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Estudios “LA INFANCIA” PHILIPPE ARIES (1914-1984)


Enviado por   •  22 de Agosto de 2015  •  Ensayos  •  1.912 Palabras (8 Páginas)  •  322 Visitas

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Estudios
“LA INFANCIA”
PHILIPPE ARIES
(1914-1984)

La actitud de los adultos frente al niño ha cambiado mucho en el curso de la Historia. En otros tiempos, esas mutaciones no se distinguían de los datos constantes de la naturaleza; las etapas de la vida humana se identificaban, de hecho, con las estaciones.

Parece que la historia del niño, como la de la familia, en la antigüedad romana, se vio complicada durante mucho tiempo por una problemática nociva: el llamado tránsito de la familia gentilicia a la familia nuclear. Se sabe que al niño romano recién nacido se le posaba en el suelo. Correspondía entonces al padre reconocerlo cogiéndolo en brazos; es decir, elevarlo (elevare) del suelo: elevación física que, en sentido figurado, se ha convertido en criarlo. Si el padre no «elevaba» al niño éste era abandonado, expuesto ante la puerta, al igual que sucedía con los hijos de los esclavos cuando el amo no sabía qué hacer con ellos.

La vida le era dada dos veces: la primera cuando salía del vientre de la madre y la segunda cuando el padre lo «elevaba». Según Veyne, en realidad los lazos sanguíneos contaban mucho menos que los vínculos electivos, y cuando un romano se sentía movido a la función de padre prefería adoptar el hijo de otro o criar el hijo de un esclavo, o un niño abandonado, antes que ocuparse automáticamente del hijo por él procreado.

En último caso, los niños «elevados» habrían sido favorecidos por una elección, mientras que a los otros se les abandonaba: se mataba a los hijos no deseados de los esclavos, o a los niños libres no deseados por las más diversas razones, no sólo a los hijos de la miseria y del adulterio.

La elección de un heredero es voluntaria. Los subproductos del amor, sea conyugal o no lo sea, quedan suprimidos.

Esa situación cambió a lo largo de los siglos II y III, pero no por méritos al cristianismo.

A partir de ese momento, el matrimonio asume una dimensión psicológica y moral que no tenía en la Roma. La unión de los dos cuerpos se hace sagrada, al igual que los hijos que son el fruto de ella.

Se inicia entonces un largo período que termina en nuestra época, en la que el concubinato y la adopción recuperan una función que habían perdido.

Para que se convierta en la familia occidental de hoy  es necesario añadirle la indisolubilidad, que sí se impuso bajo el influjo de la Iglesia. La indisolubilidad consagraba una evolución antigua, precristiana, del matrimonio, en el sentido del reforzamiento de los elementos biológicos, naturales, en perjuicio de las intervenciones de la voluntad consciente y de la mente lúcida.

En esas condiciones, la procreación ya no estaba separada, como en tiempos de los antiguos romanos, de la sexualidad: el coito se había convertido en acto de placer, pero también de fecundación.

n aquellos remotos tiempos, los nacimientos suponían verdadera riqueza, esa que permitía dominar sobre los demás.

El nasciturus ya no era el fruto del amor que se podría evitar con alguna atención y sustituir con ventaja mediante una elección, con la adopción, como sucedía en la época de los antiguos romanos. El hijo se convierte en un producto indispensable, en cuanto que es insustituible

A pesar de todo, la fidelidad más segura es la de la sangre, la del nacimiento. De ese modo, los lazos sanguíneos —tanto legítimos como ilegítimos— adquieren un valor extraordinario. Hacen falta hijos, muchos hijos, más de lo que parecería necesario.

La revalorización de la fecundidad: una familia poderosa era necesaria- mente una familia numerosa. A medida que se revalorizaba la fecundidad —legítima e ilegitima— se recurría cada vez menos a la adopción.

Revalorización (ambigua) del niño: El infanticidio se convirtió en delito. Está prohibido abandonar a los recién nacidos, los cuales están rigurosa- mente tutelados por la ley (la de la Iglesia y la del Estado). Los infanticidios y los abortos están severamente condenados y perseguidos judicialmente.

En realidad, el infanticidio ha existido mucho tiempo bajo formas vergonzosas. El niño desaparecía víctima de una desgracia que no era posible evitar: caía dentro de la chimenea encendida o dentro de una tinaja y nadie había podido sacarlo a tiempo. Los obispos de la Contrarreforma sospechaban que ni el padre ni la madre estaban libres de culpa, e hicieron cuanto estuvo en sus manos para que los hijos durmiesen en un lecho separado de los padres.

exponían a los pequeños a las llamas del hogar, y volvían a ponerlos en el lecho, donde a poco morían con los pul- mones abrasados. Este era el destino reservado a los niños deformes o inváli- dos, pero quizá también a los no deseados.

Desde el momento en que en la costumbre y entre los grupos privilegia- dos, la vida del niño se convierte en un valor, el propio niño se convierte en una forma interesante y agradable, señal de la atención que se le presta.

Las conclusiones (provisionales) a las que llega Manson demuestran que ha habido una evolución del sentimiento, un descubrimiento de la infancia.

Nace una nueva sensibilidad, ésa que en la época imperial va a inspirar numerosos epitafios en los que los padres narran su tristeza por la muerte de un hijo, cuya edad se indica con precisión: tantos meses y tantos días. Se vuelve así a la leyenda de las tumbas anteriormente citadas a propósito del matrimonio.

Se llega entonces al concepto de que la sensibilidad hacia la infancia, sus particularidades, su importancia en el pensamiento y en los afectos de los adultos, está ligada a una teoría de la educación y al desarrollo de las estructuras educativas, al énfasis en la formación separada del niño, e incluso del adolescente.

La infancia perderá, a lo largo de la alta Edad Media, se dispersará, mientras que, en cambio, la tendencia a revalorizar y sacralizar el matrimonio no sólo se mantendrá sino que incluso se verá reforzada. Parece como si el hombre de principios de la Edad Media sólo viese en el niño un hombre pequeño o, mejor dicho, un hombre aún pequeño que pronto se haría —o debería hacerse— un hombre completo: un período de transición bastante breve.

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