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melanini9 de Abril de 2014
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El reto para la educación del profesorado
En la pequeña sala de profesores de una escuela primaria ubicada a las afueras de Maseru,
la capita
l de Lesotho, se encuentra evidencia visible del reto global que supone la provisión
de educación básica universal. Las listas de la escuela, esmeradamente redactadas a mano,
muestran las clases de primero y segundo curso con 210 y 212 alumnos respectivam
ente; la
de tercer curso tiene 97. Hace tres años, Lesotho introdujo la educación básica gratuita, y
las matriculaciones se duplicaron. La escuela continúa esperando nuevas aulas. Los 212
niños de seis años en segundo curso se amontonan en un espacio qu
e, incómodamente,
alojaría a 40 en muchas partes del mundo. Este curso tiene asignados dos profesores,
ninguno de los cuales está titulado.
Unos cuatro mil kilómetros al norte, en Rwanda, la matriculación en educación básica
apenas alcanza un cincuenta po
r ciento en muchas partes del país. Los edificios son
inadecuados y las aulas están hacinadas; cinco o seis niños se sientan en un banco diseñado
para tres. No tienen zapatos. No hay libros. "Pizarras" de cartón manoseadas y con
orejas sirven de papel.
La profesora no está titulada; su educación terminó al acabar en la
escuela primaria.
Sólo un 7% de la población de Rwanda pasa a la escuela secundaria. La hermana
Josephine, directora de una escuela secundaria femenina en Rwamgna, a sesenta kilómetros
de la capital, Kigali, habla suavemente. Tiene 230 chicas en la escuela. La mitad son
huérfanas. Muchas presenciaron la matanza de sus padres a machetazos en el genocidio
que arrasó Rwanda en sólo 100 días en 1994. Algunas de estas chicas fueron violad
as.
‘Observamos a las chicas atentamente’, comenta, ‘a veces los recuerdos son demasiado
duros. Pero nuestro apoyo debe ofrecerse de forma individual; cada chica responde de
distinta manera. Y ahora, tenemos el SIDA. Por si fuera poco, los resultados d
e los
análisis de algunas alumnas son positivos.’
En un aula oscura y sofocante situada unos treinta y dos kilómetros al norte del lujoso Luxor
Hilton en el Nilo, Egipto, tres niñas de nueve años comparten un pupitre y responden
animadamente a preguntas so
bre la hora, trabajando con pequeños relojes que han hecho
con pedazos de cartón que su joven profesora ha ido guardando cuidadosamente. Su
enseñanza ha alentado a más alumnos de lo normal a asistir a las clases en la escuela durante
este trimestre. La p
oblación de Egipto asciende a 71,1 millones; es uno de los nueve países
con alto nivel de población destinados para la mejora de su alfabetización mediante una
iniciativa internacional. Más de 30 millones de su población adulta es analfabeta y se estima
q
ue un millón de chicas no asiste a la escuela. Aunque el índice oficial neto de matriculación
asciende a un 80% para chicos y chicas, las encuestas por domicilio indican algo diferente.
En el Alto Egipto, los índices de asistencia escolar varían entre un
67% en Assuit/Sohag y
menos de un 55% en las zonas rurales
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circundantes.
En la zona este (East End) de Londres, la escuela secundaria George Green aloja 800
alumnos, y entre ellos, más de 100 lenguas maternas diferentes. Algunos acaban de llegar al
país
; de Somalia y Kosovo. Unos pocos procedentes de los centros para refugiados de
Francia han realizado peligrosos viajes para entrar en el Reino Unido. Niños de doce años
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estudian once o doce asignaturas diferentes pertenecientes a un programa establecido
por la
legislación nacional. Sólo dos de sus profesores tienen su base permanente en la escuela.
El resto va y viene, a veces a diario.
Éstas son cuatro escuelas en cuatro lugares; lugares ricos, pobres y muy pobres; lugares de
inestabilidad política y
social, en Europa, Oriente Medio y el África subsahariana. Lugares
como éstos existen en todo el mundo; en naciones ricas y pobres; en comunidades urbanas
y rurales. Y estos lugares tienen profesores, generalmente mal pagados, a menudo sin
titulación, y
frecuentemente, sin modo alguno de apoyo para luchar contra los inmensos
retos a los que se enfrentan. Este trabajo trata sobre esos profesores y millones más que,
diariamente, realizan sus tareas en circunstancias, a menudo, faltas de dignidad. Al obser
var
a estos profesores deseamos plantear tres puntos.
