Predicción De La Conducta
anetteolvera11 de Noviembre de 2012
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LA PREDICCIÓN DE LA CONDUCTA A
TRAVÉS DE LOS CONSTRUCTOS QUE
INTEGRAN LA TEORÍA DE ACCIÓN
PLANEADA
Amparo Carpi Ballester y Alicia Breva Asensio
Universidad Jaume I (Spain)
Universidad de Sevilla (Spain)
La diversidad de factores que intervienen en el inicio, mantenimiento y finalización de una conducta
específica confiere a la misma un carácter de complejidad, siendo objeto de la psicología el estudio de los
distintos procesos que la integran. El comportamiento humano es directamente observable, no así los
procesos psicológicos que se desencadenan antes, mientras o después de la ejecución del mismo. No
obstante, el conocimiento de dichos factores es un tema fundamental en el ámbito de la psicología. En este
orden de cosas, la psicología trata de comprender, es decir, explicar el comportamiento, y predecirlo con
anterioridad a que éste se lleve a término. Se trata de anticiparnos a los hechos, conociendo con qué
probabilidad se va a desencadenar una conducta, y bajo qué condiciones, tanto individuales, como
ambientales. Esta predicción no es una tarea fácil debido a la diversidad de factores que están implicados en
la manifestación de un comportamiento. Desde el principio de la evolución filo y ontogénetica, la
anticipación a los acontecimientos, es decir, la predicción de los mismos, ha permitido la supervivencia de
los organismos. Por tanto, no resulta difícil aceptar la importancia que presenta para la disciplina psicológica
la predicción de la conducta antes de que ésta se lleve a cabo. No obstante, esta predicción es un trabajo
arduo, ya que hay que delimitar de forma clara qué factores intervienen dentro de un contexto
determinado.
De un modo muy general, podemos considerar que la conducta humana se puede predecir atendiendo a
factores psicológicos y sociales. Por lo que se refiere a los factores psicológicos, podemos diferenciar entre
características afectivas (ej. estados de ánimo y emociones) y cognitivas (ej. creencias y expectativas). Por lo
que se refiere a los factores sociales (ej. redes y normas sociales), éstos actuarán facilitando o inhibiendo la
manifestación de una conducta dada. Todos los factores comentados deben ser considerados a la hora de
predecir la aparición, el mantenimiento o la extinción de una conducta en un contexto determinado.
La mayoría de investigaciones que se han centrado en este campo, es decir, en el estudio de los distintos
factores que pueden predecir el comportamiento, ha dado una relevancia especial a los factores cognitivos,
y, especialmente, a las actitudes. Así, observamos como los otros factores implicados en la aparición,
mantenimiento o extinción de una conducta, factores sociales y afectivos, quedan relegados, en muchas
ocasiones, a un segundo lugar.
Cuando se hace referencia a la necesidad de conocer la actitud para poder predecir la conducta que la
persona podría o no realizar, hay que determinar si dicha conducta es general o específica. En este sentido,
resulta de poca utilidad predecir una conducta específica (dejar de fumar) a partir de una actitud general
(valorar positivamente la salud) y viceversa, de una conducta concreta (no abandonar el consumo de
tabaco) no se puede desmentir una actitud general (menospreciar la salud). En la probabilidad de ejecución
de un comportamiento concreto ha de tenerse en cuenta el tipo de conducta, el objeto hacia el cual se
dirige la misma, el lugar donde se lleva a cabo y el momento en el que transcurre la acción (Morales, Moya y
Rebolloso, 1994). Los distintos elementos que influyen en el inicio de una acción nos conducen a valorar las
distintas creencias que están en juego, y no atender tan sólo a una creencia general, ya que no se otorga el
mismo grado de aceptación o rechazo a cada uno de los componentes específicos que la conforman. Por
ejemplo, conocer la actitud favorable hacia la salud coronaria puede decirnos muy poco sobre las conductas
específicas que el individuo realizará para mantenerla. Así, no podemos conocer de antemano si, un
individuo, tras adoptar una actitud positiva hacia la salud coronaria, va a abandonar el hábito tabáquico,
practicar ejercicio físico, eliminar el consumo de grasas, etc. El conocimiento del mayor número de creencias
específicas sobre la conducta, conjuntamente con el efecto de la valoración de las mismas, va a permitir una
mejor predicción de la actitud y, por tanto, de la intención concreta de llevarla a término.
