Cultura Y Espiritualidad
20301927 de Julio de 2014
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“Cultura y Espiritualidad”
El presente ensayo surgió de mi propia experiencia e inquietud personal acerca de cuál sería el encuentro del hombre con Dios a través de la cultura.
En el año 2009, pensé que el encuentro con Dios más genuino ocurría a partir del silencio y de cierto modo, desde el alejamiento del “mundo”. Siendo antropóloga comencé a tomar cierta distancia de todo aquello que me generara “ruido”, ciertamente como una consecuencia de experimentarme llamada al silencio, pero por otro lado, mal entendiendo ese silencio del corazón. Es decir, entonces pensaba que dejando de escuchar música, noticieros, así como dejando de atender a distintas manifestaciones del hombre en sociedad, como algunas convivencias, era posible el encuentro profundo con el Señor Jesús.
Ahora, he descubierto más o menos del 2011 a la fecha que, en medio del tumulto también se puede encontrar al Señor, porque Él se manifiesta a cualquier hora y lugar; somos muchas veces nosotr@s quienes vamos limitando la acción vivificante del Espíritu de Dios. Hace poco escribí en un informe de mi etapa formativa a la vida religiosa que, es en mi “capilla urbana”, cuando voy de un lado a otro, en donde tengo importantes encuentros con el Señor Jesús. Primero, porque Él se me hace encontradizo en cualquier parte, y segundo, porque lo hace a través de muchos rostros de mi realidad.
Un ejemplo sería el encuentro con Dios, a través de muchos invidentes que, con valor y audacia hacen frente a las luchas cotidianas como el entrar al tren ligero para desplazarse por la ciudad; tarea, por cierto, nada sencilla. Ellos, generalmente están animosos en medio de las dificultades que esta odisea les representa. Mantienen una esperanza activa y se convierten en ejemplos de vida para mí.
Un espacio vital para mí es la cocina, y allí experimento que “también entre pucheros anda el Señor”, así como lo experimentaba Santa Teresa de Jesús. Del mismo modo que a mí se me manifiesta Dios, a través de todas las culturas, en los distintos pueblos, ciudades, grupos humanos y personas, el Señor Jesús se va manifestando conforme a los referentes culturales propios de cada uno en sus circunstancias socioculturales.
En esta búsqueda, se me ha atravesado la experiencia de Santa Teresa de Jesús, y a penas muy de roce, la de San Juan de la Cruz, encontrando la necesidad de inculturar la espiritualidad conforme a todas las experiencias del hombre en sociedad. Esto último solamente lo mencionaré como “de pasada” puesto que daría para otro ensayo.
Al presente trabajo lo titulo: “Espiritualidad y Cultura”, dividiéndolo en tres partes. La primera corresponde a una presentación de algunos autores que han escrito al respecto del tema que vincula la cultura con la espiritualidad. En una segunda parte, hago una síntesis uniendo sus posturas y por último coloco una apreciación personal del tema a manera de conclusión; señalando que la espiritualidad que yo comprendo es aquella encarnada culturalmente, propia del hombre y muy acorde a nuestro tiempo postmoderno.
Autores
Labakka, mártir de Latinoamérica, al respecto de la espiritualidad de algunos de los grupos de amerindia señala que ésta, se encuentra absolutamente permeada en sus valores culturales : “He descubierto que ellos tienen una fe muy clara en el ser supremo, el creador de todas las cosas, el que los quiere y les da los alimentos. Es una vida de familia riquísima en relaciones humanas. Una cultura familiar igualitaria muy hermosa, de unas cualidades que el mundo ha perdido y que tenemos que volver a recuperarlos y a verlos en este pueblo Huaraníe”.
Por otro lado, en la carta encíclica, “Pace in Terris” , el Papa Juan XXIII señala que todas las personas tienen el derecho del acceso a los bienes culturales, considerando a la sociedad humana fundamentalmente, una realidad espiritual. Es decir, su santidad en su momento vinculó perfectamente la cultura y la espiritualidad, por eso, en parte, defendió el derecho de las personas a tener una vida digna que incluye el acceso a los bienes culturales y educativos:
“La sociedad humana tiene que considerarse como una realidad espiritual que impulse a los hombres, iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los bienes del espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la belleza en todas sus manifestaciones; a sentirse inclinados continuamente a compartir con los demás lo mejor de sí mismos; a asimilar con afán, en provecho propio, los bienes espirituales del prójimo. Todos estos valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las manifestaciones de la cultura, de la economía, de la convivencia social, del progreso y del orden político, del ordenamiento jurídico y, finalmente, de cuantos elementos constituyen la expresión externa de la comunidad humana en su incesante desarrollo”.
