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FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA. LA INTELIGENCIA EMOCIONAL


Enviado por   •  2 de Mayo de 2017  •  Ensayos  •  1.784 Palabras (8 Páginas)  •  915 Visitas

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ESCUELA NORMAL

EXPERIMENTAL DE SAN ANTONIO MATUTE

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FORMACIÓN CÍVICA Y ÉTICA

Profesor: Lucio Fregoso Tamayo

LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

ENSAYO

ELABORADO POR:

Rosalba Vera Tiznado

SEXTO SEMESTRE DE LA LICENCIATURA EN EDUCACIÓN PRIMARIA

San Antonio Matute, Municipio de Ameca, Jalisco a  05 de mayo de 2015.

LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

La inteligencia emocional es un tema que ha interesado por razones profesionales y de desarrollo personal. La práctica educativa a veces puede llevar a preguntarse: ¿por qué el alumno más “inteligente” de la clase, muy probablemente no tiene luego el mismo éxito en su trabajo o en la vida en sociedad?, o al contrario, ¿Por qué algunas personas, no precisamente las más destacadas por su “inteligencia”, parecen prosperar en la vida profesional y social? En el presente documento se da a conocer la relevancia que tiene un desarrollo eficaz de la inteligencia emocional en el individuo, mencionando el impacto de emociones y valores tales como la empatía y el altruismo, la sinceridad y honestidad e, incluso, emociones negativas como vergüenza y culpa.

En los últimos siglos la sociedad siempre ha valorado un ideal: la persona inteligente. El desarrollo cognitivo o el cociente intelectual (CI) ha sido desde siempre uno de los principales objetivos que pretende alcanzar la educación en las escuelas.  Tal progreso o perfeccionamiento del CI de los niños que se busca, desafortunadamente ha dejado revelar en la actualidad que no es del todo imprescindible para el individuo.

Por un lado, porque hasta las personas más deslumbrantes, con un elevado CI, pueden ser unos pésimos conductores en su vida personal o profesional. Aquellos padres, profesores o cualquier adulto significativo para el estudiante, que hacen creer a sus hijos o alumnos que son más inteligentes que la media, en este caso el joven se llega a creer su superioridad y deja de esforzarse, piensa que lo conseguirá de todas formas. Y por otro lado, porque no nos damos cuenta que el niño clasificado como torpe, puede perder la motivación necesaria para realizar el esfuerzo que le exigen los estudios. Le basta con una pequeña auto-justificación para poner en práctica lo que le transmitimos: “Es igual, de todos modos no lo conseguiré porque dicen que soy tonto, torpe y voy siempre retrasado”. Entonces, es un grave error, en ambos casos, creer que el CI es el único que garantiza o no el éxito.

Al considerar lo anterior es importante preguntarse: ¿qué haría falta entonces para garantizar el éxito en nuestros niños, ya sea hijos o alumnos? Habría que pensar, además, en la Inteligencia Emocional (IE), que a diferencia del CI, se rige por cualidades emocionales del individuo (tanto naturales o innatas como las que requieren desarrollarse), tales como la persistencia o perseverancia, entusiasmo, auto-motivación, empatía, generosidad, responsabilidad, altruismo, sinceridad y honestidad, entre otras, y que favorecen un desarrollo moral que facilita la vida en sociedad de la persona. Cabe mencionar que, reforzando y/o inculcándolas, será fácil a la vez que el CI de los niños sea también mejorado, pues de esa manera encontrarán sentido y motivación de lo que hacen más allá de sus aires de superioridad o de fracaso antes mencionados. Dichas cualidades fomentan en el individuo un desarrollo moral que le ayudarán, tanto personal como socialmente en su vida y, por ende, de manera natural perfeccionarán su IE.

La moral social es aquella que se desarrolla a partir de la conciencia que nos permite pensar en los demás y no sólo en uno mismo. Así, “un desarrollo moral satisfactorio significa tener emociones y conductas que reflejan preocupación por los demás” (Shapiro, Lawrence E., 1997, pp. 32) y para que las personas se conviertan en personas socio-morales, deben adquirir capacidades emocionales y sociales como: hábitos que demuestren la distinción entre conductas buenas y malas, interés, consideración y responsabilidad por el bienestar de los demás, e incluso experimentar emociones negativas (vergüenza, culpa, indignación, temor, etc.) ante la violación de normas morales.

Dichas capacidades morales surgen y se perfeccionan a partir de un desarrollo satisfactorio de valores como la empatía, el altruismo, la solidaridad, respeto y responsabilidad. Sin embargo, la empatía y el altruismo son al parecer  los valores que más favorecen la moral social ya que impactan en el individuo de manera tanto innata como predispuesta a perfeccionarse. Parafraseando ejemplos del desarrollo de la empatía en las personas, se puede resumir, que desde los primeros años de vida, naturalmente se reacciona ante el malestar, principalmente de nuestros iguales, haciéndolo propio y/o tratando de consolarlo. Como cuando un bebé llora y otro también llora o lo acaricia para aliviar o consolar su dolor.

A medida que las capacidades perceptivas y cognitivas maduran, a partir de los seis años de vida, se aprende cada vez más a identificar los signos de malestar del otro y, de esta manera, se adquiere la capacidad de ponerse en los zapatos del otro (ver las cosas desde su perspectiva), para actuar en consecuencia y ayudarle por convicción propia y sin esperar algo a cambio. Considero que los niños lo hacen también para sentirse útiles y serviciales además de, obviamente, empáticos. Finalmente, una vez que la empatía o el altruismo son afianzados o abstractos en nuestro ser, como valores que nos hacen ser mejores seres humanos (ayudando a aquél que se encuentra en circunstancias de desventaja en comparación a uno mismo), al final de la niñez queda establecida una moral social pertinente y podemos desenvolvernos de manera más eficaz y satisfactoria en sociedad, pues nuestros comportamientos y emociones impactarán tanto personal como profesional y socialmente.

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