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Rizos Largos


Enviado por   •  12 de Noviembre de 2014  •  1.982 Palabras (8 Páginas)  •  139 Visitas

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Había una vez un rey y una reina, cuyo mayor deseo era tener un bebé. Después de muchos años su sueño se hizo realidad y tuvieron una hija. La llamaron Rizos Largos y les parecía la niña más preciosa del mundo.

Como era su única hija, el rey y la reina la daban todo lo que quería y la princesa se convirtió en una niña muy caprichosa. Era muy mandona con los sirvientes y nunca decía gracias ni por favor. En una ocasión, entró en la cocina cuando la cocinera estaba preparando la comida.

-Prepárame un pastel -le ordenó Rizos Largos.

-Te haré uno para la hora del té -le contestó la cocinera.

-No, quiero uno ahora -dijo la princesa.

Así que la cocinera tuvo que dejar lo que estaba haciendo para prepararle un pastel a la princesa.

Como es natural, ese día la comida se retrasó y la pobre cocinera se metió en un lío. Muy injusto, por cierto.

La princesa era exactamente igual con sus amigos. Cuando iban a jugar al palacio, Rizos Largos era siempre la que elegía los juegos y se ponía a mandonear, hasta que dejaron de ir a jugar con ella.

Un día, Rizos Largos estaba en el jardín y vio a un niño que la miraba desde la verja de entrada al palacio. Se llamaba Juan y sentía pena al ver a la princesa jugando sola. Juan era huérfano y no tenía hermanos, por eso sabía muy bien lo que era sentirse solo. Pero Rizos Largos lo miró por encima del hombro y ni tan siquiera le saludó.

Lo mejor de Rizos Largos era su pelo castaño: sus mechones rojizos eran tan brillantes como las hojas del otoño. Las niñeras intentaban peinar sus trirabuzones todos los días, pero ella nunca se dejaba y montaba una gran pataleta. Simplemente porque a Su Alteza Real no le gustaba que le tocaran el pelo. ¡No os imagináis los escándalos que armaba! Gritaba y pegaba a las niñeras como una loca.

A la hora del cepillado, la reina intentaba por todos los medios que su preciosa niña se dejara peinar. Le compraba los vestidos más bonitos, los zapatos más primorosos y chocolates de los que hacen la boca agua. Pero nada era suficiente. La princesa se retorcía, se revolvía y daba patadas en el suelo. Como veis, tenía un genio terrible.

Una mañana, cuando las niñeras intentaban peinar su cabello real, la reina le trajo a Rizos Largos una muñeca preciosa. La princesa, que como siempre estaba gritando malhumorada, agarró la muñeca y la arrojó por la ventana. Justo en ese mismo momento, una abuelita pasaba junto al palacio y la muñeca cayó a sus pies. La abuelita (que en realidad era una hada disfrazada) se inclinó para recogerla.

-¡Devuélveme mi muñeca! -gritó Rizos Largos desde la ventana.

-Pero antes prométeme que vas a ser una niña buena -contestó el hada.

-¡No! No pienso prometerte nada -gritó la princesa.

-Muy bien, entonces me quedaré la muñeca y a ti te lanzaré un maleficio.

Rizos Largos estaba a punto de decir una grosería cuando de repente la abuelita se transformo en hada. La princesa se sobresaltó. Sabía que se trataba de un hada de verdad, con sus alas y su varita mágica.

La princesa estaba a punto de preguntar al hada qué tipo de hechizo había arrojado sobre ella cuando, como suelen hacer las hadas, desapareció.

Al principio, Rizos Largos hizo como si no le importara lo que había sucedido.

-Hada tonta -pensó.- Seguro que ni siquiera sabe hacer magia.

A la hora del desayuno todo seguía igual. En la comida no había nada diferente. Pero a la hora del té, cuando la princesa se estaba zampando un plato de pasteles de crema.. su pelo comenzó a crecer. En cuestión de segundos, le cayeron sobre la cama un montón de largos y gruesos mechones rizados y no pudo seguir comiendo los pringosos pastelitos.

El cabello de Rizos Largos crecía cada vez más rápido. El rey y la reina miraban con sorpresa cómo el pelo de su hija crecía minuto a minuto... hasta la cintura, pasadas la rodillas, sobre los pies y hasta el suelo.

¡Rizos Largos daba brincos de miedo! Y justamente saltar era lo único que podía hacer, porque en ese momento el pelo le había envuelto los talones. La desafortunada princesa casi no podía poner un pie delante de otro sin tropezar.

-¡Que alguien haga algo! -girtó enfadada Rizos Largos.

Muy pronto, todo el palacio se enteró del lamentable estado de la princesa. Las niñeras corrieron hacia la sala del té, seguidas del presidente de Cámara de los Consejeros Reales, los jardineros, un cochero y la cocinera. Les resultó muy difícil no pisar el cabello de la princesa porque se había esparcido por todo el suelo como una alfombra. Sus rizos comenzaron a trepar por las paredes y atravesaban los huecos de las puertas.

Rizos Largos comenzó a sentirse muy asustada. Se arrepentía de haber sido tan mal educada con el hada y les contó a todos lo que había sudedido. La reina frunció el entrecejo y regaño a la cocinera que se reía disimuladamente con el cochero. El rey se enderezó la corona y pidió consejo al presidente de la Cámara de los Consejeros Reales.

-Bien -dijo el presidente intentando disimular la sonrisa-. Si Su Alteza Real se encuentra bajo algún tipo de hechizo, no hay manera de saber cuánto puede durar.. un día, una semana, un año o...... a lo mejor más. No hay forma de saberlo. El rey y la reina estaban horrorizados.

El pelo había seguido creciendo, cada vez era más largo y frondoso. Primero, las niñeras intentaron recogerlo y atarlo en coletas. Pero era peor que trabajar en un campo de heno. Las gomas de pelo se rompían y pronto se quedaron sin cintas. Después, los jardineros intentaron poner un poco de orden con rastrillos y tijeras. Pero el cabello no paraba de crecer.

Esa noche, Rizos Largos se fue a la cama muy triste. La reina y todas las damas de honor intentaron consolarla. Le leyeron cuentos y cantaron canciones de cuna, pero no consiguieron que dejara de llorar. El cabello le daba calor y pesaba tanto como cien mantas juntas.

Y durante toda la noche creció y creció hasta que todo el palacio se cubrió de pelo.

Por la mañana, el rey convocó al presidente de

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