa y apasionadamente acerca de las profundas paradojas que la cultura y la vida moderna mostraban en las grandes metrópolis, y que impactaron la vida interior de los individuos. En Viena, el doctor Sigmund Freud encarnaría una experiencia similar, aunque desde una plataforma teórico–práctica distinta. La labor clínica del doctor Freud con pacientes histéricos (especialmente mujeres) lo llevarían, paulatinamente, a una reflexión profunda acerca de los efectos de la cultura moderna sobre la psique de los individuos, produciendo en ellos trastornos físicos y conductuales inexplicables e incurables hasta entonces. El descubrimiento del inconsciente como núcleo psíquico en donde se efectúan procesos irracionales que marcan a los pacientes, vino a ser la base de la revolución que desataría la construcción del psicoanálisis.

Berlín y Viena son, entonces, los ejes de una revolución científica, humanística y, sobre todo, cultural. Nunca antes nadie, excepto Nietzsche, había cuestionado tan intensa y sistemáticamente acerca del sentido de la cultura moderna, mostrando sus efectos nocivos para el ser humano. A fin de cuentas, sería el precio que la modernidad empezaría a cobrar a los hombres por la avalancha de cambios y por las asombrosas tecnologías. Tanto desarrollo y tanto mundo sintetizados en un espacio tan —relativamente— estrecho: el ámbito urbano europeo.

INTRODUCCIÓN

En la segunda mitad del siglo XIX, Europa encarnaba las aspiraciones y la cultura de Occidente. París, Berlín, Viena, Praga, entre otras, se habían convertido en los escaparates de la modernidad floreciente: la urbanización superaba los límites de la añeja hegemonía de los centros históricos, abriendo la ciudad al tráfico de gente, mercancías y transportes de todo tipo. La vida moderna pasó a ser algo normal y, para muchos, inevitable. El brillo y el glamour de las metrópolis ocultaban lo que empezó a suceder de manera lenta, pero constante. Para muchos, algo no estaba del todo bien y en la cultura moderna, un gran malestar comenzaba a sentirse. Las grandes ciudades se habían convertido en las realidades cosmopolitas en las que se daban todo tipo de experiencias de cambio e incertidumbre que dejaban atónitos y desconcertados a los indefensos urbanitas —como los denominó Simmel.

En Berlín el profesor Georg Simmel, filósofo y sociólogo sui generis, se percató de ese malestar y reflexionó intensa y apasionadamente acerca de las profundas paradojas que la cultura y la vida moderna mostraban en las grandes metrópolis, y que impactaron la vida interior de los individuos. En Viena, el doctor Sigmund Freud encarnaría una experiencia similar, aunque desde una plataforma teórico–práctica distinta. La labor clínica del doctor Freud con pacientes histéricos (especialmente mujeres) lo llevarían, paulatinamente, a una reflexión profunda acerca de los efectos de la cultura moderna sobre la psique de los individuos, produciendo en ellos trastornos físicos y conductuales inexplicables e incurables hasta entonces. El descubrimiento del inconsciente como núcleo psíquico en donde se efectúan procesos irracionales que marcan a los pacientes, vino a ser la base de la revolución que desataría la construcción del psicoanálisis.

Berlín y Viena son, entonces, los ejes de una revolución científica, humanística y, sobre todo, cultural. Nunca antes nadie, excepto Nietzsche, había cuestionado tan intensa y sistemáticamente acerca del sentido de la cultura moderna, mostrando sus efectos nocivos para el ser humano. A fin de cuentas, sería el precio que la modernidad empezaría a cobrar a los hombres por la avalancha de cambios y por las asombrosas tecnologías. Tanto desarrollo y tanto mundo sintetizados en un espacio tan —relativamente— estrecho: el ámbito urbano europeo.

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