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La sexualidad infantil, sus condiciones y consecuencias


Enviado por   •  14 de Septiembre de 2020  •  Informes  •  7.961 Palabras (32 Páginas)  •  142 Visitas

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Modos y tiempos de la constitución subjetiva: la preponderancia de la imagen, la preexistencia del lenguaje, el ser sexuado. El mito de Edipo y el lugar central del deseo en la subjetividad. Este nudo conceptual corresponde a la segunda unidad del Programa 2020; el artículo que sigue contiene un desarrollo específico en él incluido.

La sexualidad infantil, sus condiciones y consecuencias

Prof. Rodrigo Di Cosco

                                                                                                     “Los Tres ensayos de teoría sexual no pueden                                                                      contener más que lo que el psicoanálisis                                                                 necesita suponer o permite comprobar.”
                                                                     S. Freud


        Recordemos algunas notas de lo que Sigmund Freud, en el capitulo
Psicología de los procesos oníricos, de La Interpretación de los Sueños (1900), llamó el “aparato psíquico”. Vimos como se desplegaba una tópica organizada en sistemas/instancias psíquicas dotadas de una espacialidad y una temporalidad, a las cuales Freud rehúsa sin embargo dar una ubicación anatómica. No se trata entonces de ubicar los procesos psíquicos en tal hemisferio cerebral o en tal otro, sino de aprehender las leyes de funcionamiento de cada una de las tres instancias. Consciente, Pre-conciente e Inconsciente, son sistemas diferentes y que no armonizan en su funcionamiento; de los tres, el Inconsciente es el más importante, dice Freud “es lo psíquico verdaderamente real” (Freud, S., 1900, p. 600). El Inconsciente freudiano es la instancia que no puede hacer otra cosa que desear y el deseo, es definido como moción psíquica que busca investir las huellas mnémicas dejadas por la primera vivencia de satisfacción a los fines de volver a producir, de manera alucinatoria, una identidad perceptiva con ella. Es así como el deseo inconsciente se erigirá en la piedra angular para comprender los procesos de funcionamiento del aparato psíquico (tanto el proceso primario como el secundario, las dos vías divergentes que existen para su realización). Este movimiento de separación respecto de la anatomía, da al Psicoanálisis su independencia teórica respecto de la investigación biológica, constituyendo por lo mismo un paso fundamental en la argumentación freudiana.

        Sólo cinco años después de “La Interpretación de los Sueños”, Freud da a conocer sus
Tres ensayos de teoría sexual (1905). Esta obra conforma un segundo paso fundamental del aún joven discurso psicoanalítico. Aquí el interés freudiano se concentrará en la fundamentación de sus concepciones sobre la sexualidad humana, la cual desde la década anterior Freud liga a la causación misma de los trastornos psiconeuróticos. Necesariamente, este abordaje de la sexualidad, implicará para Freud la obligación teórica de dar cuenta de la dimensión de lo corporal, dimensión que había apartado en su obra anterior. Sin embargo, el cuerpo del que se ocupará Freud habrá de diferenciarse radicalmente del que atañe a campos de investigación como la fisiología, la anatomía y las distintas ramas del discurso médico, entre otros. Freud toma en cuenta la incidencia en la vida psíquica de un cuerpo marcado por la sexualidad que poco tiene que ver con las grandes funciones orgánicas, más bien, veremos, se apuntala en ellas para desplegar luego sus propias condiciones. Para dar cuenta de estas condiciones que imprime un cuerpo sexuado, Freud forja el concepto de pulsión {trieb}. La diferenciación entre este concepto y el de deseo resulta en muchos pasajes problemática, sin embargo no nos apresuraremos a develar sus misterios. Baste por el momento la referencia de la pulsión al cuerpo, y del deseo a las huellas mnémicas que remiten a la reproducción de la experiencia de satisfacción. Un esbozo de la diferencia entre pulsión y deseo lo encontramos en la respectiva clase teórica del profesor Antonio Gentile: el deseo, en tanto que inconsciente, refiere a la cuestión central, para nosotros, del sujeto: las trazas del inconsciente soportan la función de sujeto deseante que articula su enunciación a través de las huellas mnémicas y las fantasías; en cambio, el campo de la pulsión torna imposible la función sujeto, o, como lo señala Jacques Lacan con una figura muy elocuente, en relación a la pulsión podríamos suponer un “sujeto acéfalo” (sin cabeza); el campo pulsional es un circuito que involucra lo corporal y sus satisfacciones a partir de un empuje y perentoriedad repetitivos que hacen inubicable al sujeto.

