Consideraciones Del AT
Mariela2222227 de Abril de 2014
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CONSIDERACIONES SOBRE EL ACOMPAÑAMIENTO TERAPEUTICO.
Acompañamiento Terapéutico.
Por Eduardo Fabián Cossi.
“ No empleéis las consolaciones, pues son inútiles; no recurráis a razones que no persuadan; no seáis tristes con los melancólicos, pues vuestra tristeza aumentará la de ellos; no demostréis alegría, pues se sentirán heridos..” (Leuret)
En nuestros días es probable tropezar a menudo con la noción de Acompañante Terapéutico, en diferentes ámbitos y niveles del campo asistencial en general. La figura ligada más directamente a la clínica de las psicosis, las adicciones, los trastornos del desarrollo temprano y de la tercer edad, se extiende sin embargo hacia campos tan heterogéneos como el del tratamiento de diálisis, el trabajo con pacientes terminales, oncológicos, y el campo de la discapacidad motora entre otros.
Tan variada competencia previene, en principio, acerca de la posibilidad de delimitar claramente los ejes centrales de la función que la noción porta, evitando caer en desafortunadas generalizaciones.
Sin embargo el fenómeno del acompañamiento terapéutico alcanza en la actualidad una magnitud y extensión tal que torna imposible, sin costas, desatender dicha cuestión.
Si bien la figura de Acompañante Terapéutico emerge en el contexto de nuestra región, en la actualidad con este nombre se abarca una campo muy amplio y heterogéneo de prácticas cercanas que traspasa en mucho el contexto porteño, irradiándose hacía todo el país y más allá de nuestras fronteras, hasta regiones tan diferentes como Brasil, España, Italia, Colombia, Paraguay, Chile, Uruguay y Bolivia .
En este contexto la figura recibe diversos tipos de reconocimientos tanto del sector público como del sector privado. Estos abarcan dos áreas principales. Por un lado, el que compete a la prestación del servicio y los distintos niveles del reconocimiento de la practica del acompañamiento terapéutico que les son correlativos, y por otro lado un reconocimiento igualmente dispar que abarca los ámbitos y áreas de formación en el campo del acompañamiento terapéutico. En este sentido existen en la actualidad desde tesis doctorales y publicaciones sobre la temática, hasta congresos, jornadas regionales, nacionales e internacionales y diferentes sistemas de prestaciones gubernamentales del servicio, así cómo, carreras terciarias, tecnicaturas universitarias y especializaciones de grado y postgrado que adquieren, según el contexto, diferentes formatos de diseño y diferentes niveles de impacto en la comunidad.
También existen, en este orden de consideraciones, distintas formas de instituciones representativas del sector tales como asociaciones, cooperativas y mutuales cuyas funciones, con niveles de pertenencia y representatividad igualmente heterogéneos, van desde los asuntos legales y jurídicos, hasta la organización de la inserción en el mercado laboral y la formación de sus miembros, incluyendo en algunos casos, la investigación y los espacios de transferencia e intercambio, así como servicios de asistencia y supervisión, y la producción de materiales bibliográficos especializados.
Como dijimos ya, en el marco de este crecimiento innegable y de estimación compleja, por la cercanía relativa que el fenómeno presenta, se destaca sin embargo la carencia de criterios consensuados claros que delimiten la figura, produciendo al mismo tiempo, un crecimiento, co-extensivo al de la noción, de niveles de imprecisión de su definición que alcanza extremos que van desde caracterizaciones de alta especialización hasta nociones extremadamente vagas y difusas de la figura.
En el primer extremo de este continuo difuso, la figura se define habitualmente en el marco de caracterización de un auxiliar psicoterapéutico, de la medicina para algunos y de la psicología clínica y el psicoanálisis para otros, altamente calificado y especializado en el trabajo sobre la adherencia y la “compliance” respecto del tratamiento, instalado predominantemente en la dimensión transferencial, dentro del marco de los hoy conocidos como dispositivos de “abordajes múltiples” que implican actualmente los tratamientos de las llamadas patologías graves de la vida de relación.
En el otro extremo, se podrían situar las fronteras donde el ejercicio del rol se confunde, ampliamente con figuras tales como las del auxiliar de rehabilitación en psiquiatría y de enfermería orientado en psiquiatría, la figura de operador socioterapéutico u operador comunitario, el cuidador domiciliario formal o informal (cuidador familiar), el auxiliar psicológico, etc.
