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Los caminos de la formación de síntoma

niqqih1 de Agosto de 2013

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S. Freud – OBRAS COMPLETAS – Tomo XVI

23º conferencia. Los caminos de la formación de síntoma

Señoras y señores: A juicio de los legos, los síntomas constituyen la esencia de la enfermedad; para ellos, la curación equivale a la supresión de los síntomas. Al médico le importa distinguir entre los síntomas y la enfermedad, y sostiene que la eliminación de aquellos no es todavía la curación de esta. Pero, tras eliminados, lo único aprehensible que resta de la enfermedad es la capacidad para formar nuevos síntomas. Situémonos provisionalmente, por eso, en el punto de vista del lego, y supongamos que desentrañar los síntomas equivale a comprender la enfermedad.

Los síntomas -nos ocupamos aquí, desde luego, de síntomas psíquicos (o psicógenos) y de enfermedades psíquicas- son actos perjudiciales o, al menos, inútiles para la vida en su conjunto; a menudo la persona se queja de que los realiza contra su voluntad, y conllevan displacer o sufrimiento para ella. Su principal perjuicio consiste en el gasto anímico que ellos mismos cuestan y, además, en el que se necesita para combatidos. Si la formación de síntomas es extensa, estos dos costos pueden traer como consecuencia un extraordinario empobrecimiento de la persona en cuanto a energía anímica disponible y, por tanto, su parálisis para todas las tareas importantes de la vida. Dado que en este resultado interesa sobre todo la cantidad de energía así requerida, con facilidad advierten ustedes que «estar enfermo» es en esencia un concepto práctico. Pero si se sitúan en un punto de vista teórico y prescinden de estas cantidades, podrán decir perfectamente que todos estamos enfermos, o sea, que todos somos neuróticos, puesto que las condiciones para la formación de síntomas pueden pesquisarse también en las personas normales.

Ya sabemos que los síntomas neuróticos son el resultado de un conflicto que se libra en torno de una nueva modalidad de la satisfacción pulsional [Pág. 318]. Las dos fuerzas que se han enemistado vuelven a coincidir en el síntoma; se reconcilian, por así decir, gracias al compromiso de la formación de síntoma. Por eso el síntoma es tan resistente; está sostenido desde ambos lados. Sabemos también que una de las dos partes envueltas en el conflicto es la libido insatis- fecha, rechazada por la realidad, que ahora tiene que buscar otros caminos para su satisfacción. Si a pesar de que la libido está dispuesta a aceptar otro objeto en lugar del denegado {frustrado} la realidad permanece inexorable, aquella se verá finalmente precisada a emprender el camino de la regresión y a aspirar a satisfacerse dentro de una de las organizaciones ya superadas o por medio de uno de los objetos que resignó antes. En el camino de la regresión, la libido es cautivada por la fijación que ella ha dejado tras sí en esos lugares de su desarrollo.

Ahora bien, el camino de la perversión se separa tajantemente del de la neurosis. Si estas regresiones no despiertan la contradicción del yo, tampoco sobrevendrá la neurosis, y la libido alcanzará alguna satisfacción real, aunque no una satisfacción normal. Pero el conflicto queda planteado si el yo, que no s6lo dispone de la conciencia, sino de los accesos a la inervación motriz y, por tanto, a la realización de las aspiraciones anímicas, no presta su acuerdo a estas regresiones. La libido es como atajada y tiene que intentar escapar a algún lado: adonde halle un drenaje para su investidura energética, según lo exige el principio de placer. Tiene que sustraerse del yo. Le permiten tal escapatoria las fijaciones dejadas en la vía de su desarrollo, que ahora ella recorre en sentido regresivo, y de las cuales el yo, en su momento, se había protegido por medio de represiones {suplantaciones}. Cuando en su reflujo la libido inviste estas posiciones reprimidas, se sustrae del yo y de sus leyes; pero al hacerlo renuncia también a toda la educación adquirida bajo la influencia de ese yo. Era dócil mientras la satisfacción le aguardaba; bajo la doble presión de la frustración {denegación} externa e interna, se vuelve rebelde y se acuerda de tiempos pasados

