Capitulo 8 Habitar el habla como un regazo
leticiavarResumen21 de Marzo de 2021
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Capítulo 8.
Poética: habitar el habla como un regazo
Nombrar un objeto, dicen que dijo Mallarmé, es suprimir las tres cuartas partes del goce del poema, que reside en la felicidad de ir adivinando; el sueño es sugerirlo. JORGE LUIS BORGES, «El arte narrativo y la magia», 1 996a, p. 229.
[ ...] el arte está suspendido en este «entre» de la dialéctica reveladora [ ...] porque nunca será revelador en sí mismo, ni revelado. Su manifestación o su presencia no es revelación. Todo lo que nos interesa está localizado en este intervalo, en este intersticio. Todo está suspendido en esta síncopa.1 JEAN-LUC NANCY, Le poids d'une pensée, 1 991, p. 38.
Hernán y Catalina me consultan sobre la situación insostenible que viven, a la que llaman «de angustia y desazón». Catalina se queja de que en su vida están siempre acompañados por un fantasma, y Hernán, de que Catalina se aprovecha del pecado original de su encuentro para no respetarlo en su autonomía ni valorarlo. Alicia era novia de Hernán y mejor amiga de Catalina, pero desaparece Alicia por la dictadura, la cual militaba junto a Hernán. Hernán y Catalina se conocen porque ella lo apoya y crean una relación, pero parece que el fantasma de Alicia aparece en los reclamos de Catalina, llevan años discutiendo por “culpa del sobreviviente”.
En terapia se les dice: «Hernán, tienes derecho a no tener una esposa prisionera. Y tú, Catalina, tienes derecho a tener un esposo que no haya dejado caducar sus sueños. Tú puedes dejarlo con Alicia y no estar prisionera. Y tú, Hernán, puedes dejarla con Alicia y tener tus sueños. Pero parece que Alicia no confía en vosotros lo suficiente como para que tú, Catalina, no sigas siendo su prisionera, y para que tú, Hernán, no sigas siendo un hombre sin sueños. Sin esa confianza, se niega a irse»
Años después, al encontrarnos de nuevo, Hernán dice, a propósito de la sesión: «Alicia, hacía tantos años desaparecida, decidió abandonarnos». Catalina, que también está de acuerdo con la vivencia de evento de aquella sesión celebrada hacía tantos años, dice: «Y o admiraba y sentía a Alicia, pero ese día, sintiendo su falta de confianza, perdí la confianza absoluta que yo le profesaba».
La viñeta aquí presentada, nos permiten reflexionar acerca de la relación de los eventos poéticos en psicoterapia con el lenguaje y el habla, acerca de su carácter singular, y de su cualidad sensual y estética. Como psicoterapeutas, hasta hace no muchos años, hemos sido socializados sobre todo en una tradición hermenéutica que ha privilegiado la atención al lenguaje y, dentro de éste, al significado, centrando la atención en las palabras ya dichas.
La tradición hermenéutica interpretativa ha formateado o socializado a los psicoterapeutas para que conciban que nuestra tarea profesional se da operando sobre un «material» del que nos proveen nuestros pacientes/ clientes/usuarios/ consumidores, entendido básicamente como verbal, y referido a la realidad que hay más allá de la sesión. Esta realidad es concebida como básicamente lingüística, y lo lingüístico es básicamente entendido en relación con los significados de palabras ya dichas a las que se nos entrena para atender. Si nuestra corporalidad cambiara con nuestra educación, los psicoterapeutas desarrollaríamos enormes orejas de elefante en detrimento de otras sensibilidades.
En el marco de esa estructura hegemónica de la psicoterapia, esperamos que la transformación se produzca a través de una intervención mediada por ese modelo transformador que albergamos y cuyo funcionamiento intentamos que no se vea alterado por ningún elemento ajeno a éste. Cuando en ocasiones se presta atención a esas otras sensibilidades que no cuentan para la micropolítica vigente (por ejemplo, lo corporal, o lo emocional, o las imágenes), se hace casi siempre para leerlo, una vez más, en términos de significados. Pero Aristóteles ya señalaba que las imágenes suelen acompañar al pensamiento. Cuando un terapeuta novel se forma en un modelo se le entrena para comenzar a tamizar o filtrar a través de él mismo el material sobre el cual debe trabajar, y suele tratar de mostrar y mostrarse su eficacia incorporando ese modelo y, por consiguiente, proporcionando pruebas de que sus intervenciones responden al mismo.
Un ejercicio posible y eficaz para comenzar a educar la sensibilidad poética es revisar las grabaciones de las sesiones para identificar en ellas todos aquellos aspectos que sucedieron que son importantes para el desarrollo de la sesión pero que no podemos encuadrar ni explicar dentro del modelo.
