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Farsa Y Justicia Del Señor Corregidor


Enviado por   •  8 de Abril de 2015  •  3.049 Palabras (13 Páginas)  •  411 Visitas

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Farsa y justicia del corregidor:

(Sala de corte. Entran el Corregidor y el Secretario de audiencias. Hablan de los vinos y manjares con tierna malicia, como si estuvieran hablando de confidencias de amor.)

SECRETARIO: Por Cristo vivo que no recuerdo haber disfrutado en mi vida semejante

banquete. Bien pregona la fama que en cien leguas a la redonda no hay mesa como la del señor corregidor.

CORREGIDOR: Cada edad tiene su pecado capital. A los veinte padecía la lujuria, a los treinta la ira y a los cuarenta la soberbia. Ahora, en mis cincuenta corridos, y antes de que me llegue la avaricia, que es maldición de viejos, bendita sea esta gula que me libra de tantos males y a la que debo tantos bienes.

SECRETARIO: Según eso, ¿afirma vuestra señoría que la gula puede ser una virtud?

CORREGIDOR: Sin vacilar. En los años que lleva en mi secretaría, ¿qué le han parecido mis sentencias?

SECRETARIO: Todo el mundo las celebra como la suma de la bondad, de la sabiduría y la justicia.

CORREGIDOR: ¿Y a qué lo atribuye vuestra merced?

SECRETARIO: Ante todo a vuestro noble corazón.

CORREGIDOR: Error profundo.

SECRETARIO: A vuestro prodigioso cerebro salmantino.

CORREGIDOR: Tampoco, hermano. Todo el secreto está en el estómago. (Mientras sirve licor en dos vasos.) Un hombre bien comido es siempre un hombre bueno. Un hombre bien bebido es siempre un hombre sabio. El día que a Salomón se le ocurrió la idea de partir a un niño en dos, estaba inspirado por una luminosa digestión. (le ofrece un vaso al secretario y levanta el suyo.) ¡Por el nuevo único pecado de carne que se puede llevar dignamente a mis años!

SECRETARIO: ¡Por el nuevo Salomón de todas las Españas!

LOS DOS: ¡Salud! (Beben y restallan la lengua al probar y juzgar el licor de buena calidad)

SECRETARIO: ¿Tostado?

CORREGIDOR: Demasiado viejo para eso.

SECRETARIO: ¿Solera?

CORREGIDOR: Demasiado joven.

SECRETARIO: Entonces moscatel.

CORREGIDOR: Bien dicho.

SECRETARIO: Bendita sea la cepa madre. (Beben y restallan de nuevo.) Y ese plato que hemos comido, ¿no podríais decirme de qué dulce milagro está hecho?

CORREGIDOR: ¿No lo adivina aún?

SECRETARIO: Por momentos sabía a pernil de monte; por momentos, a muslo de volatería.

CORREGIDOR: Tal vez fueron ambas cosas juntas. Piense en una.

SECRETARIO: ¿Paloma torcaz?

CORREGIDOR: Demasiado duras; vuelan largo.

SECRETARIO: ¿Perdiz?

CORREGIDOR: Demasiado flojas; vuelan corto. Piense más alto.

SECRETARIO: ¿Pato salvaje?

CORREGIDOR: Menos popular.

SECRETARIO: ¿Garza?

CORREGIDOR: Más noble aún.

SECRETARIO: ¡Faisán!

CORREGIDOR: ¡Bravo, secretario! Ya está desvelada la mitad del misterio. ¿Vamos con la otra mitad? (Se sientan juntos en plena intimidad confidencial.)

SECRETARIO: Esperad que recuerde. Olía a campo y a fruta.

CORREGIDOR: Buen principio.

SECRETARIO: El sabor era de muerte reciente y en sazón: como de cerdo por diciembre.

CORREGIDOR: Cerca le anda. Pero ¿y aquella inocente ternura de manteca?

SECRETARIO: ¿Lechón, quizá?

CORREGIDOR: Caliente, caliente. Pero ¿y aquél sabor de carne perseguida?

SECRETARIO: ¿Venado?

CORREGIDOR: ¡Que se quema! Pero ¿y aquel gusto bravío de retama?

SECRETARIO: ¿Jabalí?

CORREGIDOR: ¡Lechón de jabalí con salsa de ciruelas!

SECRETARIO: ¡Alabado sea el Santísimo! ¿Y a qué espera el cabildo para levantar una estatua a vuestra cocinera?

CORREGIDOR: ¿Cocinera? ¡Vade retro, blasfemo! Si mi cocinera fuera capaz de tal prodigio, ya hace tiempo que sería mi esposa. No, hijo mío; las mujeres se quedan en los platos mostrencos: la olla podrida, la pepitoria o la menestra. Algunas, más audaces, llegan al estofado de liebre con olivas…, y hasta hay casos aislados de paella. Pero la cocina artística está reservada al genio del hombre. Y entre todos los llamados sólo hay un elegido…

SECRETARIO: ¡Ciego de mí! No digáis más: ¡Juan Blas, el posadero!

CORREGIDOR: ¡Juan Blas el de las Manos de Oro!

SECRETARIO: Ahora lo comprendo todo.

CORREGIDOR: Todo, no. Todavía queda un detalle sutil. (Se acerca más. Baja la voz.) ¿No percibió en el guiso cierto aroma furtivo…, como una trampa en el juego…, como una cita con una recién casada?

SECRETARIO: Sí, por cierto; un tufillo inquietante.

CORREGIDOR: ¡Ay!… Era el perfume del pecado.

SECRETARIO: ¿Qué pecado?

CORREGIDOR: Míreme bien a los ojos. ¿Soy yo un hombre honrado?

SECRETARIO: El más honrado, el más justo, el más incorruptible de los jueces.

CORREGIDOR: Pues bien, hermano: eso que acabamos de comer juntos era el producto de un

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