En primer lugar, es importante percatarse de que el reto mundial que supone la educación
de todos nuestros niños es un reto que nos atañe a todos, y no se trata simplemente de una
misión que recae sobre
las personas del denominado ‘mundo en vías de desarrollo’, o sobre
aquellos que trabajan en las áreas urbanas centrales de Londres, Los Ángeles, Nueva York,
o los ‘suburbios’ de París o Marsella.
En segundo lugar, si queremos educar a todos nuestros niños
, también debemos educar a
todos nuestros profesores. Sugerimos la necesidad de prestar más atención a este reto
complementario para ofrecer una educación básica de carácter universal. Y, para ello,
resulta obligatorio crear modelos y prácticas que sean
conceptualmente sólidas, firmes y, al
mismo tiempo sensibles a las inevitables complejidades y obstáculos de las circunstancias
locales, capaces también de establecer comunicación a través de las comunidades y entre
ellas. Con este fin, destacamos la enor
me importancia de las tecnologías para la
comunicación a la hora de transformar los modelos y procesos para el desarrollo de los
profesores y el apoyo profesional.
Finalmente desearíamos plantear, dentro del contexto de la educación y de la educación del
p
rofesorado en particular, que la falta de acción no es una opción si deseamos que surjan
los tipos de justicia y libertad que mejorarán nuestro mundo. Por lo tanto, uno de los
propósitos fundamentales de este ensayo es contribuir al establecimiento de un
debate
global acerca del futuro de la educación; un debate fundamental para todas las comunidades
educativas importantes compuestas por profesionales, personas decisorias, investigadores y
políticos.
El reto global
Los ejemplos que elegimos para nuestra in
troducción incluyeron deliberadamente países
ricos y países pobres, aunque todos ellos fueron representativos de contextos altamente
desafiantes. Muchos de nosotros estamos más familiarizados, aunque no cómodos, con el
reto urbano de Londres, Marsella, Lo
s Ángeles o Madrid. Pero muchas de las presiones
que restringen el trabajo de los profesores (privación social, desigualdad económica,
inhabilitación política) existen en numerosas comunidades, en Lesotho, Rwanda y el Alto
Egipto.
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En Tailandia, de 16,4 mi
llones de niños y gente joven entre las edades de tres y diecisiete
años, sólo 12 millones asisten a la escuela (Rangsitpol, 1997), y estimados recientes indican
que sólo un 48% de los chicos entre doce y catorce años están matriculados en escuelas
secunda
rias, debido a que la pobreza a menudo les obliga a trabajar (Tongpian, 1997).
Como Forrest Parkay ha demostrado, el problema del acceso a la educación en la Tailandia
rural es enorme. Sólo un 10
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15% de la población infantil de las áreas rurales pasa de
la
escuela primaria a la secundaria (Parkay et al, 1999).
En el sudeste de Asia, así como en Latinoamérica y África, existen muchas disparidades en
cuanto a oportunidades, que obstaculizan la búsqueda de formas comunes de solidaridad
social. Entre las com
unidades especializadas de educadores que tratan estos retos, los
hechos son bien conocidos. Fue la voluntad política la que creó la resolución de Dakar,
firmada por 180 naciones, que señaló el año 2015 como fecha objetivo para que todos los
niños del mun
do recibieran enseñanza básica. La década anterior preparó el terreno para
ello. En 1990, delegados de 155 países acordaron en la Conferencia Mundial sobre
Educación para Todos celebrada en Jomtien, Tailandia, universalizar la educación básica y
reducir
masivamente el analfabetismo. El Foro Mundial sobre Educación de Dakar
celebrado en 2000 logró indicar tanto el progreso realizado desde 1990 como la gran
distancia que aún queda por cubrir. A nivel global, en 1998, había 80 millones más de niños
escolar
izados que en 1990. El número de niños no escolarizados descendió de 127 a 113
millones, pero un 60% del contingente infantil sin escolarizar era femenino.
En muchas áreas de la política sobre educación y del debate de investigación, el reto de
Dakar pasa
desapercibido. Con esto, nuestra intención no es sugerir que resulte indiferente.
Por el contrario, dentro de un nivel general de dedicación, la gran mayoría
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