ENSAYO DE REFORMA
juansafmds10 de Noviembre de 2014
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La Reforma Católica y la teoría conciliar del Trento
La Reforma Católica fue posterior en el tiempo de la Reforma Protestante. El anhelo de Reforma venía ya de más atrás. Los monarcas consideraron la Reforma Eclesiástica como algo esencial de la obra general de restauración de su gobierno eligiendo como obispos a personas destacadas por su espiritualidad y ciencia. La Iglesia Española era la de mayor nivel espiritual y científico en Europa. Eso explica el papel de los teólogos españoles en el Concilio de Trento. Las inquietudes de renovación cristiana se daban también en la misma época en Italia. La fundación religiosa del siglo XVI fue la de la Compañía de Jesús, fundada por Ignacio de Loyola. Ignacio, junto con otros cinco compañeros. Hicieron votos en París y se comprometieron a peregrinar a Jerusalén y consagrarse. No pudieron pasar a Tierra Santa por lo que Ignacio y sus compañeros decidieron permanecer unidos y ponerse a disposición del Papa. En 1540, Paulo III aprobó la "Compañía de Jesús" como una orden de clérigos regulares cuya meta era la enseñanza de la fe católica y de la doctrina. La Compañía tuvo un rápido desarrollo: contaba con más de 1,000 miembros a la muerte de su fundador y 13,000 medio siglo más tarde. Los jesuitas ayudaron a la Reforma Católica con la fundación del clero, la educación de la juventud y las misiones. El Concilio de Trento Su principal objetivo era determinación definitiva de las doctrinas de la Iglesia en respuesta a las herejías de los Protestantes. Un segundo objetivo era la ejecución de una Reforma de la vida interior de la Iglesia quitando los abusos que se habían desarrollado en ella. Fue el acontecimiento principal de la Reforma Católica y su reunión marca el momento en el que el Papado tomó la dirección de la empresa renovadora de la Iglesia. No fue fácil su apertura. Los primeros que pidieron un Concilio fueron los de Alemania. "Un Concilio general, libre, cristiano, en tierra alemana" era el clamor que venía de católicos y protestantes. Carlos V deseaba la reunión del Concilio esperando que sirviera para rehacer la unidad religiosa del Imperio.
Por el otro lado, Francisco I de Francia no estaba entusiasmado por la convocatoria conciliar. El Papa Paulo III entendió que un Concilio era el único camino para llevar adelante la Reforma de la Iglesia. La elección de Trento como sede del Concilio fue una buena idea porque estaba en Italia del Norte y los protestantes no irían si estuviera en suelo papal. El Papa quería que se tratasen ante todo los temas doctrinales para fijar el dogma católico en cuestiones discutidas por protestantes. El emperador deseaba que se trataran las cuestiones disciplinares de Reforma Eclesiástica para satisfacer a los luteranos y facilitar la restauración de la Unidad Cristiana. Finalmente se trataron los decretos dogmáticos y los de Reforma. La inauguración fue el 19 de Diciembre de 1545. El 11 de Marzo de 1547 los Legados Papales decidieron el traslado del Concilio a Bolonia. En Enero de 1548, Carlos V presentó una protesta que interrumpió las sesiones conciliares en Bolonia y la suspensión del Concilio en el mes de Septiembre de 1549.
El Concilio abrió su segunda etapa en Trento el 1 de Mayo de 1551 con Julio III. Se suspendió el Concilio de nuevo por una traición al emperador del elector Mauricio de Sajonia. Fue una interrupción de 10 años. Combatir la difusión de la doctrina de Martín Lutero fue el imperativo del Estado y de la Iglesia a partir del año 1517, y Trento fue elegida la sede de un Concilio Ecuménico por su colocación estratégica en el corazón de Europa. El Concilio fue anunciado en noviembre de 1544, se inició el 13 de diciembre de 1545 y se concluyó el 14 de diciembre 1563 después de veinte años durante los cuales fue trasladado a la ciudad de Boloña y sufrió varias interrupciones de los trabajos. Durante el Concilio se enfrentaron dos líneas de pensamiento, una que promovía en primer plano la Reforma moral y disciplinar en el interior de la Iglesia corrompida, la otra dirigida solamente a la condena de la nueva doctrina de Martín Lutero. El Concilio de Trento consiguió obtener un compromiso entre los partidarios de ambas posiciones, eliminó la teoría de la justificación por la fe, y afirmó la necesidad de las obras para obtener la salvación eterna. Incluso se puso en marcha una reorganización y moralización del aparato eclesiástico y se decretaron reglas de comportamiento para los obispos y se afirmó solemnemente la indiscutible y absoluta autoridad del pontífice.
Paulo III, sin acobardarse por los sucesivos fracasos a lo largo de ocho años, emprendió una vez más la tarea de convocar el concilio.
TRENTO.