Una ejemplo de la magnitud que esta ambigüedad puede alcanzar, parece presentarlo el hecho significativo de que en nuestros ámbitos de desempeño, insertos de manera particular en las consideraciones conceptuales de raíz analítica, se relaciona a la función del acompañamiento terapéutico, por un lado al psicoanálisis de raíz lacaniana, a través de la cita de Allush y el pensamiento literario Japonés de Oé Kenzanburo, ó en la alusión a la noción milleriana de parteniere múltiple, al tiempo que, desde la perspectiva ligada a la psiquiatría empírica, igualmente fuerte en nuestra región, la noción de acompañante terapéutico, hunde sus raíces en los inicios mismos de la tradición moral y clásica pre-asilar, de la psiquiatría moderna en la figura del empírico, en sus orígenes conocido también con el nombre de conserje.
Sin embargo, la historia de la noción, sus transformaciones y sus múltiples vías de interpretación y comprensión, tal y como fueran desarrolladas en nuestra región e irradiadas luego hacia otros contextos, permite fácilmente conjugar en la teoría y en la práctica, estas dos grandes líneas de influencia en un principio constituida por la psiquiatría empírica (del brazo de la hegemonía del modelo médico general) y luego por cierta hegemonía discursiva de la tradición analítica en los modelos asistenciales de salud mental .
Estrictamente hablando, el nombre “acompañamiento terapéutico” no tiene sin embargo una larga historia, su origen estrechamente relacionado a nuestra región y a ciertos aspectos idiosincráticos de nuestro sistema de salud, no es tampoco difícil de fechar.
Emerge entre fines de la década del 60 y principios de la década del 70 acuñada por Eduardo Kalina en el marco del campo privado de la asistencia psiquiátrica y relacionado prioritariamente a los requerimientos y problemáticas que presentaran, los tratamientos de las adicciones y las patologías ligadas al campo clínico de las psicosis , al horizonte general de la perspectiva de abordaje psiquiátrico de tradición empírica .
La noción deviene en primer lugar de otra menos afortunada, que fuera el primer nombre, no poco significativo, que recibiera la figura en esos tiempos: “Amigo calificado”. Esta noción, fuertemente criticada en su connotación, por el factor “amistoso” que introdujera en la relación que el ejercicio de la figura supone, permite ubicar más contextualmente la emergencia del nombre que la figura recibiera. El antecedente inmediato de la misma lo constituía la figura de “amigo rentado” existente en esos años en el contexto estadounidense en el campo de la psiquiatría y la medicina de orientación comunitaria .
En este punto vale detenerse en ciertas consideraciones respecto del fenómeno de rechazo casi inmediato que la connotación amistosa de la noción suscitó en el seno del sector, para poder ver si de este modo, alguna luz se logra en el camino de acercamiento hacia la comprensión del sentido y la naturaleza de la función del Acompañante Terapéutico.
Este rechazo parecería menos explicable de hecho desde las prolijas pero vacías consideraciones que día a día ganan, desde hace ya mucho tiempo, terreno en el campo de la medicina, desde el marco del conocido y reconocido problema de la llamada relación médico- paciente. En este contexto es habitual la referencia a la calidad del cuidado de la relación terapéutica por parte del médico, atendiendo sobre todo al riesgo que supone el detrimento de la relación hacia consideraciones meramente técnicas, y resaltando el factor humano que la misma supone.
Un amigo calificado no parecería entonces una mera nominación accidental y desafortunada, sino el justo correlato para una función auxiliar, desde el punto de mira de una perspectiva médica asistencialista, donde es habitual que se mencione como valores preferibles, en la figura terapéutica, desde oscuras capacidades empáticas, hasta factores vocacionales y de servicio, cuya contribución permanece sin embargo, siempre, en un opaco horizonte de estimación técnica .
Este rechazo parecería entonces comprenderse mejor desde una perspectiva que agrega a la función auxiliar, requisitos técnicos que desaconsejan un modo particular de relación sobre otro. Más cercano al horizonte técnico- deontológico del requerimiento y la necesidad del establecimiento de niveles de abstinencia y neutralidad en el modo de relación con el paciente, la función parece acercarse de apoco a condiciones de especificación acordes con el orden de lo terapéutico más que con los objetivos del auxilio meramente asistencial. Este giro en la caracterización de la practica de acompañamiento hacía valores de juicio más cercanos al campo de tradición psicoanalítica que al de la hegemonía del modelo médico, podría comprenderse en dos circunstancias diferentes, ambas relacionadas al impacto que el discurso psicoanalítico representó en nuestra región, desde los ámbitos técnico- asistenciales, hasta en las costumbres y hábitos de la sociedad
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