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La Vida Emocional

elyoyed19 de Junio de 2013

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LA VIDA EMOCIONAL

Uno de los puntos neurálgicos de todo enfermo alcohólico

es su descontrol emocional. En la vida emocional está el

epicentro de su mal, porque, incluso, si no existiera esa

incapacidad para dominar la obsesión mental por la

bebida, el problema orgánico de susceptibilidad hacia la

primera copa quedaría manifestado.

De ahí porque el programa de A. A. a través de su plan

de recuperación, carga insistentemente con instrumentos

terapéuticos para que nosotros, conforme consideremos

conveniente, los utilicemos y poco a poco conozcamos lo

que es estar libre de influencias poderosamente

negativas que, como una bomba nuclear, llevamos

dentro de nosotros mismos y que con el menor descuido,

amenaza hacernos estallar.

En el carácter del hombre existen tres componentes: la

inteligencia, la vida afectiva y la voluntad.

Para que haya éxito el carácter de la persona conserva la

armonía entre dichos factores. De los tres componentes

el factor preponderante es la vida afectiva, es decir, las

emociones. Para ilustrar lo expresado, nos detendremos

en un ejemplo:

Un individuo “x” está poseído por la ira. En ese momento

puede tomar medidas absurdas, incluso hasta matar a su

mejor amigo. Más tarde, puede recapacitar, pero el daño

ya está hecho. En este caso la inteligencia no pudo

actuar porque fue ofuscada por la emoción, y la voluntad

fue servidora incondicional del estado emotivo. Así como

este caso, suceden muchos en la vida, pueden ser menos

La vida

emocional

Padre Pfau

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graves y tener rectificaciones, pero no por eso dejan de

ser problemas.

Los tres componentes fundamentales de la vida afectiva

son: el miedo, la ira y el amor, y los tres son poderosos,

tan es así que un conocido psiquiatra español los llama

“gigantes del alma”.

El primer gigante que asoma a la penumbra del alma es

el miedo. Y el primer miedo lo sentimos al nacer, al

enfrentarnos a un mundo desconocido. El recién nacido

reacciona con el llanto, al sentirse desposeído de la

seguridad del vientre materno y tener que enfrentarse a

algo nuevo. Nadie puede decir que no ha sentido miedo

alguna vez.

Cuando el gigante negro se apodera de nuestra

personalidad, nos tornamos tímidos, cobardes,

escrupulosos, escépticos, aburridos, vanidosos, hipócritas

o mentirosos. Estos son los defectos de carácter

producidos por el dominio de nuestro gigante negro.

El miedo que llevamos dentro nos empuja a no tener el

suficiente valor para afrontar los problemas de la vida. El

miedo se alía al instinto de conservación y nos hace

inseguros hasta de nuestra propia vida. Tomemos por

ejemplo al vanidoso. En el fondo sabe que no vale nada o

vale muy poco y ante los demás se siente inseguro.

Necesita aparentar que vale más y trata de convencerse

de que es así, y hace ostentación de virtudes de las

cuales carece.

Se da gran importancia vistiendo bien, hace obsequios,

se hace propaganda por medio de sus amigos y agota

cuanto recurso tiene a su alcance, para encubrir el miedo

de saber que su capacidad es falsa, simple oropel sus

méritos imaginarios, y su riqueza simple ambición.

Tenemos también el caso del altanero, que taconea,

golpea la mesa, grita, insulta para demostrar que no

tiene miedo cuando en realidad lo hace para encubrirlo.

El miedo, debido a los innumerables fracasos que sufre el

enfermo alcohólico, se apodera de su alma y llega tan

hondo que puede convertirse en fobia (miedo patológico).

Y es así como tropieza con muchos obstáculos, incluso

imaginarios, que no lo dejan desenvolverse y que restan

energías a sus propósitos de luchar por la vida. Se carga

de los defectos de carácter inherentes al miedo y se

torna en un esclavo de esta emoción central.

Desde lo más profundo de nuestra biología, nace el

gigante rojo, es decir, la ira. La ira gusta de aliarse con

otros gigantes. Cuando lo hace con el amor produce los

celos. Cuando lo hace con el deber de lo que creemos

correcto según nuestro “ego” nos da la intolerancia. Si lo

hace con el miedo nos da el pánico y los peores

resultados, incluso la muerte.

