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LA MUJER EN LA ACTUALIDAD

MAOCABALLERO120 de Agosto de 2013

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EL PAPEL SOCIAL DE LA MUJER EN LOS ÚLTIMOS 25 AÑOS

OSCAR CABALLERO

Universidad Autónoma de Barcelona

Cualquier balance que nos propongamos hacer sobre la evolución del papel social de la mujer en los últimos años -sean éstos veinticinco, cincuenta o cien- tiene que empezar reconociendo que el cambio ha sido espectacular, un cambio mayor cuanto más largo sea el período de tiempo que se analice, hasta el punto de que se ha dicho que la revolución de la mujer ha constituido uno de los fenómenos más importantes del siglo XX. Lo que ha ocurrido en nuestro país en los últimos veinticinco años, que además han coincidido con el tránsito a la democracia, no hace más que corroborar dicho proceso de cambio, agudizado por la circunstancia de que el retraso que padecíamos era mayor que el de los países de nuestro entorno.

El progreso ha sido considerable, pero también insuficiente. Se ha producido un cambio legislativo y político, que ha llevado al reconocimiento real de todos los derechos que se le hurtaban al género femenino, pese a haber sido reiteradamente proclamados, por lo menos desde el siglo XVIII, como derechos universales. En las sociedades democráticas, las mujeres ahora ven reconocidos el derecho a participar en la vida política, con el sufragio universal, el derecho a disfrutar de las libertades individuales, así como todos los derechos vinculados al estado social: educación, protección de la salud, trabajo, seguridad social. Incluso se han empezado a dar pasos eficaces, aunque lentos, a favor de eso que ha venido en llamarse “democracia paritaria”, es decir, una representación democrática que refleje realmente la distribución sexual socialmente existente.

Además del cambio político-legislativo, y seguramente como consecuencia del mismo, podemos decir que hay, en estos momentos –sigo hablando de las sociedades democráticas-, una mayor visibilidad de la mujer, en más de un sentido. Vemos más mujeres en la universidad, en el ejercicio de las distintas actividades profesionales –hay más juezas, más médicos, más periodistas, más arquitectas-, incluso en el desempeño de cargos públicos. Asimismo, ha ido desapareciendo el discurso misógino ancestral del que hicieron gala las mentes más brillantes e ilustradas de todos los tiempos, incluidos los más próximos a nosotros. Ningún filósofo mínimamente inteligente aplaudiría hoy el dicho de Aristóteles de que la mujer es un “macho mutilado”, ni escribiría, como hizo Kant, que la mujer no debe estudiar ni historia ni geografía ni geometría porque nada de esto puede servirle (“A una mujer que tenga la cabeza llena de griego o que mantenga profundas discusiones sobre mecánica, como la marquesa de Chatelet, sólo le falta tener barba”, es lo que Kant escribió). Tampoco veo a mis colegas filósofos recrearse con citas como la de Nietzsche: “¡Qué delicia encontrar criaturas que tienen la cabeza llena siempre de danza, caprichos y trapos! Son el encanto de todas las almas varoniles demasiado tensas y profundas cuya vida va cargada de responsabilidades”. Ni siquiera puedo imaginármelos suscribiendo públicamente las palabras de Ortega de que “la excelencia varonil radica en un hacer, la de la mujer, en un ser y en un estar, o con otras palabras: el hombre vale por lo que hace, la mujer por lo que es”. La misoginia explícita y declarada hace tiempo que es políticamente incorrecta y, salvo raras excepciones, ha desaparecido del mundo académico y supuestamente culto. A que así fuera se han dedicado los distintos colectivos dedicados a los “estudios de la mujer”, los cuales no sólo se han propuesto desbaratar el discurso patriarcal y androcéntrico secular, sino que han rescatado del olvido a una serie de mujeres que destacaron en todos los campos del saber.

Nada de lo dicho ni de los logros alcanzados, sin embargo, permiten sucumbir a triunfalismos autocomplacientes. La tarea no está cumplida, hay discriminaciones aún muy a la vista, amenazas constantes de retroceso, una indiferencia juvenil y falta de reconocimiento de lo logrado. En especial, quisiera señalar cuatro cuestiones que son pruebas claras de lo que queda por hacer. Son los siguientes:

a) La violencia de género

b) La desigualdad laboral (la mujer trabajadora cobra un 30% menos que el hombre, en igualdad de condiciones)

c) La doble carga de trabajo que sufre la mujer.

