ADD Desde El Psicoanalisis
melisamelinda13 de Octubre de 2014
4.075 Palabras (17 Páginas)343 Visitas
INTRODUCCIÓN
TDAH: “¿Medicalización de la infancia?”
No puede parar de moverse, molesta a los demás compañeros, no presta atención, no entiende las consignas, se distrae fácilmente. No hay maestro que no tenga un chico así en el aula. Pero en algunos casos, consulta profesional mediante, la explicación que aparece es el TDAH (Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad). ¿De qué se trata este trastorno y cómo se diagnostica? ¿Todos los chicos desatentos e inquietos lo tienen?
En el presente trabajo abordaremos dicha temática desde dos enfoques antagónicos: neurología y psicoanálisis. La neurología considera que las causas del TDAH son de orden genético, hereditario, definiéndolo como un trastorno neurobiológico, pero comprende también que las cuestiones sociales pueden influir en la gravedad de los síntomas. Por otro lado, el psicoanálisis denuncia la "medicalización de la infancia" y descree de la existencia del TDAH como diagnostico específico.
Nosotras tomaremos como eje central el enfoque psicoanalítico para abordar dicho trastorno. Y tendremos en cuenta los siguientes puntos:
o Recorrido histórico
o Principio del proceso atencional
o Trastorno por déficit de atención por el psicoanálisis
o El trastorno por déficit de atención con hiperactividad desde el psicoanálisis
o Abordaje psicoanalítico
o Entrevista con la Psicoanalista Sonia Reale
RECORRIDO HISTÓRICO
Haciendo un recorrido histórico del pasaje de Lesión Cerebral Mínima al Disturbio de Déficit de Atención podemos decir que desde el inicio del siglo XX se está tratando de encontrar una sistematización para los síntomas presentados.
Se observó en 1918, que coincidían los síntomas en niños que habían pasado por episodios de comprometimiento cerebral.
En 1920 aparece el concepto de “Excitación cerebral” que consistía en irritabilidad nerviosa, y se caracteriza por tener cuadros de llanto e insomnio en los bebes, movimientos exagerados, agitación, cólera e irritabilidad no acompañadas de convulsiones. Son niños dispersos y desatentos, pero muy inteligentes. Uno de los tratamientos preconizados era envolver al niño por media hora en toallas húmedas.
En 1934, Kohan y Cohen hablaban de los “Disturbios pos-encefálicos de conducta” relacionándolos a disturbios del cerebro medio.
En 1937, Bradley (Neurólogo americano) administró calmantes y anfetaminas a niños y adolescentes que presentaban problemas de comportamiento y aprendizaje y observó que los medicamentos mejoraron significativamente dichos procesos.
En 1947, Strauss propuso la denominación de “Lesiones Cerebrales Mínimas”, serían lesiones tan pequeñas que no acometerían otras funciones neurológicas.
En 1954, Blau se negó a considerar el síndrome pos-encefálica solo desde el punto de vista orgánico por lo que le atribuyó también el carácter psicosomático.
En 1962, se realizó en Oxford una conferencia en la que muchos científicos se negaron a aceptar el concepto de “Lesión Cerebral Mínima”, ante la falta de evidencia de alteraciones del cerebro. Concluyeron que si no existe lesión, se estaría ante una disfunción. De ahí surge la idea de “Disfunción Cerebral Mínima”.
Clements sugirió el nombre de “Síndrome Hipercinética” para cuadros en los que se presenta agitación, atención lábil, impulsividad y bajo rendimiento escolar.
Las características de la Disfunción Cerebral Mínima son:
• Hipercinesia: Hiperactividad motora muchas veces acompañada de intranquilidad verbal que no consiguen evitar.
• Impulsividad: Imposibilidad de interponer cualquier barrera entre el deseo y su ejecución.
• Atención lábil y distracción: Incapacidad de concentrarse en alguna cosa por un tiempo determinado.
• Mala coordinación: Prejuicio de la coordinación motora global o de movimientos finos
• Labilidad emocional: El mismo niño dócil puede tener episodios de furia por la intolerancia a la frustración.
• Bajo concepto de sí mismos: Muchas veces se consideraron malos o estúpidos.
En 1980, la APA en el DSM III propuso la denominación de “Síndrome de Déficit de Atención con o sin Hiperactividad”. En la revisión de 1987 evaluando se propuso para el DSM III R. el concepto de “Disturbio de Déficit de Atención/Hiperactividad” (DDA).
En 1990, considerando que el déficit de atención se mantenía central, sugirió el de “Trastorno de déficit de atención e hiperactividad”.