Tampoco durante otros cuatro años logró su empeño. Pero el concilio pudo reunirse al fin en diciembre de 1545, y no en Mantua o en Vicenza, sino en Trento, ciudad imperial situada justamente fuera de la frontera italiana. La reunión, además, no se debió a ningún rey o emperador. Era verdaderamente el concilio del papa; y esto porque sólo su paciencia, su habilidad diplomática y su voluntad de reforma habían hecho factible su celebración.
El emperador no deseaba excesivamente que tuviera efecto el concilio; pero lo necesitaba principalmente para poner coto a los abusos, y nada temía tanto como las definiciones claras en los puntos doctrinales controvertidos. En beneficio de la unidad política estaba dispuesto a transigir con la herejía. El papa insistió en la función dogmática del concilio y dispuso que los dos aspectos de la labor del concilio se estudiasen simultáneamente. Sólo a los obispos se les concedió voto, y el papa envió a tres cardenales para que presidieran, como legados suyos: del Monte (el futuro Julio III), Cervini (el futuro Marcelo II) y el inglés Reginald Pole. Los decretos eran redactados por comisiones de teólogos expertos. Luego pasaban a ser discutidos por los obispos en sesiones privadas y, finalmente, llegados a un acuerdo, eran solemnemente promulgados en sesión pública.
Todo el cuerpo de doctrina católica se discutió a la luz de la crítica protestante, y fue ratificado, a la vez que se publicaban edictos sobre la Sagrada Escritura, el pecado original, la justificación, los sacramentos en general, el bautismo y la confirmación. Al propio tiempo se establecieron nuevas reglas prácticas para el uso de la Biblia, para la enseñanza de la teología, para regular la predicación, en orden a la abolición del abusivo sistema del predicador de colectas para indulgencias, y una multitud de reglamentos, con penas automáticas, para la reforma de la vida episcopal y un mejor control de la vida clerical por los obispos locales.
Hasta el último momento el emperador puso reparo a los decretos dogmáticos, y sobre todo al de la justificación.
Una vez puesto en claro el abismo que separaba la doctrina católica de la teoría protestante, no podía haber esperanza de un arreglo diplomático que permitiese a católicos y protestantes ser miembros de una misma Iglesia. Algo de esta esperanza nunca dejó de perseguir la mente del emperador.
Al terminar el año 1546, los legados, incómodos por la amenaza que representaba la influencia del emperador, empezaron a pensar en trasladar el concilio a alguna ciudad de Italia. El emperador, en réplica, amenazó con ponerse por su cuenta de acuerdo con los protestantes.
Luego, en febrero de 1547, se declaró la peste en Trento y el 11 de marzo el concilio acordó, por una mayoría de dos tercios, trasladarse a Bolonia, con la enérgica protesta de los cardenales y obispos imperiales.
A Paulo III no le causó demasiada satisfacción el traslado, que, según él barruntaba, representaría una grave interrupción de la labor emprendida. Carlos v estaba furioso. Denunció el traslado como una estratagema papal y lanzó la amenaza de convocar un concilio por su cuenta y de celebrarlo en Roma.
Exactamente diez días después de esto, el emperador consiguió la gran victoria de su reinado sobre los protestantes en Mühlberg (24 de abril, 1547). Su gran enemigo, Francisco I de Francia, había muerto tres semanas antes, y Carlos era, por el momento, dueño de Europa como nadie lo había sido desde los días de Carlomagno. Si había que evitar el cisma, el papa tenía que transigir; y el fin de las largas negociaciones fue la suspensión del concilio (febrero de 1548).
Paulo III es el papa que convocó el concilio de Trento. Pero Trento nunca hubiera funcionado si el papa no hubiese creado previamente todo un cuerpo de nuevos expertos inspirados en un gran celo por la reforma, capacitado y deseoso de emprender la tarea técnica y sumamente laboriosa que implicaba la dirección del concilio. Y también, en los once años durante los cuales la tenacidad del papa batalló para que el concilio llegase a tener efecto, batalló con igual afán para reformar su propia casa y los empleados de la curia.
En los sucesivos consistorios Paulo III otorgó el capelo cardenalicio a los más distinguidos eclesiásticos de la época, incluso — en el caso de Contarini, un Tomás Moro veneciano — a un seglar. Jamás se vió un más sabio, más pronto ni más generoso reconocimiento de la síntesis de talento y virtud. Jamás el sacro colegio había ofrecido un conjunto tan destacado como durante este pontificado.
Mientras la Roma oficial soslayaba el nuevo espíritu, los nuevos cardenales trabajaban hasta presentar, en marzo de 1537, al papa su famoso informe, Dictamen de la comisión de cardenales sobre la reforma de la Iglesia, emitido por orden del papa Paulo III. Aquí se halla en embrión toda la reforma que Trento había de decretar más adelante.
Estudiar, planear y decretar
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