d) La realidad de una democracia no paritaria

Contradicciones de la emancipación femenina

La existencia de escollos del tamaño y gravedad de los mencionados (el primero, en especial) pone de manifiesto que la emancipación de la mujer está lejos de ser una realidad. Da la impresión de que nos movemos todavía en dinámicas excesivamente formales, que no han conseguido cambiar de veras la condición de las mujeres ni la de los hombres, pues la transformación debe darse a dos bandas para que sea real y efectiva. Tiene que darse una transformación mucho más profunda, capaz de enfrentarse a lo que llamo “contradicciones de la emancipación femenina”, esto es, un conjunto de fenómenos o realidades que no ayudan en absoluto a que el movimiento emancipador prospere, y que, a mi juicio, no han sido suficientemente abordados por las investigaciones feministas más sobresalientes.

a) La primera realidad sorprendente, por la contradicción implícita en ella, es el creciente apego a la familia, a pesar de las sucesivas crisis que la institución familiar padece. Como se ha indicado en más de una ocasión, la familia seguirá siendo necesaria en la medida en que sea capaz de constituir un reducto de seguridad y afecto en el cual las personas, y en especial los niños y jóvenes, se sienten a salvo de las agresiones características de la sociedad capitalista, y en especial, de un mundo laboral competitivo y poco amable. Dicho reducto de seguridad no es, como sabemos, un lecho de rosas, la convivencia familiar no es fácil ni la vida en pareja está exenta de frustraciones y desengaños, más dolorosos y sentidos que los externos, precisamente porque son más íntimos. Todas estas dificultades han llevado a ensayar nuevos modelos de familia –monoparental, parejas de hecho- los cuales, lejos de superar los problemas de la familia nuclear, han tropezado con problemas nuevos y no menos difíciles de conjurar que los anteriores.

A título de ejemplo de lo que estoy diciendo, un estudio muy reciente constata que, en Cataluña, nacen al año 700 niños sin que consten los datos del padre. Las autoras del estudio indican bien que el fenómeno es un claro indicio del derecho de la mujer a elegir su vida. Pero no dejan de añadir que, si la opción es en sí misma revolucionaria y libre, ser madre soltera es, por otra parte, terriblemente duro de sobrellevar. La alternativa no es, pues, satisfactoria. (Pilar Escario, Inés Alberdi y Natalia Matas, “Las mujeres jóvenes en España”).

Hay quien ha propuesto asimismo que transformemos más radicalmente la idea de familia, la cual no tiene por qué estar vinculada al matrimonio y verse sometida a los sucesivos vaivenes propios de las crisis matrimoniales (M. Jesús Buxó, en Dolors Renau, coord., Globalización y mujer, Editorial Pablo Iglesias, 2003). Ahora bien, ¿no es esa separación de familia y matrimonio la que persiguen las parejas de hecho? ¿Podemos reconocer sin más que ésta es la solución feliz que deslinda la familia del matrimonio? ¿Es que las parejas de hecho no sufren las mismas crisis y diferencias que los matrimonios más convencionales?

Lo importante, creo, es reconocer la evidencia de que el apego a la familia no decrece. Una evidencia poco reconocida por los sectores más progresistas y que, en consecuencia, encaja mal en las teorías de la misma procedencia. No obstante, las encuestas nos dan reiteradamente el dato de que la familia es el valor más apreciado por los jóvenes de nuestro tiempo. Un dato que, por lo menos en España, tiene una confirmación fehaciente en la reticencia creciente de los jóvenes a abandonar ese reducto de seguridad que les brindan cada vez más a conciencia los padres. (No se me oculta que en España se dan asimismo otras circunstancias que contribuyen a abonar la tradición de los jóvenes de posponer la salida de casa mientras el futuro no esté muy claro. Pero también hay que decir que este dato se ve agravado por un hedonismo y tendencia a posponer el compromiso que afecta a una juventud acostumbrada a vivir sin demasiado esfuerzo).

No sé si de la evidencia del valor de la familia es legítimo deducir que la familia debe ser mantenida, ya que, sea cual sea la forma que queramos darle, siempre acabará siendo más o menos lo que era y tendrá que enfrentarse a problemas similares. Razón por la cual, quizá lo que debería preocuparnos no es tanto la crisis o el apego a la familia ni la forma más adecuada de reconvertir dicha institución, sino algo que debe de estar en la base del problema. La familia es el espacio en que se aprenden las bases primarias de la convivencia, una convivencia por otra parte imprescindible a todos los niveles sociales. Las sucesivas crisis de la familia, ¿no serán más bien crisis de convivencia o, mejor dicho, de compromiso para la convivencia?

b) Una segunda fuente de contradicciones implícitas en la lucha de la mujer por su emancipación la constituye el hecho de que las que podemos llamar más propiamente “mujeres liberadas”, esa élite de privilegiadas que gozan de autonomía profesional y económica, no han tenido más remedio que adoptar el modelo masculino de

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