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Colomcomprar Tirar Comprar


Enviado por   •  26 de Febrero de 2014  •  1.796 Palabras (8 Páginas)  •  171 Visitas

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Comprar, Tirar, Comprar es un documental que nos acerca la realidad actual de la estructura económica de la mayor parte de países capitalistas. Estructuras basadas en el mito del crecimiento sin límites y soportadas por un ciclo de consumo, a la larga, insostenible1. Los casos que presenta el documental dan cuenta del asunto del que hablo, pero no sería justo el quedarse en esta visión apocalíptica de la situación sin reflexionar sobre cómo y por qué, ciertas empresas deciden tomar decisiones en un momento dado que, a priori, parecen totalmente inmorales.

En los cuatro casos expuestos por la directora, Cosima Dannoritzer (el del chip que bloquea la impresora, el de las bombillas, el de la corta duración de las baterías de Iphone y el del hilo que no se desgasta), creo que queda expuesta de manera evidente la inmoralidad de los empresarios, a pesar de que haya gente que pueda alegar que se hizo y se hace para mantener un “equilibrio entre capital y trabajo para que siempre haya mercado para nuevos productos2”.

Es verdad, y por ello nació la idea de obsolescencia programada3, que de esta manera se pueden mantener empleos, seguir consumiendo, seguir produciendo, seguir creciendo, seguir compensando al capital, etc. Nació como una idea, de Bertrand London, en un momento determinado para tratar de dar respuesta a una situación límite derivada del crack de la bolsa de Nueva York, por lo que podía ser una respuesta rápida y plausible. Al fin y al cabo, la idea estaba destinada a servir a la sociedad, aunque pienso que si se hubiera tomado esta vía debería haber sido de manera temporal, ya que a la larga genera más problemas (los trataré más adelante) que beneficios. Sin embargo, la propuesta no cuajó en un principio.

Aparte de la idea de London, vemos cómo el cártel de las bombillas también levó a cabo prácticas semejantes, al decidir limitar la duración de sus productos e imponer sanciones a los que sobrepasaran esos límites. La inmoralidad se hace ley, aunque es verdad que en ese momento, como señala Warner Phillips, la sostenibilidad no era algo excesivamente preocupante porque se veía todo desde una perspectiva de abundancia (lo cual no indica que el acto en sí sea inmoral porque, a largo plazo, no beneficia a la sociedad). Más tarde, en los años 50, la idea de obsolescencia resurgió, tomando como principio lo que en 1928 ya había enunciado la revista de publicidad Printes’ Ink: “un artículo que no se desgasta es una tragedia para los negocios”.

A partir de entonces, la concepción de la obsolescencia cambia en relación a lo que había ideado London, pues en un escenario de cierta estabilidad económica y recuperación Brooke Stevens reconduce la idea, con un cambio radical en la concepción de la misma: “el deseo del consumidor de poseer algo, un poco más nuevo, un poco mejor, un poco antes de lo necesario4”. ¿En qué benefician estas ideas al ciudadano, en realidad? Se trata de seducir al consumidor introduciéndolo así en una rueda de consumo exacerbado, donde las cosas no se compran porque se necesiten realmente, sino porque se crea esa necesidad en el consumidor (la publicidad, unida a la psicología que le acompaña, tiene mucha culpa). Desde algunas percepciones, la industria deja de servir a la sociedad para pasar a esclavizarla5. Desde mi punto de vista, la posmodernidad es clave en este proceso, ya que empiezan a surgir en la sociedad tendencias estéticas y culturales variadas, que son aprovechadas por el mundo de los negocios para abrir nuevos mercados. Ya no sólo se trata de hacer que un producto tenga una utilidad, sino también de que cubra necesidades estéticas.

De esta forma, se avanza a pasos agigantados hacia una economía de gran stock, como yo la denomino, en la que los consumidores son capaces de tener dos productos que sirvan para lo mismo pero con formas diferentes (algo que me parece caprichoso y estúpido, aparte de que denota poca responsabilidad en muchos sentidos). El mensaje de Brooke Stevens sobre la diferencia entre Europa y América, en cuanto a la creación y tratamiento de los productos y de los consumidores, dura hasta nuestros días. De hecho, en 2007, EE.UU. era el país que más toneladas de basura producía al año6 (casi el doble que China), la mayor parte de los cuales terminan en países que actúan como grandes basureros del mundo7: Ghana, la propia China, Senegal, Guinea, Somalia8 y otros muchos lugares alrededor del planeta.

En este sentido, una de las propuestas más interesantes es la de la economía de recursos, que trata de estudiar cómo la sociedad asigna y distribuye los recursos, escasos y limitados, entre la población. En ello llevan trabajando mucho tiempo autores como Jacque Fresco9, Thomas H. Tietenberg (1988), Roxana Barrantes (1997) o Pere Riera (2005), entre muchos otros. También movimientos sociales como Zeitgeist10 han denunciado las prácticas de la obsolescencia programada y tratan de concienciar a la población de la necesidad de cambios en la distribución de recursos.

Con esta pequeña reflexión quiero hacer frente a la concepción de Milton Friedman: “La responsabilidad social del negocio es aumentar sus beneficios”. Como bien recoge el texto de Robert C. Solomon,

“Los directivos de la empresa tienen obligaciones para con sus accionistas, pero también [...] para con los consumidores y para con la comunidad que les rodea así como para con sus propios empleados [...]. Después de todo, el objetivo de la empresa es

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