que fueron mejores. He ahí su carácter, en el fondo inmutable. Las representaciones sobre las cuales la libido trasfiere ahora su energía en calidad de investidura pertenecen al sistema del inconsciente y están sometidas a los procesos allí posibles, en particular la condensación y el desplazamiento {descentramiento}. De esta manera se establecen constelaciones semejantes en un todo a las de la formación del sueño. El sueño genuino, el que quedó listo en el inconciente y es el cumplimiento de una fantasía inconciente de deseo, entra en una transacción (*) con un fragmento de actividad (pre)conciente; esta, que ejerce la censura, permite, lograda la avenencia, la formación de un sueño manifiesto en calidad de compromiso. Del mismo modo, la subrogación (1) de la libido en el interior del inconciente tiene que contar con el poder del yo preconciente. La contradicción que se había levantado contra ella en el interior del yo la persigue {nachgehen} como «contrainvestidura» (2) y la fuerza a escoger una expresión que pueda convertirse al mismo tiempo en la suya propia. Así, el síntoma se engendra como un retoño del cumplimiento libidinoso inconciente, desfigurado de manera múltiple; es una ambigüedad escogida ingeniosamente, provista de dos significados que se contradicen por completo entre sí. Sin embargo, en este último punto ha de reconocerse una diferencia entre la formación del sueño y la del síntoma, pues en el caso del primero el propósito preconciente se agota en la preservación del dormir, en no dejar que penetre en la conciencia nada que pueda perturbarlo; de ningún modo consiste en oponerle un rotundo “¡No, al contrario!” a la moción de deseo inconciente. Puede mostrarse más tolerante porque la situación del que duerme está menos amenazada. Por sí solo, el estado del dormir bloquea la salida a la realidad.

Como ustedes ven, la escapatoria de la libido bajo las condiciones del conflicto es posibilitada por la preexistencia de fijaciones. La investidura regresiva de estas lleva a sortear la represión y a una descarga -o satisfacción- de la libido en la que deben respetarse las condiciones del compromiso. Por el rodeo a través del inconciente y de las antiguas fijaciones, la libido ha logrado por fin abrirse paso hasta una satisfacción real, aunque extraordinariamente restringida y apenas reconocible ya. Permítanme agregar dos observaciones acerca de este resultado final. Consideren, en primer lugar, cuán íntimamente aparecen ligados aquí la libido y el inconciente, por una parte, y el yo, la conciencia y la realidad, por la otra, si bien al comienzo en manera alguna se copertenecen; en segundo lugar, tengan presente esto: todo lo dicho aquí y lo que se diga en lo que sigue se refiere exclusivamente a la formación de síntoma en el caso de la neurosis histérica.

Ahora bien, ¿dónde halla la libido las fijaciones que le hacen falta para quebrantar las represiones? En las prácticas y vivencias de la sexualidad infantil, en los afanes parciales abandonados y en los objetos resignados de la niñez. Hacia ellos, por tanto, revierte la libido. La importancia de este período infantil es doble: por un lado, en él se manifestaron por primera vez las orientaciones pulsionales que el niño traía consigo en su disposición innata; y en segundo lugar, en virtud de influencias externas, de vivencias accidentales, se le despertaron y activaron por vez primera otras pulsiones. No cabe duda, creo, de que tenemos derecho a establecer esta bipartición. La exteriorización de las disposiciones innatas no ofrece asidero a ningún reparo crítico. Ahora bien, la experiencia analítica nos obliga sin más a suponer que unas vivencias puramente contingentes de la infancia son capaces de dejar como secuela fijaciones de la libido. No veo ninguna dificultad teórica en esto. Las disposiciones constitucionales son, con seguridad, la secuela que dejaron las vivencias de nuestros antepasados; también ellas se adquirieron una vez: sin tal adquisición no habría herencia alguna. ¿Y puede concebirse que ese proceso de adquisición que pasa a la herencia haya terminado justamente en la generación que nosotros consideramos? Suele restarse toda importancia a las vivencias infantiles por comparación a las de los antepasados y a las de la vida adulta; esto no es lícito; al contrario, es preciso valorarlas particularmente. El hecho de que sobrevengan en períodos en que el desarrollo no se ha completado confiere a sus

consecuencias una gravedad tanto mayor y las habilita para tener efectos traumáticos. Los trabajos de Roux (3) y otros sobre la mecánica evolutiva nos han mostrado que el pinchazo de una aguja en un germen en proceso de bipartición celular tiene como consecuencia una grave perturbación del desarrollo. Ese mismo ataque infligido a la larva o al animal ya crecido se soportaría sin que sobreviniera daño.

La fijación libidinal del adulto, que hemos introducido en la ecuación etiológica de las neurosis

como representante del factor constitucional [pág. 315], se nos descompone ahora, por tanto, en otros dos factores: la disposición heredada y la predisposición adquirida en la primera infancia. Sabemos que un esquema contará seguramente con la simpatía de los estudiantes. Resumamos entonces el juego de las relaciones en un esquema: (4) (*)

Causación de la neurosis = Predisposición

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