Tristan E Isolda
pamireda5 de Septiembre de 2013
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TRISTÁN E ISOLDA
Versión castellana de
DOLORES BARRES
Nada se sabe sobre el origen y procedencia de esta leyenda o esta historia, mucho más remota que la fecha a que corresponden los datos más antiguos que hacen referencia a ella. Por ejemplo, en las tríadas galesas del "Libro rojo" se habla de un porquero, Drysta, hijo de Tallwch, que vivía en la isla de Prydein (Bretaña), que "fue de mensajero a Essyllt" (Isolda) y que, además, era "maestro en mecánica". También en las tríadas de la "Myvyrian Archaeology of Wales", se alude a los tres enamorados de la isla Prydein y se cita concretamente a "Trystan, hijo de Tallwch, amante de Essyllt, mujer de March".
Desaparecidos por completo los poemas de La Chèvre y de Chrétien de Troyes, no ha sido posible establecer la relación que estas obras pudieron tener con un poema primitivo, anterior a los más antiguos, que Bédier supone estar compuesto desde principios del siglo XII. Pero sí ha podido establecerse una relación entre los dos poemas más antiguos, desgraciadamente incompletos, tales son el de Béroul, del que han llegado a nosotros unos tres mil versos, y el de Thomas, del que se conservan ocho fragmentos. El primero se supone escrito en Normandía hacia 1180, y tiene una continuación anónima, escrita hacia 1209. El poema de Thomas, anglonormando, fue escrito en Inglaterra entre 1155 y 1170.
Se conocen otras obras posteriores con el mismo tema, tal el poema de Eilhardo de Oberga (compuesto entre 1190 y 1200), la novela en prosa francesa, compuesta hacia 1230 y el poema episódico de la "Folie Tristan", compuesto hacia 1170.
Todas estas obras proceden, según Bédier, de un modelo que debió ser, en su tiempo, la ampliación de un arquetipo. Hay también otras obras que proceden más directamente del poema de Thomas. Tal es, entre otras, el "Tristan und Isolde", poema de Godofredo de Estrasburgo, compuesto entre 1200 y 1220 –incompleto- y del cual, como de las obras de sus continuadores, proviene la ópera de Wagner.
La versión que publicamos fue escrita en 1902 por el ilustre filólogo francés Joseph Bédier, uno de los más grandes medievalistas europeos, a quien se deben, precisamente, los estudios más importantes que se han realizado hasta la fecha con respecto a la leyenda de Tristán.
Para esta versión Bédier tomó como base el poema de Béroul, que ya había traducido al francés moderno, convirtiendo su traducción, como dice Gastón París, en un poema francés de mediados del siglo XII, pero compuesto a fines del XIX. En esencia, ésta es también la presente obra.
I
LA INFANCIA DE TRISTÁN
Du wærest swâre baz genant: Juvente bele et la riant!
(Gottfried de Strasbourg)
Señores, ¿os gustaría escuchar una hermosa historia de amor y de muerte? Es de Tristán y de la reina Isolda. Sabréis del goce y del dolor con que se amaron y cómo murieron, en el mismo día, él por ella, ella por él.
En aquel tiempo, el rey Marés reinaba en Cornualles. Sabiendo que sus enemigos le habían declarado la guerra, Rivalén, rey de Leonís, atravesó el mar para prestarle ayuda. Le sirvió con la espada y con el consejo, como lo hubiera hecho un vasallo, y con tal fidelidad que Marés le otorgó en recompensa a la hermosa Blancaflor, su hermana, a quien el rey Rivalén amaba con un amor maravilloso.
Acababan de celebrarse los esponsales en el monasterio de Tintagel cuando llegó la noticia de que su antiguo enemigo el duque Morgan se había lanzado sobre el Leonís, arrasando sus castillos, sus campos y sus ciudades. Rivalén equipó sus naves a toda prisa y llevó consigo a Blancaflor, que estaba encinta, hacia sus lejanas tierras.
Desembarcó ante su castillo de Kanoel, confió la reina a la salvaguarda de su mariscal Rohalt, a quien todos, por su lealtad, apodaban con un hermoso nombre, Rohalt el Fidelísimo, y luego, habiendo reunido a sus barones, partió para hacer la guerra.
Blancaflor le esperó mucho tiempo. Mas, ¡ay!, jamás había de volver. Un día supo que el duque Morgan le había matado a traición. No le lloró: ni una lágrima, ni un lamento, pero sus miembros se volvieron débiles y flojos; su alma quiso, con deseo intenso, escapar del cuerpo. Rohalt se esforzaba en consolarla.
—Reina —le decía—, no conseguiremos nada ensartando pena sobre pena; todo el que nace, ¿no ha de morir acaso? ¡Que Dios acoja a los muertos y guarde a los vivos!...
Pero ella no quiso escucharle. Tres días deseó ir a reunirse con su dueño amado. Al cuarto día dio a luz un hijo y tomándolo en sus brazos:
—Hijo —exclamó—, mucho tiempo he deseado verte, y veo en ti a la más hermosa criatura nacida de mujer. Con tristeza alumbro y triste es mi primera caricia, por ti siento la tristeza de morir. Y como has venido al mundo con tristeza, te llamarás Tristán.
