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El Duelo

Carlos GuerraSíntesis26 de Agosto de 2014

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Todos sabemos que vamos a morir. Aunque ningún hombre cree en su propia muerte, es lo único seguro que tenemos. A pesar de esto nadie sabe cuándo va a morir; lo más difícil es conocer el momento exacto de la muerte. En un sentido estricto, ésta no será completa sino hasta que haya muerto la última de las células, millones, que componen el cuerpo del ser humano. Podemos afirmar entonces que el instante en que le cuerpo organizado pierde la vida no es súbito: se va extinguiendo por grados y sucesivamente en los diferentes órganos. No obstante esto, médicamente existe la muerte cuando hay un cadáver, es decir, un despojo sin vida de aquello que ha vivido.

Chauchard afirma que el ser vivo tiene una forma específica que se manifiesta en la especialización de sus partes; es decir, cada órgano tiene su propio papel. Esta organización brota de la substancia viva, la cual tiene una particular estructura psíquica. Necesita de: nutrición (metabolismo): son moléculas extrañas que se modifican transformándose en ella misma (asimilación), con lo que aumenta su masa (asimilación), para llegar a la reproducción. Todos los movimientos de la substancia viva son armoniosos y adaptados a las necesidades. Las características fundamentales de los seres vivos son las mismas; las diferencias de categoría son de simple detalle, siendo la más visible la que separa a los vegetales de los minerales: aquellos se comen a estos (autotrofismo), mientras que los animales desarrollan, a plenitud, su función de relacionarse. La materia viva tiene los mismos cuerpos simples que la naturaleza. Se dice que hay vida cuando la materia tiene una actividad química muy particular y permanente: destructiva para liberar energía y sintética para aumentar su estructura. Cuando se detiene o disminuye progresivamente esta actividad, sobreviene la muerte.

La célula no es inmortal. Mientras está viva, nada en ella está muerto; si un hombre es decapitado, no está muerto: comienza a morir; morirá todo en él, pero poco a poco, célula por célula. Si pudiera detenerse el proceso, el descabezado volvería a vivir, ya que en él, cuando está recién decapitado, hay bastante vida como para que sea suficiente para practicar una circulación artificial en los vasos sanguíneos de la cabeza para que vuelva a reanimarse. Esto es cierto al menos en teoría.

Una célula es sensible a algunas causas accidentales que pueden causar su muerte: agresiones mecánicas, traumatismos, cambios de temperatura, electricidad, cambios de presión, radiaciones, agua, algunas sales, oxígeno. Por ejemplo, el medio acuoso les es necesario; la célula no puede vivir en aridez. Tampoco en una temperatura baja que provoque la congelación del agua celular porque muere la célula. Hay otras causas de la muerte celular, como la autofagia para indicar alguna que provoca la muerte de algunas células cardiacas.

Hablando de la muerte de un organismo complejo, como lo es el hombre, y no de la muerte celular, algunos autores mencionan tres estadios de muerte:

Muerte Aparente-. Puede aparecer un síncope prolongado, o el paciente puede estar en coma profundo, sin conocimiento ni respiración, con sus actividades cardiacas y circulatorias débiles y difíciles de notarse. Pero es una etapa en la que generalmente son eficaces las terapias usuales de reanimación.

Muerte Relativa o Clínica-. Hay suspensión completa y prolongada de la circulación; el paciente está muerto prácticamente y se puede enterrar. Sin embargo, ciertos medios de resucitación pueden hacer que reaparezcan actividades vitales.

Muerte Individual u Orgánica Absoluta-. Cuando la alteración de algunos órganos vitales es tal, que se hace imposible restaurar las funciones vitales. Progresivamente se llega a la muerte total en la que el cadáver comienza el proceso de putrefacción.

Si hablamos de signos de la muerte podemos enunciar: Falta total de respiración, ningún latido cardiaco, inmovilidad total, insensibilidad ante cualquier estímulo, inercia en los miembros, caída de la mandíbula, relajamiento de esfínteres, dilatación de las pupilas, palidez, apertura de ojos, enfriamiento.

ANTES DE LA MUERTE CLÍNICA

El hombre es el único ser vivo, conocido que sabe que tiene que morir. Racionalmente lo aceptamos, aunque, como nos enseña Freud, veamos la muerte como a nuestra enemiga, no lo es. Ella simplemente pone un límite a nuestro tiempo. La muerte del hombre está determinada por la desaparición de la persona, la cual, casi siempre, se acompaña con la muerte del cuerpo Este concepto es importante porque nos habla de la función del tanatólogo: el acercamiento con el enfermo en fase terminal presupone no solamente una tención a sus síntomas, sino todo un acercamiento espiritual, una comunicación interpersonal y un respeto a las creencias y valores del enfermo y su familia. También vale la pena recordar que el humano puede enfrentarse a su muerte de muy diferentes maneras: formas violentas, tranquilas, solo, acompañado, con sufrimientos, sin dolores, instantánea, con prolongada, agonía, en su casa, en hospital, con calidad en la atención, sin ella, etcétera. Y estas diferencias deben marcar la actitud tanatológica.