Pero la actitud no es la única variable que tiene que tomarse en consideración para explicar el
comportamiento. Según Fishbein y Ajzen (1975) en su Teoría de Acción Razonada (TAR) varios factores
anteceden y explican el comportamiento humano. Concretamente, esta teoría trata de explicar las
conductas que están bajo control consciente de los individuos a partir de distintos determinantes que la
preceden y la explican. Para estos autores el determinante inmediato de la conducta no es la actitud
propiamente dicha, sino la intención de realizarla. A su vez, la intención de conducta tiene dos precursores
que la explican; uno estrictamente individual, como es la actitud acerca de la conducta, y otro de carácter
colectivo y social, que hace referencia al contexto socio-cultural del individuo, acuñado como norma
subjetiva (Fishbein y Ajzen, 1975; Ajzen 1989; Morales, Rebolloso y Moya 1994) (ver figura 1). Tanto la
actitud como la norma subjetiva están determinadas por otros factores que las anteceden, y que nos ayudan
a comprender la conducta. Por lo que se refiere a la actitud, ésta viene determinada por cada una de las
creencias que la persona posee hacia el objeto (sea cosa, persona o institución) y la evaluación
positiva/negativa realizada hacia cada una de esas creencias. Esta evaluación es el componente afectivo de
la actitud, determinando la motivación y la fuerza de la intención de conducta. Se pueden poseer distintas
creencias pero éstas, por sí solas, no conducen a la acción. Una evaluación alta de las mismas por parte de
un individuo indica la importancia que tienen para él y el grado de compromiso con ellas.
Figura 1
Teoría de la Acción Planeada
Las creencias varían en función de su origen; distintos procesos pueden intervenir en la formación de las
mismas. Así, nos encontramos que las creencias pueden conformarse a partir de los siguientes procesos:
a) la experiencia directa con el objeto de actitud, a través de la cual se recoge información sobre las
características de dicho objeto. Las actitudes conformadas a partir de este proceso poseen mayor fuerza y
son más resistentes al cambio.
b) la experiencia indirecta con el objeto de actitud, a través de la cual se otorgan los mismos atributos a
dicho objeto por la similitud que guarda con otros objetos con los que hemos tenido una experiencia directa
previa. Las creencias configuradas a partir de este proceso se denominan creencias inferenciales.
c) La información que recogemos a partir de los otros, ya sean los medios de comunicación (mass-media),
o fuentes más o menos directas, como la familia, amigos, etc. Dicha información va a ser aceptada como
propia y real, siempre y cuando no se contradiga con las creencias conformadas a partir de la experiencia
directa o indirecta.
Por lo que se refiere a la norma subjetiva, ésta viene determinada, por un lado, por la percepción de las
creencias que tienen las otras personas significativas acerca de la conducta que el individuo debe realizar y,
por otro lado, por la motivación del individuo para satisfacer las expectativas que los otros significativos
tienen sobre él.
En este sentido, este proceso diferencial de formación de creencias contribuye a que cada una de ellas
posea un peso según cada individuo y objeto de actitud. Las actitudes más salientes, conjuntamente con la
evaluación de las mismas, permitirán predecir mejor la intención de conducta (Fishbein y Ajzen, 1975).
Además, el conocimiento sobre las creencias específicas de lo que los otros piensan de cada uno de los
comportamientos específicos (hábito de fumar, práctica de ejercicio físico, alimentación sana, etc.) va a
influir en la intención de llevar a cabo o no una conducta general (mantenimiento de salud), siempre en
función de la motivación para complacerles.
Ahora bien, en otro orden de cosas, no todas las conductas se encuentran bajo control consciente del
individuo. Para aquellas conductas que se caracterizan por un bajo control por parte de los individuos, la
TAR no es un buen marco a partir del cual predecirlas. Existen muchas situaciones en las que pueden surgir
imprevistos, o en las que se necesitan ciertas habilidades o recursos por parte de los individuos que, en
última instancia, podrían interferir en la intención de llevar a cabo una conducta (Ajzen, 1985; Ajzen y
Maden, 1986). Este sesgo llevó a incluir un tercer determinante de la intención de conducta, el control
percibido, recogido en la Teoría de la Acción Planeada (TAP) que fue desarrollada a partir de la TAR (Ver
figura 2).
Figura 2
Teoría
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