Una vez pronunciadas estas palabras, le besó y falleció después de haberle besado.
Rohalt el Fidelísimo recogió al huérfano. Ya los hombres del duque Morgan cercaban el castillo de Kanoel. ¿Hubiera podido Rohalt sostener mucho tiempo la guerra? En verdad se dice: «Temeridad no es valentía. Hubo de rendirse a merced del duque Morgan. Pero temiendo que Morgan degollara al hijo de Rivalén, el mariscal le hizo pasar por hijo suyo y le educó entre sus propios hijos.
Cumplidos los siete años y no necesitando ya cuidados de mujer, Rohalt confió a Tristán a un sabio maestro, el buen escudero Gorvalán. Gorvalán le enseñó en pocos años las artes propias de los barones. Le enseñó a manejar la lanza, la espada, el escudo y el arco, a lanzar discos de piedra, a franquear de un salto los fosos más anchos; le inculcó el odio a la felonía y a la mentira, y le acostumbró a socorrer a los débiles, a guardar la fe jurada; le enseñó diversas clases de canto, el manejo del arpa y el arte de la montería; y cuando el niño cabalgaba entre los jóvenes escuderos, parecía como si su caballo, sus armas y él formaran un solo cuerpo y nunca hubieran estado separados. Al verle tan noble y gallardo, ancho de espaldas, estrecho de caderas, fuerte, fiel y valeroso, todos alababan a Rohalt por semejante hijo. Pero Rohalt, pensando en Rivalén y en Blancaflor, de quienes revivía la juventud y la gracia, amaba a Tristán como a un hijo y secretamente le reverenciaba como a su señor.
Mas sucedió que toda su alegría quedó desvanecida cuando unos mercaderes de Noruega atrajeron a Tristán a bordo de su nave y se lo llevaron como una hermosa presa. Mientras se hacían a la vela hacia ignotas tierras, Tristán se debatía como un lobezno cogido en la trampa. Pero es verdad probada, y todos los marineros lo saben, que el mar lleva a disgusto las naves desleales y no protege los raptos ni las traiciones. Sublevóse furiosa, sumergió a la nave en tinieblas y la arrastró durante ocho días y ocho noches a la ventura. Al fin los marineros vislumbraron a través de la niebla una costa escarpada y erizada de escollos, contra la cual se estrellaría la quilla. Se arrepintieron; comprendiendo que la furia del mar provenía de aquel niño en mala hora arrebatado, hicieron, voto de liberarle y aparejaron una barca para llevarlo a la orilla. De súbito aplacóse el viento, decreció el oleaje y mientras la nave de los noruegos desaparecía en lontananza, las olas risueñas y apacibles condujeron la barca de Tristán hasta la arena de una playa.
Con un gran esfuerzo escaló el acantilado y vio que más allá de una landa hundida y desierta se extendía una selva sin fin. Se lamentaba añorando a Gorvalán, a Rohalt, su padre, y la tierra de Leonís, cuando el bullicio lejano de una cacería, a toque de cuerno y con gran algazara, regocijó su corazón. De entre la espesura surgió un hermoso ciervo. La jauría y los monteros le seguían el rastro con gran tumulto de voces y trompetas, pero como los sabuesos colgaban ya en racimos de la piel de su crucero, la bestia, a algunos pasos de Tristán, dobló las patas, agonizante. Un montero la remató con el venablo. Mientras los cazadores alineados en círculo señalaban pieza cobrada a toque de cuerno, Tristán, atónito, vio que el montero mayor rajaba ampliamente el cuello del ciervo como para cortarlo. Exclamó:
—¿Qué hacéis, señor? ¿Está bien descabezar esta bestia tan noble, como si fuera un cerdo degollado? ¿Es costumbre del país?
—Buen hermano —respondió el montero—, ¿qué hago que pueda sorprenderte? Sí, corto primero la cabeza de este ciervo, después dividiré el cuerpo en cuatro partes y las llevaremos colgadas de los arzones de nuestras sillas al rey Marés, nuestro señor. Así lo hacemos y desde el tiempo de los más antiguos monteros se ha venido haciendo en Cornualles. Pero si tú conoces alguna costumbre más loable, enséñanosla: toma este cuchillo, buen hermano, y nosotros la aprenderemos con mucho gusto.
Tristán se hincó de rodillas y quitó la piel al ciervo antes de deshacerlo; después despedazó a la bestia dejando intacto el hueso sacro, según costumbre; luego separó las extremidades, el morro, la lengua, las criadillas y la vena del corazón.
Y monteros y lacayos de jauría, inclinados sobre él, le contemplaban arrobados:
—Amigo —dijo el montero mayor—, bellas costumbres son éstas; ¿en qué tierra las aprendiste? Dinos tu país y tu nombre.
—Buen señor, me llamo Tristán y aprendí estas costumbres en mi tierra de Leonís.
—¡Tristán —dijo el montero—, que Dios recompense al padre que te ha criado tan noblemente! ¿Es sin duda barón rico y poderoso?
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