La ira es un estado mental que se caracteriza por la

agresividad en cualquier forma, ya sea física (golpeando,

matando), verbal (insultando), moral (despreciando,

rebajando al prójimo, etc.). De todas maneras, si

queremos causar daño a otro, estamos siendo manejados

por el gigante rojo.

El estado de ira produce un emponzoñamiento en nuestra

alma que no nos permite vivir tranquilos y mucho menos

disfrutar de salud mental. La persona que odia se

destruye a sí misma porque no puede destruir a los

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demás. El odio es un veneno que va aniquilando el alma

de quien lo posee. El odio es la ira en conserva, algo que

no se pudo descargar a golpes y que se lleva

alimentando constantemente: la venganza.

Desde luego, esa venganza a veces nunca llega a

consumarse y el daño mental esta hecho en la persona

vengativa. Y como sustitución al hecho no consumado

aparece ahora dueño de los siguientes de defectos de

carácter: sed de justicia (se torna líder deshacedor de

entuertos), se hace criticón, usa frases irónicas y

murmura, su humorismo es burlón y se posesiona de él

la soberbia.

El soberbio es aquel individuo que se ha visto privado de

muchas gratificaciones. Se siente frustrado y por ello

trata de demostrar a los demás, con actitudes hostiles,

su “gran importancia”. Probablemente nunca triunfó en lo

que él quiso, fue despreciado en el amor y ahora es

desdeñoso, fue relegado a cargos de otra categoría a los

que aspiraba tener, la sociedad a la cual pertenece no le

ha dado la importancia que él cree poseer, etc., estas

chispas avivan la llama del gigante rojo y desencadenan

la conducta soberbia de proceder.

El individuo irónico es cobarde, porque no se atreve a

atacar físicamente a su adversario. Y mediante un

entrenamiento especial, ataca en forma de humorismo.

Trata de poner en ridículo al adversario, usa la

amabilidad y otros recursos sociales, hiere con

refinamiento, humilla a sus adversarios con su intelecto o

poderío social, y si es descubierto en sus aviesos

propósitos, se disculpa para cubrir el miedo que lleva

aliado a su ira, y para preparar otro golpe con un arma

más fina e insospechada. No utiliza el golpe contundente

que mata de una vez, sino el veneno disfrazado de un

verso, una sátira o una sonrisa, pero siempre causa

daño, porque llega al alma.

El odio va muy lejos en lo que a destrucción personal se

refiere, es tan grave que en él se origina el

resentimiento. Todo enfermo alcohólico ha sido empujado

muchas veces a la bebida por culpa del gigante rojo. La

ira se posesionó de nosotros y creímos dominar ese

molesto estado afectivo con una copa, y esa copa

desencadenó una borrachera.

El odio y sus diferentes formas de reaccionar mantienen

en el alcohólico el bacilo indispensable para contaminar la

tranquilidad espiritual y cuando este llega al borde de la

saturación, la situación se torna insostenible y aparece

como única salida, la primera copa..

A la par de estos gigantes, en lo más profundo de

nuestra alma, hay otro hermano, tan poderoso como los

primeros: el amor. Bajo su aspecto romántico y suave se

esconde el más inmenso poderío. Su decisión es

definitiva, pues si se alía al miedo y a la ira con sus

propósitos destructivos, el infeliz individuo es dominado

por las más bajas pasiones. Pero si este rosado y

lánguido gigante opina lo contrario, es capaz de derrotar

a sus dos hermanos y convertirlos en sus vasallos.

En cuanto al amor se refiere, en el hombre y la mujer

pueden darse tres etapas:

1. Amor físico

2. Amor psíquico

3. Amor espiritual

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Según el grado de evolución que tenga el individuo,

puede estacionarse en cualquiera de estas etapas.

El amor físico viene aparejado con la urgencia biológica

de satisfacer el instinto sexual. Nadie escapa a su propia

biología y todos, al llegar a determinada edad, tenemos

que cumplir esa necesidad física que Dios a puesto en la

creación para que la especie no desaparezca.

Los animales tienen su época de celo y una vez que

llenan su objetivo reproductor, quedan en receso un

tiempo prudencial que lo marca el propio instinto. Pero el

hombre, único animal de la creación dotado de una

inteligencia superior, abusa de ese poder reproductor al

usarlo como fuente de placer constante. Usa la razón

para refinar ese placer y revolcarse en el fango de la

pasión amorosa. En estas condiciones el acto sexual

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