De ahí que las imágenes, como las asociaciones o respuestas relacionadas con la historia personal del terapeuta, la voz misma en su inextricable comunión con el decir significante, modos peculiares de hablar y moverse, cambios de tema, atención a ciertas palabras, como otra infinidad de elementos, emergen y no deben ser marginados como irrelevantes por no pertenecer al método o modelo. Pero, cuando se hacen relevantes, no tardamos en ponerlos bajo la égida de la racionalidad del modelo.
Por último, se espera que la intervención psicoterapéutica tenga un efecto transformador de significados al operar sobre el material verbal que aporta el paciente y, de manera indirecta, sobre su referente vital más allá de la sesión. Para legitimar la práctica profesional hay que mantener este circuito de la intervención, marginando como carente de esencia todo aquello que no se relacione de manera directa con el material, o que no opere sobre la realidad más allá de la sesión.
Esta micropolítica cabalga sobre el proceso que convirtió el signo, el significante y el significado que había que interpretar en los aspectos centrales de un lenguaje que la disciplina lingüística adoptaría como su objeto.
La lingüística surge de la ruptura de esa unidad que independiza el lenguaje del concepto. La lingüística de Saussure (1991 [1916]) suscitó la cuestión del significante y su significado como una relación consensuada y, con ello, la cuestión de la interpretación y del referente real como problemas centrales que también heredó la disciplina psicológica. La distinción estructural entre lenguaje y habla hizo que la escritura pasara de ser un mero sucedáneo del habla a convertirse en uno de los fundamentos de lo que ya ha sido dicho, en detrimento del sujeto parlante que, de dueño y señor del lenguaje, se convirtió en su sirviente. El descentramiento del sujeto parlante mismo, sirvió para afirmar, de manera paradójica, la omnipresencia de la interpretación.
La elusividad del significado y del mundo de referentes del signo, así como la continua deriva del significante, llevó a este último a tener primacía por encima del significado como elemento central del lenguaje. De allí que la intervención psicoterapéutica basada en una tradición que privilegia la interpretación de los significados es un acto que se basa en lo ya dicho, lo que designa un hecho ya cumplido en un tiempo que los comentaristas medievales calificaban de perfectum (Coccia, 2007: 35), se enfoca en lo que ya está terminado. Mientras que, en la sensibilidad de lo poético, hay en ella, pues, un movimiento desde lo ya dicho hacia el decir, en el devenir. La dimensión poética es, en relación con la presencia de quien consulta y su vida más allá de la sesión, equivalente al carácter de un comentario. Lo poético que es comentario más que interpretación, participaría así de lo que Coccia considera una acción equivalente a la del vav conversivum, ya que «transforma lo que está escrito en algo que aún está por decirse». Lo poético, como el vav conversivum, se vuelve el punctum disruptivo de la micropolítica que opera con objetos ya terminados, y que da pie a configurarnos a nosotros mismos, en nuestra subjetividad, como uno más de esos objetos «perfectos».
Si el evento poético, en tanto comentario, es análogo, siguiendo a Coccia, a la vav conversiva, siempre está, de un modo semejante, anunciando, más allá de lo que insinúa, otros comentarios futuros. Pero deja como traza, tras la presentación de un mundo discontinuo, palabras que permanecen como un mundo virtual que conlleva la posibilidad, siempre presente, de ser habitado y continuado por otras palabras futuras, expresiones ulteriores de la dimensión poética.
Cuenta el escritor Mario Vargas Llosa que hay regiones en las que habita un hablador, un contador de historias itinerante. Yendo de una comunidad a otra, subraya que le permite a la gente vivir otra vida, a través de sus relatos, permaneciendo en la comunidad, a la que no aspira a reconfigurar sino a afirmar. (p.296)
El comentario que añade lo poético puede ser también ese subrayado que hace visible lo que está allí, aunque no es evidente. En lo poético cuenta más el acto que lo dicho de la narrativa: en el caso de Vargas Llosa lo vemos en su acto de inclusión del hablador, y de la inclusión del hablador como ausente, más que en la narrativa acerca de su historia y de su función para la comunidad.
En lo poético hay algo que late con la vida y que también expresa un sentido en las palabras, no como significado, sino con la contundencia del suceso o evento cuya presencia se nos impone y que, cuando lo aceptamos se configura como una realidad transfigurada. (p.298)
Lo poético puede incorporarse o neutralizarse en un dispositivo micropolítico pero, en sí mismo, es lo que escapa al dispositivo, porque no está en la dimensión de la objetivación, escapa a los objetos y, sobre todo, a ese tipo especial de objetos a los que llamamos sujetos. Lo poético se comprende mejor cuando nos distanciamos de la hegemonía del signo y del significado, de la interpretación
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