ANNE SULLIVAN

“EL MILAGRO DE ANNE SULLIVAN”

Hellen Keller era una niña ciega y sordomuda nacida en 1880.

Al estar aún en cuna el doctor le dijo a su madre que Hellen sufría de congestión aguda del estómago y del cerebro. Pero su madre se dio cuenta que no miraba y no escuchaba.

La niña al ir creciendo empezó a comportarse muy agresiva y su madre pidió a su esposo, el capitán, ayudar a que la niña recibiera educación para que aprendiera a comunicarse y a comportarse correctamente.

El padre quería internarla en una clínica de salud mental pero finalmente cedió a la petición de su madre y tomo como opción la escuela Perkins. Así que llamaron a una institutriz para que acudiera a la casa de los Keller y así poder brindarle la educación necesaria a Hellen.

La institutriz se llamaba Anne Sulivan quien también fue ciega, de visión débil, pero se había sometido a varias operaciones antes y por esta razón usaba lentes obscuros casi siempre.

Anne, como primer intento, quiso enseñarle la palabra “doll” ya que a Hellen le gustaban mucho las muñecas. Después Hellen empezó a imitar expresiones faciales al tocar el rostro de su profesora.

Luego de una ardua batalla, Anne le enseño a su alumna a comer de su plato y a doblar su servilleta. Esto represento un gran avance para su madre, pero para su padre no fue de mucha importancia.

Anne Sulivan decidió alejar a Hellen de su casa, pues pensaba que estando ahí no sería mucho el avance ya que la consentían mucho. Se la llevo a una pequeña cabaña cerca del lugar para que viviera con ella. El padre de Hellen le dio como plazo solo dos semanas.

Sulivan enseño a Hellen a obedecer y tuvo mucho avance pero pensaba que no era suficiente. El padre decidió antes de las dos semanas que era hora de que regresaran a casa al ver el mejoramiento del comportamiento de su hija.

En la última escena aparecen sentados todos en el comedor celebrando el regreso y los avances de Hellen pero está en un arranque vuelve a portarse agresivamente y parece querer desandar todo el camino transitado, quiere volver a su antigua forma de comer.

Anne lleva a Hellen a la bomba de agua, para que ella misma vuelva a llenar la jarra que vació. Anne empieza a bombear agua mientras le “escribía” la palabra agua en la mano que Helen tiene libre. Llega un momento en que Helen tiene sus dos manos cubriendo la boca de salida de la bomba, sintiendo el agua correr entre los dedos y, sobrecogida por la angustia, emite un grito: wawa. Luego, sus ojos y todo su rostro parecen iluminarse en una expresión magistral de descubrimiento lograda e inmediatamente le pide a Anne que le escriba la palabra: agua. Aquella palabra que fue la primera en salir de sus labios, a sus seis meses, es el acto que finalmente le permite entender la conexión entre esos símbolos que repetía como un monito entrenado y el mundo que la rodea: la

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