Entre líneas la autora, Mercedes Navarro, nos invita a estar abiert@s a los nuevos caminos socioculturales en los cuales se manifiesta Dios. Se refiere a nuestra vivencia actual de un cambio de paradigma; en la modificación de las “estructuras de verosimilitud a partir de un concepto introducido por Peter Berger, que explica el desplazamiento sufrido en la estructura general de la conciencia occidental colectiva; acerca de aquello que los humanos podemos aceptar como creíble o no. Es decir, dicho desplazamiento se advierte en múltiples signos, especialmente en el lenguaje y en el malestar ante ciertas manifestaciones espirituales y religiosas que no resultan creíbles y en esa necesidad de armonía e interioridad que desafía tales estructuras.
La autora señala una deficiencia importante, y es que la teología, que no ha podido ignorar a la espiritualidad, la ha margina-do y subordinado, la ha colocado fuera de su corpus más sólido y la ha dejado más y más desamparada . Señala que ciertamente, la teología y la espiritualidad al no representar “ciencias útiles”, no pueden incluirse en la dimensión técnica, por más que contemplen y afecten a la práctica humana. Sin embargo, es importante pedir a la teología, que vincule de forma más explícita, y amplia, la dimensión antropológica a la espiritualidad. Y hace una declaración muy importante: que esta dimensión sería la estructura necesaria para hablar de espiritualidad teológica cristiana y de teología espiritual cristiana .
Por dimensión antropológica, la autora se refiere a cuestiones como la importancia de la subjetividad, propia de la concepción actual del individuo e imprescindible para la experiencia de la interioridad. En segundo término, tiene en cuenta que a la antropología teológica le queda pendiente una importante revisión para confrontar las categorías tradicionalmente utilizadas (caducas en muchos casos) con categorías emergentes. La principal de todas, al modo de ver de Mercedes Navarro, es la categoría de la vida . Sugiere que para ello necesitamos entrar en la discusión acerca de lo que es, de dónde parte, cómo se organiza, cómo muta y cómo a la vez permanece.
La teología no puede ignorar por más tiempo la revisión antropológica que se ve más y más traspasada por la interioridad. De este modo la antropología teológica podría articular en sí misma la dimensión espiritual, a la par que la espiritualidad quedaría bien cimentada antropológica y teológicamente. Es fundamental la conclusión a la que llega Mercedes: en la teología espiritual se necesita recuperar el diálogo cultural.
Al respecto de la autora, nos bastaría con escuchar lo que dice la ciencia, especialmente la física, acerca de las posibilidades creativas que se generan en el borde del caos, y observar los recursos de las personas ante la incertidumbre, fenómenos re-organizativos sorprendentes desde todos los lugares imaginables, la demanda de un nuevo humanismo integrador, las diferentes posturas ante las fronteras, los giros lingüísticos, la perplejidad ante la pluralidad, la diferente conciencia social y solidaria presente en acontecimientos que desencadenan movimientos de mucho peso en la realidad.
El diálogo cultural necesario a la espiritualidad cristiana, cimentada en la teología y a la teología impregnada de espiritualidad, pasa hoy por la atención crítica a estos datos de la realidad, entre los que Navarro enfatiza la emergencia de una nueva subjetividad, la atención a los vacíos (demandas implícitas) y a las diferentes espiritualidades emergentes o tendencias de la interioridad (respuestas).
La espiritualidad teológica ha de sentirse requerida por la espiritualidad oriental e invitada a reflexionar críticamente sobre esta necesidad, no sólo desde la perspectiva psicosocial, individual y de grupo, sino desde la perspectiva de la reflexión sistemática de la fe cristiana.
Como vemos, ella señala una problemática: que urge una teología espiritual con una mayor amplitud. Al respecto, señala que cuando se habla de espiritualidad en perspectiva teológica normalmente se tienen en cuenta cuestiones que tradicionalmente se han asociado a ella: la oración, el ascetismo, la dimensión orante y contemplativa, la lectura de la Biblia como conjunto, un determinado estilo de vida, el seguimiento de Jesús, el sacramento de la Eucaristía. Aunque es verdad que, existe una corriente teológica que pretende una espiritualidad holística, integral, que da mucha importancia a la experiencia de la que brota la espiritualidad y asume una explicitación de elementos transformadores de la realidad (incluidos los culturales).
El tratamiento de la problemática, según Mercedes,
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