Parece ser que, Tanatológicamente hablando debemos tener una plena visión antropológica: lo que presupone una historia clínica del paciente que tome en cuenta lo somático, lo psicológico, lo sociocultural y lo espiritual: el tipo de enfermedad (aguda, crónica…), el momento de la enfermedad, la personalidad del enfermo y de los miembros de la familia, las repercusiones sociales del proceso patológico. Porque esto nos lleva a un concepto de “minusvalía biográfica”, en el paciente y su entorno, dadas las limitaciones que causa la enfermedad; en casos ya graves, podemos hablar no de minusvalía, sino de auténtica “anulación biográfica” por la que el enfermo suspende todas sus actividades habituales: entonces el tanatólogo deberá lograr una muy importante y adecuada relación con el paciente y los familiares. La “muerte biográfica” será la invalidez irreversible causada por la enfermedad. Esta cancela el proyecto vital del individuo: se ven afectadas las funciones fisiológicas básicas y se pierden las características más importantes de la personalidad.. El papel del tanatólogo cuando se trata de la “muerte biográfica” es fundamental: debe ofrecer todo lo que se conoce actualmente como cuidados paliativos, debe comprender la dinámica familiar, prestarle apoyo real, darle la ayuda y compañía que se necesite, y procurar el bien del núcleo familiar. Se puede decir, con Marco Aurelio, que se trata de la muerte del alma en cuerpo conservado.

LA MUERTE CLÍNICA

Criterios Médicos y LEGALES:

Hipócrates, en su famosa obre “De Morbis”, nos hala de los signos inequívocos de muerte: “Frente arrugada y adusta; ojos hundidos, nariz puntiaguda, rodeada de una coloración negruzca; sienes hundidas, huecas y arrugadas; las orejas rígidas y hacia arriba, los labios colgantes, las mejillas hundidas, el mentón arrugado y contraído, piel seca, lívida y plomiza, pelo de las ventanas de la nariz y pestañas salpicado de una especie de polvo blanco opaco, rostro fuerte, contracturado, no reconocible”.

Pérez Valera, en su libro “El hombre y su muerte. Preparación para la vida” cita a Giovanni Lancisi quien, en 1707, por orden del Ppa Clemente XII, escribió “De subitaneismortibus”, en el que distingue entre Muerte Real y Muerte Aparente. Bichat (1800) habló de muerte cardiaca, pulmonar y cerebral.

El diagnóstico médico de muerte ha cambiado como consecuencia del desarrollo de las técnicas de resucitación y de sostén de las funciones vitales. Durante muchos años se diagnosticaba cuando no había actividad cardiaca alguna ni tampoco función respiratoria. Pero hoy el paro cardiaco puede ser revertido si el corazón no está dañado irremediablemente; hay cirugías a corazón abierto en las que las máquinas cumplen la función del corazón y el pulmón, existen ventiladores mecánicos que evitan una falla respiratoria. Gracia s a la ventilación mecánica prolongada que impide la falla en la respiración, el corazón, que tiene automatismo propio no dependiente del SNC, continúa funcionando por periodos variables, aunque existe autolisis de los hemisferios cerebrales y del tallo cerebral. (Autolisis es la desintegración espontánea de los tejidos o células por acción de sus propias enzimas autógenas como la que se produce después de la muerte). Por lo que, ahora, se diagnostica la muerte de una persona cuando se demuestra la existencia de un daño encefálico irreversible: se le llama muerte cerebral. La cual es diferente a los estados vegetativos persistentes en los que el daño esté fundamentalmente a nivel de los hemisferios cerebrales.

Este concepto es sumamente importante. Gracias a él, puede desarrollarse el programa de Donación de órganos y el trasplante de órganos vitales, como riñón, corazón, pulmón, córneas. Además, posibilita el no practicar la distanasia. Toda muerte es muerte cerebral al fin y al cabo.

Criterios sobre la muerte cerebral

El informe de Harvard fue el primer informe difundido y aplicado, y constituyó el modelo básico. Sus criterios son:

1. Coma, con ausencia de respuesta a ningún estímulo.

2. Apnea, comprobable por el retiro del ventilador durante tres minutos a partir de un estado de normacapnia (tensión normal de bióxido de carbono en l sangre) previa, con ausencia de todo movimiento muscular somático.

3. Ausencia de reflejos cefálicos y de actitud corporal.

4. Ausencia

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