El trastorno de Déficit de Atención e hiperactividad es un diagnóstico psiquiátrico hecho a partir de respuestas a ítems q constan de un cuestionario que describe comportamientos ligados a la falta de atención, a la hiperactividad y a algunos referentes a la impulsividad.
El trastorno es más frecuente en el sexo masculino. La prevalencia es de 3/7 % entre niños en edad escolar y aumentó del DSM III para el IV debido a mudanzas de criterios.
Entre los cuidados con estos niños, se destaca la importancia del vínculo afectivo ayudando a enfocar la atención y los factores afectivos que despierten interés. Es imprescindible agregar que no hay exámenes clínicos de laboratorio ni señales a exámenes físicos que puedan contribuir para que el diagnóstico sea establecido.
En lo que respecta a la evaluación, los síntomas atenúan a medida que el niño madura.
Okay (2012) pediatra y vice-director de la Fundación Facultad de Medicina de la USP, hace un alerta importante frente a los efectos nocivos de la medicalización afectando a los niños que tienen diagnóstico de TDAH. Okay sostiene que la medicalización podría “silenciar” lo que el síntoma del niño estaría expresando y la desconsideración para con todo el proceso de escolarización al localizar la patología del niño.
La primera contribución importante del psicoanálisis para el asunto en cuestión es la noción de desarrollo emocional; éste se refiere al desarrollo psíquico mental: La creación de una mente capaz de simbolizar, de pensar, de crear el psiquismo.
Los niños desatentos, hiperactivos e impulsivos presentan prejuicios en la construcción de su subjetividad, por la dificultad de evaluación de las sensaciones a las emociones, de las percepciones a las representaciones, del corporal al psíquico.
La hiperactividad expresada como agitación psicomotora y verborrágica puede ser entendida como manifestación de fuga de contenidos internos, por fallas de contención, representando esfuerzos en la tentativa de recuperar algún tipo de contorno.
Es fácil imaginar que esos niños viviendo en ese inmediatismo, en esa forma concreta, tengan fallas en el aprendizaje.
PRINCIPIO DEL PROCESO ATENCIONAL
La atención es uno de los procesos neuropsicológicos fundantes de la relación del niño con el mundo, es decir, consigo mismo, con los otros y con los objetos que se encuentran en el mundo. Consiste en la capacidad de focalizar selectivamente nuestra conciencia, filtrando y desechando información no deseada, y precede a la percepción, a la intención y a la acción. Sin ella nuestra memoria y aprendizaje no tienen lugar o se empobrecen. Toda actividad atencional pasa por un progresivo desarrollo, desde estados atencionales primitivos hasta convertirse en un complejo proceso neuropsicognitivo.
En las primeras experiencias predominan aspectos relacionados a conductas reflejas y arcaicas, conectadas directamente con la percepción concreta. Los primeros procesos atencionales en el niño conforman un estado vigil, dando lugar a conductas de aproximación-retirada, aumentando o disminuyendo su nivel de activación, variando así las respuestas. Redes atencionales más complejas darán luego flexibilidad, siendo estas las que adecuaran a su vez, mecanismos de mayor autorregulación.
Estos primeros estados de alerta son escasos; generalmente se reducen al veinte por ciento del ciclo de veinticuatro horas; pasadas las quince semanas estos periodos se prolongan facilitando la comunicación con los otros. Ruff y Rothbart han caracterizado a la atención de este periodo como “reactiva”; los objetos del mundo provocan reacciones que lo llevan a orientar su mirada hacia ellos. Sin embargo este estado de alerta reflejo-emocional, por momentos sobrepasara sus propios niveles de autorregulación, haciéndose necesaria la intervención de terceros que regulen los estímulos que provienen del mundo y de el mismo, tanto placenteros como displacenteros.
Esta presencia real del otro permite que comience un proceso educativo que en ese momento se centra en lo corporal, en la sistematización de ritmos biológicos, en la posibilidad de la espera.
Es así como, pasado el primer trimestre de vida, un segundo circuito atencional está capacitado para una mejor apropiación del mundo y por lo tanto de la realidad.
A los seis meses, es el periodo en el cual ya podemos hablar de “atención focalizada”; el niño cuenta para su acceso al mundo con un nuevo recurso neuropsicognitivo. Ya no es un mero estado de alerta que solo permite las primeras aproximaciones y reconocimientos del mundo, sino que está ligada a la percepción, y conjuntamente con ella, inauguran la experiencia de la comunicación.
Toda conducta de inicia con la percepción y con la atención. Tanto una como la otra van dejando de ser meras conductas
...