La provocación freudiana: un rodeo por las aberraciones sexuales

        Si ahora nos introducimos en la estructura de los “Tres Ensayos...”, podemos empezar preguntándonos por qué un texto que versa sobre las características de la sexualidad infantil y las transformaciones que implica el paso hacia la pubertad, comienza ocupándose de un tema como el de las aberraciones sexuales. Pregunta que nos introducirá en el profundo gesto subversivo de esta obra, en la que Freud desafía un principio común que aúna discursos heterogéneos como la medicina, la religión y la moral: el ideal de una sexualidad centrada en la heteronorma del acto sexual genital y la meta de la reproducción. Tanto en los “Tres ensayos...”, como en las Conferencias de Introducción al psicoanálisis (1916-1917)[1], pronunciadas una década después, Freud elige para introducir el tema de la sexualidad humana,  la vía escandalosa de sus desviaciones, es decir, las aberraciones sexuales y las perversiones. Parte entonces de aquellos “individuos cuya <<vida sexual>> se aparta, de la manera más llamativa, de la que es habitual en el promedio” (Freud, 1916-1917, p. 278). Este grupo, minuciosamente catalogado en sus variaciones patológicas por la psiquiatría de la época, cobrará, a partir de Freud, una nueva luz. Freud menciona dos grandes grupos de perversos: aquellos cuyas satisfacciones sexuales comprenden una mudanza del objeto sexual, es decir, los que renuncian a la unión de los dos genitales, masculino y femenino. Entre ellos se encontrarían los homosexuales, e incluso los fetichistas que reemplazan el genital del partenaire por un objeto cualquiera. En el otro grupo, se hayan los perversos cuya satisfacción esta sometida a una alteración de la meta sexual. Es decir, no es el coito propiamente dicho el fin buscado, sino una de las actividades que usualmente podríamos llamar “preliminares o preparatorias”. Se trata por ejemplo, de quienes se detienen y gozan exclusivamente del mirar {voyeurs} o del ser mirados {exhibicionistas}. Un lugar particular dentro de este grupo ocupan los sádicos “cuya aspiración tierna no conoce otra meta que infligir dolores y martirizar a su objeto” (Freud, 1916-1917, p. 279), y su contraparte, los masoquistas, que encuentran placer en la humillación y el martirio de su persona.

        Tanto los
perversos que renunciaron al encuentro con el otro sexo {aflojamiento con el objeto}, como los que toman lo preliminar como fin {aberración de la meta} constituyen un verdadero desafío a los ideales de la moral. ¿Cómo explicar este capitulo de la vida sexual que todos los discursos preferirían borrar o relegar a meras e insustanciales desviaciones respecto de la norma? Para Freud no podría entenderse en su plenitud la sexualidad llamada normal, sin echar luz sobre el mecanismo de estas desviaciones. Responderá entonces a este problema de una manera inédita, para mostrar que esos actos cuya satisfacción exigen los perversos, se encuentran presentes universalmente como fantasías en la totalidad de los llamados neuróticos, y que incluso, los síntomas de estos últimos no son en verdad sino satisfacciones sustitutivas de dichas fantasías y mociones sexuales perversas reprimidas. Esto último constituye para Freud una de las grandes novedades que deben atribuirse al saber analítico. La neurosis sería entonces el negativo de la perversión, debido a la acción de la represión. Estas fantasías de los neuróticos corresponden al campo de lo inconsciente que sólo puede ser colegido en sus manifestaciones a través de la interpretación, como ya aprendimos a razón de los sueños y los olvidos con recordar sustitutivo.

