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El Hombre En Busca Del Sentido


Enviado por   •  7 de Marzo de 2015  •  1.556 Palabras (7 Páginas)  •  186 Visitas

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Primera Fase: Internamiento en el campo.

Frankl nos habla de tres fases en las reacciones mentales de los internados en un campo de concentración, las cuales son: la fase de internamiento, la fase de la vida en el campo y la fase siguiente a su liberación.

El síntoma que caracteriza la primera fase es el shock. Viajando en el tren por varios días iban unas 1500 personas; se dividían por 80 personas en cada vagón. Todos se tenían que acostar sobre lo poco que les quedaba de su equipaje. Todos creían que el tren se dirigía hacia alguna fábrica de municiones en donde los emplearían como fuerza salarial. No sabían en dónde se encontraban. El silbato del tren hacia un sonido muy misterioso, como si enviara un grito de ayuda en compasión del desdichado cargamento que iba destinado hacia la perdición. De pronto, uno de los pasajeros grito: "¡Hay una señal, Auschwitz!" Con tan solo escuchar ese nombre recordaban todo lo que hay de horrible en el mundo: cámaras de gas, hornos crematorios, matanzas indiscriminadas. A medida que iba amaneciendo se alcanzaba a ver un inmenso campo con la larga extensión de la cerca de alambrada espinosa y las torres de observación. Frankl decía que se oían voces y silbatos de mando, su imaginación lo llevaba a ver horcas con gente colgando de ellas, se estremeció de horror, pero no andaba muy desencaminado, ya que paso a paso se fueron acostumbrando a un horror inmenso y terrible. Las puertas del vagón se abrieron y un pequeño grupo de prisioneros entró alborotando. Traían puestos uniformes rayados, tenían la cabeza afeitada, pero parecían bien alimentados. Hablaban todas las lenguas europeas y todos parecían conservar aun cierto humor, que bajo aquellas circunstancias sonaba ridículo. Hay en psiquiatría un estado de ánimo que se conoce como la "ilusión del indulto", según en el cual el condenado a muerte, en el instante antes de su ejecución, concibe la ilusión de que le perdonaran en el último segundo. También Frankl y sus compañeros tenían esa esperanza y creían que no todo sería tan malo. Se hicieron cargo de los recién llegados y de su equipaje. Cuando entraron a la estación, el silencio inicial fue interrumpido por voces de mando. Después los trasladaron a otros campos más pequeños, donde metieron a 1100 prisioneros en una barraca donde probablemente solo cabían unas 200 personas como máximo. Pasaron por hambre y frío y no había espacio suficiente ni para que se sentaran en cuclillas. Durante cuatro días, su único alimento fue en un pedazo de pan de unos 150 gramos. Les dijeron que dejaran su equipaje en el tren y que formaran dos filas, una de mujeres y otra de hombres porque desfilarían ante un oficial de las SS. Frankl tuvo el valor de esconder su mochila debajo del abrigo, aunque se daba cuenta del peligro que corría si el oficial localizaba su saco. Tocaba su turno. Alguien le susurró que si a los que enviaban a la derecha significaba trabajos forzados, mientras que a la izquierda era para los enfermos e incapaces de trabajar, a quienes enviaban a otro campo. El hombre de las SS lo miró de arriba abajo lo hizo girar hasta quedar frente al lado derecho y siguió caminando en esa dirección. Los que fueron enviados hacia la izquierda marcharon directamente desde la estación al crematorio. Fueron escoltados por los guardias de las SS que iban cargados con pesados fusiles, los hicieron recorrer a paso ligero el camino desde la estación que atravesaba la alambrada electrificada y el campo, hasta llegar al pabellón de desinfección. Esperaron en un cuarto que parecía ser la antesala de la cámara de desinfección. Los hombres de las SS aparecieron y extendieron unas mantas sobre las que tenían que poner todo lo que llevábamos encima: relojes y joyas. A empujones, los llevaron a la antesala inmediata a los baños. Allí se agruparon hasta que llego un hombre de las SS que les dijo: "Os daré dos minutos y mediré el tiempo por mi reloj. En estos dos minutos os desnudaréis por completo y dejaréis en el suelo, junto a vosotros, todas vuestras ropas. No podéis llevar nada con vosotros a excepción de los zapatos, el cinturón, las gafas y, en todo caso, el braguero. Empiezo a contar: ¡ahora!" entonces escucharon como las correas de cuero azotaron los cuerpos desnudos. Y después los llevaron a otra habitación para afeitarlos: pero no solamente rasuraron sus cabezas, sino que no dejaron ni un solo pelo en sus cuerpos. Las ilusiones que algunos aun conservaban las fueron perdiendo

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