        La perversión obliga a pensar un cuerpo sexuado más allá de los genitales y la relación a un objeto predeterminado o natural, en tanto diversas partes del cuerpo puede ser revestida de un valor erógeno. Sin ir más lejos, piensese
 en la importancia del valor erótico que revisten los labios, la mirada, el tacto, etc. Un cuerpo atravesado y cartografiado por la sexualidad que la labor clínica de Freud reconstruye piedra por piedra a partir de la interpretación de las fantasías, sueños, lapsus y síntomas de sus pacientes neuróticos. Trazos que muestran la multiplicidad de los goces posibles en la vida sexual del ser humano. Recordemos en este punto la cita que utilizamos de epígrafe, perteneciente al prólogo a la tercera edición: “Los Tres ensayos de teoría sexual no pueden contener más que lo que el psicoanálisis necesita suponer o permite comprobar”. La referencia a lo que “permite comprobar”, no es sino un recordatorio de que el psicoanálisis debe responder a la clínica, práctica en relación a la cual todo saber debe contrastarse. Ahora bien, esto no hace del psicoanálisis un mero empirismo, la teoría tiene un valor fundamental en la construcción de los problemas que orientan a través de las oscuridades y obstáculos de la práctica. Lo que el psicoanálisis “necesita suponer”, indica el campo de las ficciones teóricas que su discurso construye para dar cuenta de una experiencia que se escapa en que cada recodo.

La pulsión, mitología freudiana y concepto de su metapsicología

        Entre esas suposiciones fundamentales se cuenta el concepto de Pulsión {triebe}, ficción freudiana, que permite vislumbrar algo de lo que se encuentra en juego en ese estallido de la sexualidad que el psicoanálisis nos propone. "La doctrina de las pulsiones es nuestra mitología, por así decir. Las pulsiones son seres míticos, grandiosos en su indeterminación." (Freud, 1932-1936, p. 88). En el primero de los “Tres ensayos...”, Freud ensaya una definición, ubicando a la pulsión como un “concepto del deslinde de lo anímico respecto de los corporal”, “la agencia representante psíquica de una fuente de estímulos intrasomática en continuo fluir” en tanto constituye “una medida de exigencia de trabajo para la vida anímica” (Freud, 1905, p. 153). La pulsión se diferencia del estimulo, que se encuentra producido por excitaciones provenientes del mundo exterior, mientras la pulsión constituye un empuje constante que proviene de lo endógeno, relacionado a una fuente somática y una meta. En 1915 Freud abordará el tema de la pulsión en su escrito “Pulsiones y destinos de pulsión”, situando sus cuatro componentes fundamentales: empuje, fuente, meta y además, su relación particular con el objeto. Desde el principio Freud hará hincapié en la diferenciación de la pulsión en tanto sexual respecto del instinto y las necesidades orgánicas que endilga al campo de la autoconservación.

        La pulsión se diferencia así del instinto, en tanto no se confunde con la tendencia momentánea de la necesidad que apunta a un objeto programado biológicamente en busca de una descarga. Las pulsiones son siempre parciales como las define Freud, parten desde una fuente somática -que llamaremos luego
zonas erógenas-, produciendo un empuje cuyo recorrido guarda una relación compleja con sus objetos y la cuestión de su satisfacción. Freud nos dice que los objetos en los que la pulsión puede satisfacerse resultan siempre lábiles, móviles, sustituibles. Esta multiplicidad no hace más que señalar el orden de una insatisfacción que se mantiene más allá de cada breve goce de los objetos. Si hay objetos, en plural, será porque no hay “Él” objeto de la pulsión, lo que la convierte en una tensión constante, que trabaja día y noche movilizando a lo psíquico en la búsqueda incansable de una satisfacción que en definitiva resulta siempre parcial. Aquí la cuestión empalma con lo que habíamos aprendido del trabajo psíquico a partir de la primera vivencia de satisfacción y concuerda a su vez con la multiplicidad de las aberraciones sexuales, presentes asimismo en las fantasmagorías neuróticas. La pulsión constituye la ficción teórica fundamental que Freud debe suponer para volver pensable el complejo artificio que sostiene al ser humano en su relación con el goce y la satisfacción sexual, por la trascendencia de estas cuestiones es que pulsión es también uno de los conceptos de la metapsicología freudiana. La pulsión recorre el cuerpo, exige día y noche, sin sujeto que la piense o la dirija, y donde cada objeto, marcado por la indeterminación o la indiferencia, devuelve solamente la sombra de una satisfacción imposible.

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